Maria Vives Gomila

Una visita a Delfos y al templo de Apolo permite leer la famosa inscripción: γνωθι σεαυτόν, Conócete, frase atribuida a los siete sabios de Grecia, entre ellos Sócrates. Ésta es una de las competencias que psicólogos de las Universidades de New Hampshire y Yale consideran importante, junto con la inteligencia interpersonal e intrapersonal de Gardner para llegar al conocimiento de las propias emociones.                                                                                                                                          –                                                              

             Conocer los sentimientos, cuando se detecta su presencia, constituye la base de la inteligencia emocional, conocimiento necesario para comprenderse a sí mismo. Todos coincidimos en que cuando se comprenden las emociones se puede orientar mejor la vida, descubrir cuáles son nuestros deseos y poder realizarlos. Tener conciencia de sí mismo es una habilidad básica para examinar los sentimientos en el momento en que surgen, aunque esto no sea ni fácil ni frecuente.

             El cuerpo es el primero que detecta las sensaciones de calor, frío y tantas otras, que pueden convertirse en sentimientos, como estar relajado, sentirse nervioso, orgulloso o decepcionado; mejor aún si podemos ser conscientes de su presencia. Que los sentimientos puedan llegar a la mente, entender lo que nos ocurre y conocer lo que sentimos ya es, de por sí, una obra de arte. Cuando la persona carece de esta habilidad, tendrá que batallar con las tensiones desagradables que no hayan podido entenderse, mientras que quienes tienen la capacidad de mentalizar lo que sienten, pueden ser capaces de superar mucho más rápidamente los reveses que experimentan.

             Cuentan que un guerrero samurái desafió a un anciano maestro zen para que le explicara los conceptos de cielo e infierno. El sabio le respondió que no podía desperdiciar el tiempo con sus tonterías. El samurái, herido en su honor y enfurecido, desenvainó la espada y le dijo que su impertinencia le costaría la vida. -Esto es el infierno-, le contestó el anciano. El samurái, conmovido por la exactitud de las palabras del maestro sobre su comportamiento, viendo la realidad, envainó la espada y agradecido se puso de rodillas y le dijo: -perdóname-. El maestro le respondió: -Esto es el cielo-.

             Darse cuenta de lo que ha sucedido, en este caso gracias a la intervención del sabio, que le permite cambiar de actitud, explica la diferencia entre quedar atrapado por un sentimiento (la ira) y ver hacia dónde le puede conducir su cólera.

             La enseñanza de Sócrates “conócete a ti mismo”, descubrir los propios sentimientos en el momento en que aparecen, constituye la base de este tipo de inteligencia. A veces, es tan evidente que nos enteramos al instante. Sin embargo, no es fácil ser conscientes de lo que sentimos y poder entender, en un momento, cuál es el sentimiento que nos hace reaccionar impulsivamente.

             La observación de uno mismo permite conocer los sentimientos apasionados o turbulentos y poderlos ver con nitidez. No obstante, además de conocer las propias emociones, tenemos la posibilidad de controlarlas, pese a las dificultades que podamos encontrar en el camino.

             La capacidad de demorar la gratificación y aplazar los impulsos, que pueden conducirnos a realizar acciones descontroladas, es básica para obtener los resultados deseados. Esto hace que podamos ser más eficaces y productivos. Por otra parte, saber reconocer las capacidades de los demás también es importante para relacionarnos adecuadamente y sintonizar con las señales que nos hacen llegar.

             La empatía es una capacidad necesaria para poder relacionarnos de forma gratificante y captar lo que necesitan las otras personas. Capacidad muy conveniente para profesionales de la salud, la educación, políticos y todos aquéllos que frecuentemente están en contacto con las personas.

             El arte de la relación interpersonal se basa en la habilidad de saber relacionarse adecuadamente con las emociones de los demás. Hay personas que tienen la capacidad de conocer y conducir su ansiedad, pero son incapaces de saber tranquilizar los estados emocionales de las otras personas, cualidad necesaria para poder convivir con ellas.

             Considerar todo este conocimiento (conocerse, saber motivarse, reconocer las capacidades y emociones de otros) y parafraseando a John Mayer, podríamos considerar tres categorías de personas: aquellas que son conscientes de sí mismas, las que pueden quedar atrapadas por sus emociones y las personas que aceptan resignadas las distintas situaciones emocionales.

             Las personas conscientes de sí mismas, que experimentan sus estados de ánimo, tienen una vida emocional más desarrollada. Son personas psicológicamente sanas, que tienen una visión real y positiva de la vida y cuando caen en un estado de ánimo negativo, no dan demasiadas vueltas y se recuperan fácilmente. Su capacidad de atención favorece el conocimiento y dominio de sus emociones.

             Las personas atrapadas por sus sentimientos suelen sentirse desbordadas e incapaces de salir de esta influencia. Pueden ser esclavas de sus estados de ánimo. No son muy conscientes de lo que sienten y, en consecuencia, no pueden controlar ni cambiar los estados de su vida afectiva.

             Por último, las personas que aceptan resignadas sus emociones suelen percibir con claridad lo que están sintiendo y aceptar pasivamente y con buen humor sus estados de ánimo. No suelen cambiarlos, incluso pueden aceptar con indiferencia sus emociones negativas.

             No se trata de evitar los sentimientos angustiosos, sino que no pasen desapercibidos y acaben desplazando los estados de ánimo más positivos.

             Nuestras decisiones están vinculadas a lo que sentimos. Primero, experimentamos sensaciones, pero, para que seamos conscientes de ellas, deberían poder convertirse en sentimientos y que una vez mentalizados puedan llegar al cerebro pensante.

             Las emociones son impulsos que nos llevan a actuar y nos mueven  hacia algo. Por eso, en toda emoción hay un movimiento que conduce a la acción. Un ejemplo podemos observarlo en la actitud y reacción de los habitantes de la parte metropolitana de Lima, la zona más costera de Perú cuando sentían un fuerte movimiento. Si esta actividad les indicaba la proximidad de un terremoto, bajaban corriendo a la calle sin pensárselo. En este caso, el fuerte ruido y el pánico que seguía les llevaba a actuar de forma inmediata sin que esta orden pasara por el cerebro pensante.

             De este modo, podríamos hablar de dos mentes: la mente emocional y la mente racional, con interacción mutua, aunque independientes una de la otra. Sin embargo, la mayoría de las veces van coordinadas, pero cuando aparecen pasiones o determinados impulsos, este equilibrio se rompe.

             Algunos sentimientos pueden desequilibrar la buena armonía entre pensar y sentir, es decir, entre el cerebro pensante y la mente afectiva. Cuando un ataque de ira no puede controlarse, la razón es secuestrada predominando la rabia. El sentimiento no ha sido mentalizado. No habrá pensamiento, con las carencias que esto supone.

       Lo vemos especialmente en la relación interpersonal si una de las personas utiliza el cerebro pensante y la otra no. Una se queda en el nivel de la mente afectiva, mientras la otra utiliza la mente racional. El desnivel y las consecuencias del diálogo serán evidentes.

0 thoughts on “Conócete a ti mismo

  1. El control de las emociones es una de las asignaturas pendientes del ser humano y por consiguiente un tema tremendamente interesante como muy bien expone la sra María Vives. La mentalización es una ayuda indispensable. Viene a ser como la prepraración de los ardides para triunfar en una guerra. Sin ella es difícil conseguir la victoria, a no ser que sea ya de por sí algo natural en la persona la precaución y el comedimiento.

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