Del egocentrismo a la generosidad

María Vives Gomila

María Vives Gomila                                                                                                                 

Profesora Emérita de Psicologia de la UB. y escritora                                                                                                                                                                                                                                                                                              

De la misma manera que hemos podido observar la evolución de la inteligencia, también podemos ver los procesos que llevan al desarrollo de la afectividad. Partimos de un estar centrados en nosotros mismos, como primera parte de la evolución natural de todo ser humano. Descubrimos primero, el entorno más cercano, la percepción de los objetos, los sonidos, el olor, el sabor, el tacto. Gradualmente, y de forma parcial, tendemos a reconocer a las personas que nos rodean, las cuales nos ayudan a descubrir que no estamos solos, ni somos el centro del universo. Vemos que, además de padres y hermanos, hay compañeros de distintas edades y otros adultos. De ahí, el papel que padres, profesores y la sociedad en general, tienen en la educación de los niños y adolescentes. Si este aspecto se cuida, el niño  aprende a respetarse, a respetar y a compartir su proyecto de aprendizaje con los demás.

             Compartir no es fácil, es reconocer que lo que hemos recibido, sea poco o mucho, es la consecuencia de muchas herencias; además de la genética, la histórica, la cultural, la generacional y ambiental. Herencias recibidas de las personas del entorno cercano, que se habrán preocupado de su transmisión. Descubrimos la herencia familiar, la experiencia de los valores recibidos y en su momento transmitidos. La valoración del conocimiento y la cultura, la importancia del sentido crítico para aprender a no ser dominadores ni dominados. El momento histórico que nos ha tocado vivir tiene también su influencia, así como el ambiente familiar, escolar, relacional y social.

             Dado que la imitación es una de las primeras formas de aprendizaje, la responsabilidad del adulto cercano es básica para ayudar a interiorizar las más elementales normas de convivencia, que empezarán a ser pronto interpretadas. De la madre, como primer objeto de la relación interpersonal -y posteriormente del padre y el resto de la familia-, el bebé, el niño asimila gestos, movimientos, observa su sonrisa y aprende de ese espejo a imitar y a hacer lo mismo. Al sentirse querido, también aprende a querer. A partir de este punto puede haber una deriva evolutiva con los sentimientos que irá adquiriendo paulatinamente.

             Un niño, que tiene buenas experiencias en estas primeras relaciones, se siente gratificado y puede repetir fácilmente esos sentimientos, ya que es su experiencia y puede transmitirla. Por otra parte, cuando el ambiente es negativo, ocurre todo lo contrario. Ante un malestar emocional y la falta de control del impulso agresivo, el niño puede responder a condiciones que pueden precipitar respuestas como el enfado, la ira, la agresividad. Incluiría la violencia espontánea y también la patológica. La impulsividad, propia de la infancia, puede dominar gran parte del comportamiento de los niños más desinhibidos. La influencia del adulto puede ayudarles a interiorizar las normas, dado que es ante este adulto donde los niños se muestran más agresivos, especialmente si se sienten frustrados, sea para defenderse o provocar a los demás.

             Para que el niño pueda mantener su equilibrio emocional tendrá que aprender a expresar sus emociones, también las tensiones y sentimientos agresivos. Mantener la agresividad en su interior, dirigirla hacia los demás o contra sí mismo al somatizarla, podría indicar, en determinados casos, la conveniencia de ayuda terapéutica con objeto de  que el niño aprenda a expresar de forma adecuada sus sentimientos descubriendo nuevas vías de salida al sentimiento agresivo.

             La vida afectiva del niño durante los dos primeros años se   corresponde normalmente con la evolución de las funciones motrices y cognoscitivas, de modo que suele existir un paralelismo entre el desarrollo afectivo, motriz, intelectual y del lenguaje.

             A medida que los estados afectivos no generan todavía la interacción con los demás, el nivel de afectividad muestra un egocentrismo que se traduce en un amor a sí mismo centrado en el cuerpo.

             Cuando el niño descubre a los demás, sus sentimientos dependerán de esta interacción pasando de un narcisismo primario, centrado en sí mismo, al desarrollo de los sentimientos interindividuales.

             De este modo, entra en el mundo de la representación interior, aunque todavía existe un predominio del narcisismo, donde el niño reacciona con un egocentrismo inconsciente, diferente de cómo puede hacerlo un adulto. Aquí interviene el modelo y la responsabilidad del adulto cercano, como punto de referencia que puede asumir el niño, siempre y cuando este adulto pueda ser admirado e imitado.

             Sea adolescente o adulto, el narcisista se cree la omnipotencia de su pensamiento. Para superar este narcisismo (estar centrado sobre sí mismo) debe haberse iniciado la relación con el otro, dejar de ser y sentirse el centro del mundo como lo experimenta un bebé, para quien lo único importante es su bienestar.

             Vincularse representa haber descubierto al otro como persona independiente y diferenciada que tiene entidad por sí misma. Sólo a partir de este momento, el narcisismo inicial va desapareciendo al haber descubierto a los demás. Esto representa aprender a escuchar otras ideas, aceptar y recibir de ese otro, de quien se puede aprender, se puede esperar y al que también se puede querer. Vincularse es bastante más que ‘un hola y un adiós’, expresado con mayor o menor cortesía.

             La afectividad sufre un cambio profundo en la segunda infancia con la consiguiente influencia del entorno familiar, escolar y social y que se dará en toda relación de amistad, fundada en la estima donde no predomine ni la autoridad ni el autoritarismo.

             Por lo general, hay respeto mutuo cuando los individuos se atribuyen recíprocamente un valor personal, como en toda amistad centrada en la estima. Es la lógica de los valores con el predominio de la honradez, el sentido de justicia y la voluntad personal. En el momento en el que todas estas y otras características están presentes, es cuando, en el mejor de los casos, el adolescente se prepara para entrar en la sociedad adulta, mediante los proyectos o los programas de vida, aunque al principio pueda mostrar cierta tendencia a alejarse de la realidad.

             Es la afectividad la que da valor a las actividades que realizan tanto adolescentes como adultos controlando su energía; pero también debe decirse que la afectividad necesita del concurso de la inteligencia, que es la que procura los medios para conseguir los objetivos deseados. De hecho, la tendencia más profunda de toda actividad humana reside en el equilibrio entre inteligencia y afectividad, que junto a otras características comentadas, se espera pueda gobernar el comportamiento  del joven y del adulto.

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