Danza de emociones. Viaje de ida. Pasos en las arenas del tiempo. Alba y ocaso. Sueños negros y blancos. Caminos equivocados. Deseo de colores olvidados. Tiempo encerrado en un solo olor. Acordes en la piel. Arpegios en una mirada. Baúl de mil caricias y maleta de otros tantos “te quiero”. Personas que nacieron de ti y otras en ti. Amor, amor, amor. Pero también una piel sufrida. El camino en el que desaparece lo andado. Senderos impuestos. Recuerdos maquillados. Lluvias de dolor. Ríos de lágrimas y a veces de sangre. Heridas incurables. Añicos en el corazón. Asfixia en el alma. Cuchilladas en las entrañas. Sueños arrugados. Adioses dolorosos. Miedo, miedo, miedo.

Le leyó aquel poema mientras ella no dejaba de llorar en la fría cama de un hospital. Tan solo unas horas atrás su mano temblorosa sostenía un cúter oxidado. Pelo, saliva, llanto, apenas sabía que es vivir y sin embargo estaba dispuesta a saber lo que es morir. Una bañera sucia, cómplice silenciosa de la tragedia, guardaba su sangre diluida entre aguas de muerte. Reflejos grotescos alcanzaron su retina. Una nota salpicada sobre un suelo empapado de dolor. Palabras arrancadas al alma. Una despedida que hablaba del odio, del abuso, del acoso, del ahogo y la pena anunciada. Contenidas en el tiempo, esperando una paz que solo la muerte puede darle. Sueños fundidos entre charcos rosados y juntas de baldosas.

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Alicia acababa de cumplir catorce años y a pesar de su corta edad trató de explicar muchas veces a aquellos adultos sordos que a menudo y sin importar el lugar, sus compañeras de clase la arrinconaban, le pegaban e insultaban. Hueles mal, eres fea y das asco fueron palabras que no conseguía arrancar de su mente, las seguía oyendo aunque ya no estuviera allí. Justo en el mismo lugar donde se debería aprender a convivir, donde descubrir algo sobre el significado de vivir, ella estaba recibiendo una lección equivocada.

Los últimos meses creyó morir cada día un poco. Cada vez que debía prepararse para ir a la escuela, con el miedo atado a su garganta y sus manos temblorosas se preguntaba que le harían hoy. Todavía recuerda, se estremece y el llanto vuelve a sus ojos. La habían zarandeado tanto aquel día que vomitó sobre el frio suelo de los lavabos, le lanzaron papel higiénico mojado y con las escobillas del váter le golpearon la cabeza, después la empujaron y la hicieron caer sobre su propio vomito. Aquel día además del almuerzo le robaron la dignidad tras hacer fotos y grabaciones con el móvil con las que reírse más tarde de ella.

No exageres son cosas de niños, le habían dicho, tras lo cual le hablaban sobre ese manido sentido de la vida, uno que necesita acomodarse a patrones inventados para que parezca tener un mínimo de significado. La razón y la lógica de los adultos siempre estuvieron dispuestas y hasta destinadas a destruir toda comprensión. Como si al no creerlo dejara de existir. Como si al negarlo Alicia dejara de ser víctima de una tan vergonzosa llaga en una sociedad ciega y sorda como es el acoso. Querían darle sentido a algo que no lo necesita, al tiempo que le quitaban color y transparencia a la verdad, tornándola en tonos opacos y sucios.

Decidió no volver a contar nada a aquellos adultos demasiado ocupados en cosas que parecían más importantes que ella y entonces pensó que no debía ser lo suficientemente valiosa como para hacerles perder su tiempo. Lejos de enfadarse con aquellas personas, su joven mente decidió pensar que el problema era ella. Era fea, olía mal por mucho que se duchara, daba asco, se daba asco. Se encerraba en su cuarto a la espera de un día siguiente donde recibiría su castigo por ser así. Soy un estorbo para mis padres, como podrían querer a una niña como yo.

En una de las agresiones oyó decir a alguien, “no mereces vivir” mientras le propinaba una patada en el estómago y aquella frase se había atascado en su mente como un estigma. Seguía rondando sus sentidos como si fuese la respuesta a todas sus preguntas y así fue como empezó a ver la solución a todos sus problemas, se quitaría la vida y así descansaría por fin.

Buscó entre las herramientas de papa y encontró aquel cúter oxidado que parecía esperarle, todo aparentaba por fin tener algún sentido. No había nadie en casa y el destino la llamaba con una dulce voz. Escribió una nota de despedida pidiendo perdón por haber nacido, se desnudó y se hundió en las tibias aguas de aquella bañera tal como había visto en alguna película. El agua se desbordo al entrar pero ya no le importó. Miró el óxido de aquella cuchilla y vio como se hundía en la blanca y tierna carne de sus muñecas. De repente se tiñó hasta el aire, el rojo de la vida la acompañó hacia la muerte.

Tristemente no todos los jovencitos que han vivido el acoso en su piel pudieron salvar su vida como Alicia, ella ya nunca más volvería a ese colegio, pero ahora debía deshacer el dolor, la maraña de su autoestima, el puzle de su imagen y descubrir si realmente la vida tiene otro lado amable como le dijeron.

Historias como estas y fenómenos como el acoso desde tierna edad debería llevarnos a algún tipo de reflexión. La vida teje a nuestras espaldas sin que ni siquiera oigamos las puntadas. En el tejido de nuestras vivencias cose con hilos de dolor y de amor a un tiempo. Por increíble que parezca podemos vivir sin que nuestras vidas tengan ningún sentido, somos capaces de remitirnos a vidas primarias y seguir viviendo. A veces nos comportamos con menos pasión que un paramecio y sin embargo levantamos la cabeza como especie superior. Creemos que somos libres, cuando las leyes no escritas siguen guiando nuestras vidas, decálogos impuestos como si en el fondo no quisiéramos ser libres, como si nos diera miedo la libertad, nos diera miedo vivir. Le hemos dedicado canciones, sonetos y arias pero seguimos teniéndole miedo. Algo tan grande que lo vemos como un abismo negro. Y como siempre el miedo tiene que salir como depredador agazapado, esa temible sombra que ahoga nuestros sueños, pasiones y futuro. Pero lo más curioso es que ese terrorífico ente de fauces obscenas, de temibles garras y afilados colmillos, en realidad no existe, solo es una invención de nuestra oscura imaginación.

 Como reza el poema, vivir es miedo, miedo, miedo. Pero también es, amor, amor, amor.

Manuel Salcedo Galvez

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