LA TRANSCENDENCIA TIENE NOMBRE (ENTREVISTA A DIEGO SABIOTE)

La tuya es una historia de superación. Fuiste una víctima del trabajo infantil, en un lugar duro, como una cantera, y desde allí llegaste a completar dos licenciaturas y un doctorado. ¿Cómo recuerdas esos años de infancia y juventud?

 

Hoy busco mi procedencia:

nací en una familia,

donde el pan se traza

con líneas de sudor y lágrimas.

 

Antes de romper mi infancia

y sin pisar el instituto,

mis manos de llagas tiernas

aplastan los senos duros

de las piedras blancas.

 

Mi corazón se pulió

en la cima de la montaña

junto a las piedras desnudas

y hombres, muchos hombres,

salpicando como hormigas

las venas blancas subterráneas.

 

El aire que brota de esta montaña

no va vestido de pinos y romeros,

ni engalanado con perfumes

de señoritas en fiestas de tarde de amor;

es un aire de olor

a trabajo, sudor y llanto

de adolescente esclavitud.

 

Los barrenos llevan cargas

de dinamita negra y gritos silenciados;

por eso, en las explosiones,

las montañas revientan en pedazos

de piedras amedrentadas.

Como pórtico de esta entrevista que, con tanta amabilidad y benevolencia, me concede la profesora de Filología hispánica de la Universidad de las Islas Baleares, Dña. María Payeras, quiero que nos acompañe este poema que sintetiza de forma extraordinaria esa primera fase de mi vida. Pero hablar en clave poética significa aceptar unas reglas de juego que impone el mismo lenguaje en el que el decir siempre dice más de lo que dice, y , que desde ninguna otra parte, en modo alguno puede ser suplantado, en lo que se refiere a lo más sustancial.

El poema enmarcado en cinco estrofas recoge toda la amalgama en la que se hace posible la aparición de una injusticia que nace de la pobreza y arrastra consigo la explotación, la frustración y la negación de una vida inocente que descubre el mundo en toda su dureza a través del trabajo infantil. Este sería el corolario del poema al que quisiera dejar intacto ante el lector con toda su carga de significación crítica.

No obstante he de puntualizar que, antes de ese decir más del poema, quisiera dar algunas pistas que faciliten la comprensión, también la misericordia de los personajes anónimos del poema. Mi infancia, vista desde categorías socioculturales actuales, fue especialmente dura, tercermundista por cuanto no tuve acceso a la enseñanza primaria oficial. Yo nunca asistí a ningún colegio. Los hijos de las familias humildes no teníamos plaza en el colegio oficial del pueblo. Esta carencia era sustituida por un anciano autodidacta dotado de una inteligencia portentosa. En su casa me enseñó las primeras letras. Durante cinco años, ininterrumpidamente, sin perder un solo día, tuve como maestro a este hombre excepcional cuyo nombre deseo quede registrado en esta entrevista: Antonio Martínez Moreno. En 1954, con tan solo diez años comencé a trabajar en las canteras de Macael, mi pueblo. El trabajo en las canteras por esas fechas era durísimo, próximo a la esclavitud. Impropio para un niño visto desde las categorías culturales actuales. En aquel ambiente (1954) era visto con normalidad. Era el decurso normal de la cadena productiva. El trabajo artesanal requería cierta habilidad en el manejo del “mazo y el puntero”. Se compartía la idea de que sólo en la niñez se adquiría adiestramiento. Si se retardaba la edad entonces ya nunca se alcanzaba esta habilidad. Visto desde fuera parece como si los padres fueran seres sin entrañas. Nada más lejos de la realidad. En mi caso, le aseguro, justamente en ese ambiente, recibí de mis padres las lecciones más hermosas acerca de la vida.

¿Qué te llevó a mantener tu vocación de estudiar?

