¿Alguna vez han mirado al cielo y han visto esas estelas blancas que dejan los aviones al pasar? ¿Se han preguntado qué son y por qué están ahí? Si ustedes pertenecen al gremio de las personas cabales, de las que hacen la tortilla de patatas con cebolla y no evaden demasiados impuestos, seguramente ya sepan que se trata de las llamadas estelas de condensación. Pero si usted padece accesos recurrentes de conspiranoia, habrá llegado a la conclusión de que se trata de la evidencia de un plan maléfico que consiste en fumigarnos con sustancias químicas que nos enferman, nos controlan o nos esterilizan. O, como en mi caso, que generan alopecia irreversible. Y no solo eso, sino que además estará convencido de que quienes afirman lo contrario son unos mentirosos, unos cómplices o unos ignorantes. ¡En cualquier caso, personas que no deberían tener cabida en este mundo!
Los conspiranoicos se aferran a teorías sin fundamento, desconfían de las fuentes oficiales y se sienten parte de una minoría iluminada que conoce la verdad. La verdad absoluta e indiscutible. La verdad que solo ellos poseen y que nadie más puede ver. La verdad que les hace sentir especiales y superiores. Caray, ahora que lo escribo, a veces incluso yo mismo me siento así…
Pero ¿cómo es posible que en una sociedad en la que disponemos de tanta información haya cada vez menos conocimiento? ¿Cómo es posible que en un mundo en el que se invierte cada vez más educación se esté produciendo una disminución tan alarmante (aunque apuesto a que algunas élites lo celebran) del pensamiento crítico? Nadamos en un océano de datos pero morimos de sed de sabiduría. Disculpen mi vena poética.
Quizá la excesiva cantidad de información y distracciones hace que creamos que no vale la pena esforzarse en adquirir conocimientos. Nos quedamos con una imagen atractiva, una frase chocante, buscamos quienes nos presenten de la forma más atrevida las ideas que ya incubamos. Sesgo de confirmación, lo llaman. ¿Para qué molestarse en leer si ya disponemos de un meme que compartir?
Además, vivimos en una época en la que priman más los sentimientos que la razón, más las impresiones que los argumentos. Nos dejamos llevar por el enfado, el miedo, la indignación o la euforia con una facilidad pasmosa. ¿Para qué molestarse en pensar si ya tenemos una emoción que sentir? ¡Kant, no molestes,sigue durmiendo el sueño de los justos con el cielo estrellado por encima de ti!
Por desgracia, esta situación no solo genera ignorancia sino también violencia. Recientemente hemos asistido al penoso espectáculo de ver cómo ciertos meteorólogos populares han recibido amenazas de esos conspiranoicos que les acusan de ser cómplices de las “chem trails”. Estas personas no solo se niegan a aceptar la realidad sino que además quieren imponer su visión a los demás mediante el insulto y la fuerza. Al margen de demostrar su inteligencia dedicándose a matar al mensajero.
¿Qué hacer ante este panorama? ¿Cómo fomentar el espíritu crítico y el pensamiento racional para evitar esta barbarie intelectual?
La respuesta no puede ser otra más que la educación. Una educación basada en desarrollar el pensamiento lógico y creativo, en fomentar el diálogo y el debate, en estimular la curiosidad y la investigación basada en la ciencia para comprender los fenómenos naturales y sociales. Además, he consultado las cartas del Tarot y afirman lo mismo.
Sobre el papel, este es el espíritu que guía nuestra nueva ley educativa a medio implantar. Aunque solo sobre el papel, porque pretende fomentar el espíritu crítico vaciando las asignaturas de contenido en favor del entretenimiento y el uso universal de las nuevas tecnologías (si los adultos ya estamos abducidos por las pantallas en nuestro tiempo libre y nuestros hijos también, imaginen cuando en colegios e institutos, en vez de leer y escribir, también deban estar pendientes de ellas, cosa que por cierto ya sucede) que priman más la forma que el fondo, una maraña de criterios de evaluación ininteligibles y la funcionalidad. Y no es posible cultivar el espíritu crítico sin conocimientos. Sin datos. Sin esfuerzo por aprenderlos y comprenderlos. Sin cultura general básica.
En todo caso fomentará el “espíritu crítico” de los conspiranoicos. De quienes ven fumigaciones en las estelas de condensación de los aviones comerciales. De los negacionistas del cambio climático, del covid, de la violencia machista y del holocausto. Y el de los terraplanistas. El “espíritu crítico” que va a generar cada vez más apoyos a partidos que defienden ideas radicales, fácilmente vendibles mediante un simple eslogan o una imagen en redes sociales. No creo que sea el tipo de educación que ayude a nuestros jóvenes a distinguir entre la verdad y la mentira, entre la ciencia y la pseudociencia, entre la información y la manipulación, y por lo tanto, por mucho que la ley en su planteamiento general se lo proponga, la que les prepare para vivir en una sociedad democrática plural que les permita afrontar los tremendos retos que se atisban en el futuro próximo.
A menos que se nos fumigue masivamente sentido común desde el cielo, claro. ¡Una idea genial para una start-up!

Javier Serra

1 thought on “FUMIGADOS

  1. Enhorabuena Javier Serra. Buen artículo y necesario. Hay que ver el daño que hace al dividir a las familias y comunidades estas afirmaciones que “son indiscutibles”. El esencialismo o integrismo de opinion fomenta el odio al projimo pues no se admite la duda ni la disidencia. ¿Qué hacer? Intentar contagiar el amor a saber, la duda y el placer de imaginar cosas alternativas. ¡Viva la cultura!

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