Ceuta: tan lejos y tan cerca….

Es grande, afable y bonachón. No sé si le llego a la altura de los hombros, pero ni falta que hace porque él se agacha para que le estampe un beso pintado de carmín en su cara redonda como una luna llena. Parece un hombre feliz, aunque tampoco lo puedo asegurar al cien por cien ya que su corazón, como el de todos, es personal e intransferible, así que como todos los mortales, es un hombre feliz en la medida en que los avatares de la vida le dejan.

  • Malegro de veros – Nos dice al entrar en su Barraca, con esa sonrisa que a mi me recuerda al gato Risón, de Alicia en el País de las Maravillas.

Aprieta la mano con fuerza, cuando saluda, cosa que a mi me encanta porque es señal de carácter, seguro que esto lo aprendió hace tiempo a base de pactar negocios sin papeles por medio.

  • Antes… antes no hacía farta papeles pá hacé un negocio. Uno estrechaba la mano y con eso dabas tu palabra ¡Y era sagrao! pero ahora… Bueno familia, que ahora nos vemos.

Y se acerca a otra mesa, y a otra, y a otra, porque sabe atender a la clientela charlando con ellos ¿que de qué habla? pues del buen yantar, de anécdotas de su ciudad, de caza, de la vida…

Nos sentamos en nuestro rincón de siempre: en fumadores, aunque no fumamos ¡que cosas! y vienen Paqui, Carola o

Matías, libreta en mano y boli en ristre, y pedimos lo de siempre: pescaito rico del mar que nos baña. Ese pescaito que dice: cómeme porque estoy bien fresquito, y patatitas fritas, que las hacen como se han hecho toda la vida:¡pelando patatas y friéndolas en aceite!, y no esas precocinadas en las que caemos todos hoy en día, por eso de las prisas. Y comiendo se acerca a nosotros y se sienta, si el día está tranquilo, y charlamos de esto y de lo otro, y nos cuenta sus cosas; su vida que no ha sido fácil…

  • Yo era un niño que no le fartó nunca de , pero un día por circunstancias de la vida a mi padre lo embargaron, y llegó un momento en que no había ni pá comé, y ¡con cinco hijos! Yo el mayor que, como ya os he dicho un niño pijo que no había currao nunca. Y que hago yo… Y ahora que hacemos… pensaba sin saber que tecla tocar, hasta que la gota colmó el vaso, un día en que mi madre llegó a casa diciendo que en la tienda ya no le fiaban más . Y entonces hablando con un amigo me dijo que ¿por qué no iba a Marruecos a comprar pescao y luego lo vendía directamente en la plasa? ¡Yo! a vender pescao en la plaza… Y así lo hice, crucé la frontera y me vine con cuatro cajas de pescao que vendí en el mercao… oye que gane cuatro mil pezetas de las de entonces, y fui corriendo a dárselas a mi madre y le dije:

— corre a la tienda y les dices que este dinero es para pagar hasta donde llegue, que mañana tendrá más, y así hasta que acabemos con la deuda, porque nosotros somos unos sin dinero, pero no unos sinvergüenzas.

Al día siguiente crucé la frontera, compré y vendí el pescao en la plaza, y así al otro, y al otro y al otro. Con esta ayuda mi familia comía todos los días, aunque yo lo pasaba fatal con este ir y venir de la frontera… — nos cuenta sonriendo — Me estoy acordando de mi padre que venía a la plaza y se llevaba los mejore calamares, los que tenía de escaparate, y yo le decía:

  • ¡Papá, que me estás quitando la vista!

Y el me contestaba con un punto de nostalgia en la mirada recordando nuestro primer restaurante, la primera Barraca en La Almadraba.

  • Hijo, es que son para que coman tus hermanos.
  • Del tiempo de esa Barraca en La Almadraba, tengo una anécdota de las de sudar tinta china. — Nunca supe si realmente sabia que era la tinta china, o simplemente repetía la frase a fuerza de oírla — Frente al restaurante, aparcó un pedaso de coche del que se bajo una morena ¡ pedaso! tía, que no veas como estaba aquello, y va y me dice que su amo quiere comer, yo flipaba con aquello, pensé que me estaba gastando una broma, pero le dije que, pues bueno, que si podía dar de comer a su amo… Del coche bajó un peaso moreno que empezó a pedir, y a pedir hasta que acabó con todo lo que había en la nevera: ¡cincuenta mil pezetas de las de entonces!, que mi padre se había gastado en víveres para el restaurante, y yo sudando la gota gorda pensando que no iba a cobrar un duro

¡Ay madre! cuando aparezca mi padre y ve a la nevera… Cuando en esto me llama la morena que estaba como un tren de cercanías, y me dise que su amo quiere pagarme. Me soltó el tío las cincuenta mil que se fundió, más otras cincuenta mil de propina, y conforme entró se marcho ¡Macho! que era como un armario de grande. Ella le abrió la puerta del coche, y desaparecieron con la misma rapidez que llegaron ¡uf! no lo pasé mal ni aquel día, pensando en como le iba a explicar a mi padre la nevera vacía y la caja también…

  • ¡Que cosas! — digo — .

Y nos reímos a carcajada limpia los tres, y nuestro Quino querido, continua con sus historietas, y nos cuenta el día aquel en que el mismísimo pápa del Palmar de Troya aparece en el local con un séquito de cardenales vestidos de negro, que mas que humanos parecían cuervos en espera del condumio. Y te explica con la mirada fija en algún punto del paisaje, que se ve a través de una de las ventanas, como empezó a pedir, y a pedir ese hombre, langosta a granel, sin que los acólitos decidieran por ellos mismos lo que querían comer: el pápa, ciego hablaba y todos callaban.

  • Coones ¡aquello impactaba! ¡Y zortó un buen dinero er tio!

Querido Quino; querido amigo, déjame darte las gracias por esos ratitos buenos que pasamos cada vez que cruzamos la puerta de esa Barraca, en donde encontramos gente estupenda que junto a ti trabaja para hacer de tu casa un lugar entrañable. En donde a parte del buen comer, que se come y muy bien, disfrutamos con tus historias, y de esa sonrisa franca tan tuya.

Mi querido Quino, hoy quiero decirte que esa gente estupenda que tienes junto a ti compartiendo el día a día, merece la pena haberla conocido: El muchacho que le cuesta salir en las fotos, el cocinero que siempre nos saluda desde sus fogones, tu encantadora compañera de fatigas, Matías, el sempiterno personaje de los interesantes relatos del bueno de Teté, Paqui, mi amiga de siempre; la de los abrazos grandes, la que consiguió que a Manolo le gustara el pescado, y Carola, la camarera más dulce de todo Ceuta; la de los ojos soñadores…

Seguro que me dejo alguno en el tintero, pero no en el corazón, para ellos, si es que alguno ha quedado por nombrar mi gratitud por sus atenciones.

Enamorada de tus andanzas.

Gudea de Lagash

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