En mi vida hay un antes y un después que vienen marcados por un acontecimiento que cambiará mi vida con radicalidad: el regalo del don de la fe en el año 1961, justamente cuando cumplía diecisiete años. El intento de explicar el fenómeno del cambio de vida desde parámetros estrictamente económicos, sociológicos y psicológicos, en mi caso, está condenado al fracaso. O dicho de otro modo más académico, la realidad que marcó mi vida en la niñez y en la adolescencia fue tan severa que cualquier intento de sobrepasar esas limitaciones parecía imposible. Pero he aquí ese momento de gracia, de luz y de misterio que me hace sentir una persona enteramente nueva y me da fuerzas para afrontar objetivos que jamás había soñado. Los análisis teóricos de Feuerbach, Marx, Freud, Nietzsche acerca de que Dios sea un estorbo, por cuanto merma y empequeñece la personalidad humana, en  mi caso no se cumplen. La aceptación del Dios de Jesús de Nazaret se convirtió en mi vida en un referente permanente de interpelación, de superación y de trascendencia. Con la aceptación de Dios no quedamos disminuidos de nuestra condición, sino engrandecidos. Esta es mi experiencia personal.

Con este trasfondo, en el año 1963, con 19 años cumplidos, abandoné la cantera y me marché a Salamanca. Allí estudié el bachillerato y obtuve la licenciatura de Filosofía y Teología. En junio de 1975 terminé los estudios y en septiembre del mismo año comenzaba mi carrera docente en la Universidad de las Islas Baleares. Hice compatible, en aquellos momentos, la docencia con la investigación. En 1980 presenté la tesis doctoral en Filosofía en la Universidad de Salamanca.

¿Qué hechos de tu vida consideras relevantes o significativos en relación a tu vocación poética?¿Qué ha significado la poesía en tu vida?

Mi incorporación a la escritura poética es relativamente reciente y, por tanto, tardía en lo que a mi edad se refiere ya que mi primera publicación aparece en 1992 cuando acababa de cumplir 48 años. Esta obra recoge mis escritos de estudiante, un estudiante con cierta singularidad, por cuanto después de trabajar durante nueve años en una cantera iniciaba los estudios de bachillerato.

Como puede verse, mi preocupación por la poesía arranca de mi encuentro con la cultura. Hasta ese momento, mis sentimientos poéticos los comunicaba a través de sentencias y brillantes ocurrencias que, con espontaneidad, expresaba a viva voz a los amigos que estaban dispuestos a aguantarme. Los cursos de literatura me permitieron el conocimiento de los grandes poetas, al tiempo que me daban las herramientas necesarias para trabajar el poema. Con estos referentes de punto de partida, poetas y técnica poética, comencé mi propia navegación en el océano insondable de la poesía convencido de que no hay un puerto definitivo que suponga el final del viaje. La poesía no tiene ni principio ni final. La poesía, en mi vida, sin dejar de ser palabra, es más que palabra en el tiempo, es mi brújula, es mi destino.

 

Las primeras lecturas suelen dejar una huella profunda ¿cuáles fueron tus lecturas poéticas iniciales, y cuáles con el paso del tiempo, han sido tus referentes poéticos más importantes?

Sería ingenuo de mi parte ignorar por un desmedido afán de originalidad que todo tipo de conocimiento remite a una tradición. Todos los saberes desde los menos elevados a los más sublimes tienen una historia. Todo conocimiento remite a un pasado a partir del cual nosotros montamos nuestro discurso propio. Como han señalado Heidegger y de modo especial, Gadamer, siempre hablamos desde algún sitio. En todo poeta auténtico laten unos motivos, unas voces que los emparentan con otros motivos y otras voces de los momentos más brillantes que ha alcanzado la literatura en su histórico devenir. En todos los grandes poetas subyacen las mismas cuestiones. Todos ellos han de enfrentarse a los mismos enigmas que esencialmente son el retorno al origen, la temporalidad y la celebración del relámpago de lo eterno.

Con este trasfondo, no tengo ningún reparo en manifestar los poetas que me han marcado y con los que me agradaría compartir el fuego y la luz que ellos han traído a la literatura. Estos son: Platón (el del mito de la caverna), los autores de los salmos, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Novalis, Coleridge, Leopardi, Hölderlin, Tagore, Stefan George, Rilke, Trakl, Celan, Bécquer, A. Machado, Juan Ramón Jiménez, Cernuda, Claudio Rodríguez, Eugenio de Andrade y un etc sin punto final.

