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Matando el tiempo – A TODA COSTA

“Cuando se pasan los setenta años, son muy pocas las cosas que nos parecen disparates”


En aquella mañana de febrero, Antonio jubilado, como cada mañana interrumpía su paseo uniéndose al grupo de ociosos que detrás de las vallas de protección, no perdían de vista las obras públicas que se estaban realizando en la Gran Avenida.

Junto a esta costumbre estaba la de comentar, por lo bajo, los trabajos de los obreros.

Cada ‘mirón’ ponía de vuelta y media al peón más próximo, bien por la aparente lentitud que mostraban en su trabajo o sobre el hecho de que mientras unos abrían zanjas otros las tapaban para de nuevo reabrirlas, en supuesta descoordinación.

Un buen día se cansó de mirar, y se dedicó a pasearse de farmacia en farmacia por media ciudad, para observar cómo tomaban la tensión a los clientes.

Se había aficionado casi por casualidad, un día que bajó a comprar aspirinas y se encontró con un vecino que tenía el brazo dentro de un aparato medidor de presión arterial de esos electrónicos, con sus danzarines e hipnóticos números que se asemejaban a una ruleta produciendo idéntica ansiedad y expectación por ver en qué número se detenía.

Con disimulo tomaba notas en una diminuta libreta y pudo, al cabo de unos cuantos meses, observar que el número de hipertensos en su localidad era casi alarmante, cosa que no dejaba de comentar a familia, amigos y especialmente, a los desconocidos con los que se tropezaba en las mismas farmacias.

Ya ve, este chico tiene la máxima en quince y la mínima con diez, a pesar de lo joven que todavía es.


El único inconveniente que tenía aquella práctica, un tanto maquiavélica, que le distraía y divertía, era que cuando el farmacéutico le preguntaba qué deseaba, no podía limitarse a contestar que sólo estaba mirando, como si se paseara por una librería o una tienda de ropa, así que acabó dejándose una fortuna en preservativos que era lo único que compraba, en un presuntuoso intento, por dejar en buen lugar su virilidad.

Hoy su mayor preocupación consiste en qué hacer con tantas cajas de profilácticos. 

Francisco Ponce Carrasco

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