Si nos acercamos sin prejuicio a los poetas que han dejado su sello en la literatura, quedamos maravillados por la diversidad de registros, por la variedad de puntos de mira, que, en el fondo, no hacen otra cosa que ensanchar la riqueza insondable del alma humana. La poesía, como cualquier rama del arte, tiene un carácter trascendente. Por ello mismo, la Poesía, con mayúscula, no queda reservada a la visión de un solo poeta o de un grupo de poetas, aunque estos sean imprescindibles. La Poesía es siempre más. Por eso, todo gran poeta es complementado con otro, con otros grandes poetas. Y todos juntos, desde sus respectivas cimas apuntan a una cima siempre inalcanzable.

 

Empezaste a publicar a una cierta edad. Desde entonces, el número de tus publicaciones se han sucedido a un ritmo regular hasta formar un bloque numeroso, ¿por qué tardaste tanto en dar a conocer tu obra?

A estas alturas de la entrevista, como es bien sabido, yo llegué tarde al pastel de la Cultura. Esta situación singular ha marcado todo mi devenir existencial. El asentamiento profesional, con todas sus exigencias, absorbieron por un largo tiempo toda mi atención. Una vez alcanzado mi objetivo quedé con las manos libres para ejercer lo que desde siempre había anhelado mi corazón: el quehacer poético y mi incondicional y total entrega.

 

¿Cuál es el último libro de poesía que te ha dejado huella y por qué?

Me resulta difícil escoger. Cada uno de mis trabajos, según el momento vivido, ha dejado su sello, ha tocado alguna fibra de lo más hondo de mí mismo. Aunque, como expreso en uno de mis poemas, en todo tipo de creación se da una doble vivencia. Por una parte, se siente el alborozo, la alegría del acto creativo; la otra, desasosiego, tristeza de no expresarlo en su completa integridad:

 

Desolación de poeta:

su poema más querido

nunca verá la luz.

 

Esta experiencia respecto al poema es la misma que tengo respecto a cada uno de mis libros. Ante la insatisfacción he de vencer la tentación de romperlo, tirarlo a la basura. Pasado el calentón pongo en ejercicio conmigo mismo la parábola del buen samaritano.

Dejado atrás este preámbulo, el libro que más me ha dejado huella ha sido Infantarà la nit (La noche encinta). En él se confirman, toman cuerpo los pequeños logros alcanzados en obras anteriores y que apuntan a las preocupaciones del quehacer poético en sus momentos estelares. El tema de la memoria, del olvido, pero también de aquello que ha de ser inolvidable y que el poeta ha de registrar si quiere ser fiel a sí mismo y al don recibido. En el comentario a este libro, Daniel Capó lo ha expresado de forma insuperable: “Quiero hablar de lo inolvidable como clave poética de La noche encinta…Lo inolvidable no es algo exterior que suceda, sino algo que acontece en nosotros como experiencia de la realidad. Diego, que es un poeta de raíz cristiana, sabe que para el cristianismo lo inolvidable no es exactamente el sufrimiento de los griegos sino el álastos transfigurado por Cristo. Dicho de otro modo: lo inolvidable es la inserción en la historia de la realidad desnuda del Mesías –la luz del amor- que se entrega personalmente, desvelando así la condición humana…Lo inolvidable no es propiamente la memoria ni el recuerdo, sino una presencia que obra en el tiempo y que se actualiza en nosotros como desgarro, como grito o hendidura en el corazón. Lo inolvidable es también el padecimiento de la injusticia y la acusación muda que surge del alma doblegada por la fuerza…La noche encinta se sitúa expresamente en el espacio de la finitud, en la oscuridad que resuena como silencio…La noche encinta es la noche de la respuesta; la noche, diríamos, de la debilidad de la respuesta que se hace palabra para nombrar lo inolvidable. Sí, se trata de una noche débil porque también nuestra voz es débil, torpe ante las huellas borrosas de la luz. La belleza, entonces sucede como a pesar nuestro –el vuelo del murciélago que subraya, con tinta invisible, la promesa de la noche…los perros de la ciudad, las rosas, el canto de las golondrinas, los judíos, los gitanos y los negros, el grito dolorido de los siglos, el alma rota por la noche oscura- todo esto es lo inolvidable. Y es inolvidable porque acontece en el hombre como una pregunta que reclama respuesta, que exige de nosotros ser centinelas de la luz en la diáspora”.

 

Poesía y Filosofía son dos campos que han ido de la mano en muchos autores. ¿Cómo describirías la relación histórica entre estos dos conceptos, y cómo crees que se reflejan en tu propia obra?

Es bien conocida la relación estrecha y la complicidad fecunda que ha existido desde siempre entre Filosofía y Poesía. Me remito a los escritos que al respecto ya son una referencia en el marco de nuestra cultura. Y como explicación metapoética en el siglo XX ya son clásicos los estudios que nos han dejado de forma singular Heidegger, Gadamer y von Balthasar.

La poesía constituye el horizonte fundamental desde donde trato de comprender el mundo que nos da cobijo, como también me da las claves, o tal vez convendría hablar mejor de pistas, de caminos que apuntan a la clarificación de mi propio existir y del de mis semejantes. Y todo ello sin ninguna garantía de éxito. El existir humano está envuelto en una masa de niebla en el que los perfiles tanto del origen como de su fin último quedan diluidos cuando no borrados. Pese a todo, no podemos renunciar a leer, a buscar las claves que nos permitan encontrar las pisadas ocultas de nuestra razón de ser y de existir. Desde este punto de vista, la poesía sería la expresión artística que más se aproxima a los fondos últimos, siempre enigmáticos, de la vida. Quehacer noble y hermoso el del poeta, como nos ha mostrado Heidegger en su lúcido tratado sobre Hölderlin: “Habitar poéticamente significa estar en la presencia de los dioses y ser tocado por la esencia cercana de las cosas. Que la existencia es “poética” en su fundamento quiere decir, igualmente, que el estar instaurada (fundamentada) no es un mérito, sino una donación”. Cuando se descubren estas claves del acontecer poético, tal y como lo describe Heidegger, el poeta queda aprisionado confortablemente en esa atmósfera mágica de apertura, de escucha, de donación.

Esta peculiaridad de vivir poéticamente nos ayuda a definir el para qué de la poesía. La poesía no tiene ninguna finalidad práctica ni crematística. Está muy lejos de los aparatos lógicos y mercantiles que han configurado nuestro mundo. En ello justamente incide su grandeza. En este mundo de nadie y, al mismo tiempo, de todos en el que se mueve la poesía, la palabra poética tiene su sitio, su lugar, ya que ella “es instauración por la palabra y en la palabra de lo permanente… Lo que permanece debe ser detenido contra la corriente…”

La palabra poética tiene acceso a ciertos ámbitos que sólo ella, por sus propias características, puede alcanzar. Por ello mismo, “la poesía –como nos dice Heidegger- es la obra más peligrosa y a la vez la más inocente de las ocupaciones”. Comprender estas dos facetas de la poesía nos pone en el camino correcto para comprender, con todas sus implicaciones, el fenómeno poético.

Junto al quehacer poético, que poco a poco ha ido tomando terreno en mi vida hasta constituirse en el centro de la misma, comparto la reflexión y la escritura filosófica, derivada de mi profesión dedicada a la docencia. Filosofía y Poesía ocupan mi quehacer diario. Cuando, como en mi caso, coinciden estas dos actividades, es difícil delimitar, al menos en los contenidos, donde empieza una y donde termina otra, pese a las diferenciaciones significativas de un quehacer y otro. La filosofía y la poesía, en lo que se refiere a los grandes contenidos de sentido, estarían muy próximas; ya no tanto en el modo de proceder, de conocer y de expresión. Hölderlin ha expresado de forma insuperable, en unos cuantos versos la cercanía y la distancia que median entre filósofos y poetas: “Juntos están, los más amados, en las más separadas montañas”.

 

Tu poesía demarca algunos espacios geográficos de raigambre espiritual: Montserrat, Lluc, Poblet, Solius, ¿podrías explicar tu relación con esos lugares?

 

Es una constante, en el pensamiento de Heidegger, hasta convertirse en pesadilla, la idea de lo sagrado como ese trasfondo último del poetizar. En el comentario que hace al poema de Retorno a la patria de Hölderlin nos dice: “El retorno a la patria es el regreso a la cercanía del origen. Regresar sólo puede quien antes, como caminante quizá durante largo tiempo, ha tomado a sus espaldas el peso de la andanza y ha partido hacia el origen, para percibir allí lo que ha de buscarse, para luego regresar más experto, como el que busca. Lo que buscas está cerca, ya te sale al encuentro…Al poeta que vuelve a la patria, le ilumina lo gozoso saliéndole al encuentro…” Pero para esa búsqueda, en ese retorno necesitamos “encontrarnos –como nos dice Edmond Jabés- con nuestra voz solitaria, [esa voz que] no es otra cosa que ir al encuentro de una voz extranjera, la de las palabras”. El poeta busca ese subsuelo virgen de la palabra no contaminada. Así cada poeta, en su búsqueda, escoge su propio sendero: Juan Ramón se aislaba herméticamente de todo ruido exterior; Valente decía que no hay poesía sin desierto; Rilke encontró en las montañas su atmósfera de inspiración; Leopardi buscó la creación en el caserón familiar y la campiña; yo he encontrado mi desierto en los monasterios de Montserrat, Lluc, Solius y Poblet.

Los monasterios generalmente se encuentran en lugares donde la armonía con el entorno les da singularidad. Los monjes, a lo largo de los siglos, han creado una atmósfera especial de paz que sólo en esos lugares se encuentra. Yo no he encontrado otro lugar tan propicio para la creación. La poesía toma cuerpo en el límite, al borde del abismo, en el “canto de frontera”, en expresión de Antonio Machado.

 

En otro orden de cosas, en tu poesía espejean tres lugares vinculados a la experiencia personal, centros vitales en los que la identidad personal se afirma: Almería, Mallorca y Menorca. ¿Qué representan cada uno de ellos para ti?

 

Nací en Macael (Almería), pero, debido a las exigencias de tipo laboral, me vi obligado a abandonar mi tierra en plena juventud con desgarro y tristeza. Así que toda mi producción poética la he elaborado lejos de mi tierra, si bien en un marco geográfico que guarda similitud apreciable con ella. Mallorca, mi actual residencia, comparte con Almería el mismo mar, la luminosidad y el clima mediterráneo. Hay otros aspectos que son fácilmente detectables y que diferencian una tierra de otra: Almería es hija, en proporciones iguales, del mar y del desierto; Mallorca tiene como único horizonte el mar. En el hecho insular estaría la gran diferencia. El carácter isleño es cauteloso y calculador, el carácter almeriense es abierto, confiado y espontáneo. La belleza de la isla es paradisíaca. El desierto de Almería deslumbra los ojos y emborracha el corazón. Cuando se vive con tanta intensidad unos paisajes tan embriagadores es difícil precisar donde comienza y donde termina un paisaje y otro. Así que mi escritura poética es hija, en partes iguales, tanto del mar como del desierto. El profesor Francisco Díaz de Castro ha resaltado esta misma idea: “Muy a la manera juanramoniana Sabiote sabe verter simultáneamente en la belleza del mundo la plenitud y la tristeza del vivir. Claro está que hay todo un cúmulo de circunstancias negativas que nublan el vivir, y al dolor, la soledad y la violencia de la sociedad se dedica un buen número de poemas sobre la muerte, el racismo, la explotación y la guerra…Poesía con nombres de personas y de lugares vividos que arraiga doblemente en los afectos humanos y en los ámbitos geográficos de una biografía sencillamente trascendida en poesía: Macael y las islas despliegan sus paisajes en un contrastado diálogo entre el pasado y el presente, entre el Diego del trabajo en la cantera, y el Diego Sabiote de la vida intelectual, entre los orígenes y el destino personal, asumido todo ello en el amor, en una expresión que se abre a la ternura”.

El entorno geográfico y humano son las piezas claves, el material esencial sobre el que se construye mi poesía. El poeta y crítico literario José Luis López Bretones ha expresado de forma insuperable, en El espejo de la naturaleza: la realidad y su reflejo, el papel preciso que juegan estos elementos en mi edificio poético. Estas son sus palabras: “La solidaridad con el dolor físico y moral, y su redención a través del Amor (el amor como cáritas o como ágape), es asimismo solidaridad con todos los vencidos y marginados de la tierra, cuyo sufrimiento será reparado más allá de este mundo, en el cielo más cielo y más auténtico, donde reside la perfección absoluta del ser y, por tanto, no se concibe carencia alguna… El paisaje de Sabiote es, por ello mismo, el más cercano, el que le es dado contemplar a diario, aquel al que pertenece por nacimiento y en el que se ha desenvuelto durante la mayor parte de la existencia: el paisaje del Mediterráneo. En estos poemas, la virtud y la belleza esencial, son las de una naturaleza que posee a menudo nombres propios: el Cabo de Gata, los parajes de las Islas Baleares, Montserrat, el Puig Major o el propio Mare Nostrum… naturaleza y paisaje que no se nos presenta como un mero fondo, una simple localización “literaria” en el peor de los sentidos, ni tampoco como un topos ornamental y bucólico. No se trata, como acaso pudiera llegar a pensarse de un paisaje amable y convencional, puesto que aquí no se persigue el simple halago sensorial o descriptivo lo refinado o lo sonoramente artístico, sino que se dará cauce expresivo a la revelación de un ámbito que, en su maravillosa diversidad, hace manifiesta per speculum, a la divinidad. Un ámbito que es “Creación” y que es asimismo, en su perfección y su esencial unidad, vínculo del ser humano con Dios, de quien todo recibe, finalmente, el ser.”

 

“Poeta busca las fuentes // y que suene tu cántara, // y ninguna palabra hasta // que se llene // tu alma de agua”, has escrito en uno de tus poemas. ¿Cuáles serían, para ti, esas fuentes poéticas?

 

Es incuestionable que todos hablamos desde algún sitio, como ha demostrado la hermenéutica actual. La auténtica poesía es aquella que nos abre el cofre de lo humano. Yo, modestamente, con temor y temblor como diría Kierkegaard, me asomo a ese cofre y desde esa mirada trato de escribir. No me molesta que en mi voz poética resuenen voces de otros poetas. Joseph Joubert decía que “es preciso que haya varias voces juntas en una voz para que sea más hermosa”.

Junto a estos elementos, por mi parte, procuro estar a la altura de merecer el poema que siempre es un don, un regalo inesperado a la vez que buscado y que, como ha escrito Hugo Mujica en su último poemario, recientemente publicado, mi vida sea una de esas vidas

…en las que el alma

se abre

más hondo

que donde esas vidas laten,

se abre como un relámpago

sin cielo ni trueno,

como una herida sin pecho

o un abismo

donde la belleza es alba

 

Hay dos líneas muy definidas en tu obra poética: una de ellas revela descarnadamente los males más lacerantes de la realidad actual; paralelamente, otra línea, se muestra netamente espiritual, en una contemplativa. ¿Cómo explicas esta duplicidad?

 

Los grandes temas de fondo en los que se desenvuelve mi poesía son la indigencia y contingencia en la que se encuentra sumida la existencia humana. La comprensión de esta verdad existencial arrastra en cadena una búsqueda infatigable que desemboca en una mirada compasiva hacia el prójimo, y de modo especial al prójimo, no tanto ontológico, como el prójimo socio-histórico, el prójimo desvalido y sufriente, el prójimo de carne y hueso que se abre camino en la historia con fatigas, sudor y lágrimas y al que no siempre los semejantes son los que solidariamente facilitan las cosas. Junto a este prójimo, también mi poesía busca las huellas del otro, totalmente Otro, el Otro con mayúscula, es decir, Dios, o lo que es igual, el Otro en el que todo otro, en el que todo prójimo trasluce el peso de su dignidad y las claves últimas del amor al que todo ser humano está llamado en un contexto de apertura libre, donación gratuita y apertura a la esperanza, en la convicción que la última palabra no la tendrá la injusticia, la enfermedad y ni siquiera la muerte.

Desde este horizonte de fondo se explica la utilización que hago, en clave simbólica, de la imaginería que toma como referencia la diversidad de motivos de la naturaleza. La profesora María Payeras (Ud. misma) lo ha resumido de modo brillante en Al encuentro de la poesía: “El sentimiento de la naturaleza que recorre la poética de Sabiote se transforma, básicamente, en materia de una simbolización ligada a ese esencialismo que se propone comúnmente como factor básico en el modo de poetizar del autor. También su imaginería se acoge a una órbita elemental desde la que lanzan guiños algunos elementos sensoriales. No obstante, la poética de Diego Sabiote camina, ante todo, hacia la abstracción. Las sensaciones aparecen condensadas en la palabra desde una realidad que se desprende de su contingencia material para erigirse en representación simbólica. Los símbolos antitéticos de la luz y la oscuridad, las alegorías organizadas en torno al motivo del mar y la navegación, así como el merodeo simbolizador entre una fauna y una vegetación que atrae sugestivas connotaciones, abren el camino de una poética meditativa que se asienta en la observación, la compasión y la intuición, pero que prefiere expresarse de forma contenida, con singular economía de medios… Los tonos de esta poesía varían a tenor de las varias lecciones que el poeta vierte en su obra y que van desde una cotidianidad atravesada de inmanencia al desgarro frente al dolor, la injusticia o la barbarie criminal de un mundo insensible a la tragedia de sus semejantes”.

 

Sartre creía que, a lo largo de su proceso creador, en las elecciones que el artista lleva a cabo, se produce implícitamente la selección de un determinado sector de lectores, ¿a qué tipo de lectores piensas que va dirigida tu poesía?

 

Los componentes y mecanismos del proceso creador son enormemente complejos. A buen seguro que dentro de esos componentes hay algún filtro o ranura por los que se escapa, en la oscuridad de la noche del inconsciente, unas determinadas expectativas con las que un grupo de lectores se siente más identificado. En cualquier caso, esto es algo incontrolable por parte del artista. En aquello que, en mi caso controlo, le puedo asegurar y en ello soy completamente consciente que, por respeto al lector, mi poesía huye del artilugio, la palabra vacía y la expresión hermética. La densidad no viene determinada por estos componentes, que en algunos casos están justificados, sino por la capacidad de acercarnos y hacernos vibrar con lo mejor que nosotros, como hombres, somos. En definitiva, la poesía es poesía si es capaz de tocar, más allá de la espesura, fibra humana. Cuando se aleja de este centro se convierte en un superficial artilugio. En uno de mis poemas queda recogida esta misma idea y mi sentir al respecto:

 

El poema vive de la excelencia

pero no es un sádico.

Poeta…

No maltrates al lector:

Que el yugo sea suave

y la carga ligera.

 

Has escrito que “Toda creación poética // que no cambia una sola vida // es un acto fallido”. ¿De qué modo puede la poesía transformar la experiencia individual?

En el siglo XIX, Marx y, en el siglo XX, de modo especial la Teoría crítica, pero también la corriente fenomenológica a través de Heidegger, han puesto sobre la mesa la capacidad de la ciencia y la tecnología en la modificación y transformación de la experiencia de los seres humanos. El concepto de alienación como despojo de lo más sustancial de la existencia sigue siendo válido como emblema de una sociedad que ha arrancado, como nos indica Michel Henry en La Barbarie, del corazón de los hombres sus perlas más preciosas encaminadas a potenciar la vida. Jamás, a lo largo de la civilización, se había atentado de una forma tan drástica y perversa contra la cultura de la vida. Vivimos identificados con los parámetros de una sociedad cientifista y positivista que ha hecho época. Pero justamente, en esta época de deshumanización y penuria, el poeta no puede sucumbir. Las grandes cuestiones, aquello que es verdaderamente importante para el vivir, también para el morir, a contracorriente, han de recuperarse. El poema y su canto no tiene otro horizonte que traspasar la costra ideológica y bucear en las aguas de la vida, la vida auténtica y aquellos rasgos que la hacen más digna y sublime. En este sentido, hay que valorar la eficiencia y fecundidad de la creación poética. El canto poético bebe de las aguas cristalinas de lo humano y eso es lo que ofrece en el espejo deslumbrante de la belleza. Cuando el poeta acierta en este objetivo, sus palabras se convierten en ungüento curativo, pan consagrado, cántico y oración.

 

Para terminar, me gustaría que seleccionaras un poema tuyo, al que le des un significado especial, y que expliques cuál es ese significado.

 

El sello de Dios

 

Tagore, Novalis, Juan de la Cruz,

Unamuno, Costa i Llobera,

Gerardo Diego, Juan Ramón, poetas

con el sello de Dios en su escritura.

 

En su búsqueda, no renunciaron

a la palmera, el olivo, los pájaros,

el ciprés, el sol, las rosas,

la luna, las estrellas, la fuente,

el fuego, la lumbre y el fervor

por una y todas las cosas.

En el límite de todo límite

tampoco callaron el amor

y las ansias de Dios

que en el corazón ardía,

y a todas las cosas daban su luz.

 

Entre los grandes, uno de los fenomenólogos más significativos del siglo XX, el filósofo francés Michel Henry, denuncia a lo largo de toda su obra la devaluación y el proceso devastador en torno a las grandes cuestiones que se ha producido en la cultura occidental de los últimos siglos. En el proceso de evaluación crítica que lleva a cabo, toma como punta de lanza el concepto de “la vida”. Las disciplinas como la Biología, la Psicología, la Antropología, etcétera, que han tomado como centro de estudio la vida, siempre quedan a medio camino ofreciéndonos una visión corta de la misma y dejan en el silencio más oscuro de la noche, según el decir de M. Henry, lo más sustancial. Los resultados obtenidos por estas especialidades se convierten en referentes últimos paradigmáticos más allá de los cuales no se puede avanzar sin caer en el terreno pantanoso de la fábula. En nombre de tales beneficios, avalados por la medida de exactitud y precisión matemática, sus benefactores se convierten en los referentes culturales y con toda la autoridad para establecer las grandes pautas de legitimación de todo saber. Pero más allá de la rigidez ideológica, he aquí la paradoja como denuncia M. Henry: “La biología nunca encuentra a la vida, no sabe nada de ella, ni siquiera tiene idea de ella… Eso, hoy en día, a pesar de los maravillosos progresos de la ciencia, más bien, a causa de ellos, cuando se sabe cada vez menos sobre la vida. O para ser más rigurosos, cuando no se sabe nada de ella, ni siquiera que existe. Y es la biología la que nos lo dice, la que dice que ante su mirada, en su campo de investigación científicamente circunscrito y definido, no se muestra jamás nada semejante al ‘vivir’ de la vida. En realidad no dice ni siquiera esto. Pues para decirlo necesitaría saber al menos qué es este vivir, tener una vaga idea de él. Pero no lo sabe, no tiene idea alguna.”

He escogido esta larga cita de M. Henry para glosar, o mejor denunciar, la situación trágica, esquizofrénica, en la que se desenvuelve concretamente el mundo de la creación artística. Aquí la situación, si cabe, es más penosa e incongruente por cuanto todo artista reivindica para su propio quehacer la categoría de transcendencia, pero en el fondo es una transcendencia mutilada por el peso ideológico que les impide dar el salto y dar nombre a esa transcendencia que siempre se mueve “en el límite de todo límite”, como nos indica el poema escogido. Pero al no dar nombre a los anhelos del corazón se está mutilando y empobreciendo la misma realidad. ¿Qué sería Platón sin la idea de Bien, eso que ha sido considerado uno de los mayores logros de la humanidad? Otro tanto puede decirse de los Salmos y su idea de Dios, un Dios que acompaña y acoge el corazón dolorido de los hombres y se alegra con sus danzas de gloria. O como en el poema, ¿hubieran sido lo que son Tagore, Novalis, Juan de la Cruz… sin “el sello de Dios en su escritura”? La misma reflexión cabe hacer sobre los momentos más gloriosos de la creatividad musical: Bach, Mozart, Haendel, etc.: “ellos no callaron el amor // y las ansias de Dios // que en el corazón ardía”. Pero por eso mismo, en esa apertura y en el reconocimiento de Dios, los seres humanos nos emparentamos y revestimos en dignidad de su misma gloria. Cierto es que éste no es el camino que ha escogido lo más representativo del quehacer poético de nuestro país en el momento actual, pero esto es justamente lo que se denuncia en el poema y que ofrezco en otros versos complementarios:

 

Como poeta vivió del fulgor

que emite una estrella,

mas la estrella nunca alcanzó

la aprobación y el calor de su corazón.

 

Con Tagore, Novalis, Juan de la Cruz, Mozart, Haendel y otros muchos, la transcendencia no es una idea opaca, la transcendencia tiene un nombre: Dios.

 

diego entre 3  diego entre 1

diego entre 2   diego entre 4

 

 

 

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