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MAÑANA EMBARCO (1/4)

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Dedicado al Mar Menor

¡Por la hija de las aguas!
El curso del viento la hace deslizarse
marchando como el borracho camina
o sopla el medio viento.

Le han largado una vela
y es como si sobre ella
un toldo de nubes le diese sombra.

Es como una nadadora de miembros flojos
sobre el lomo del viento:
tan pronto la sube como la baja,
descubriendo para nosotros
todo su vientre liso y estrepitoso
por el choque de las olas con sus costados.

(Abd Allah ibn Salafir,
traducido por T. Gallega en Gallega Ortega,
Teófilo (1996), Poetas árabes de Xativa,
páginas 65-6. Xátiva. Ed. Quatre Fulles, S.L.)

Escucho a mis espaldas la voz del poeta, que susurra sus primeros intentos de versos sobre lo que todos estamos contemplando. Que si la nave danza sobre el agua como un borracho que no teme al viento, que si la vela se despliega como una nube que da sombra mientras el casco cruje bajo la presión de las olas… Sin duda, más tarde nos deleitará en voz alta con el ingenioso resultado de sus líricos tanteos. Entretanto, yo sigo pendiente de aquella formación naval y de todo lo que la rodea, preguntándome si alguna vez seré digno de comandarla.

En la laguna del alcázar[1] se navega rápido y cómodo y yo, nervioso, miro a mi alrededor. Es este un mar llano que, normalmente, carece de oleaje o, si acaso, sus olas son pequeñitas. Y los vientos hinchan las velas con facilidad, sobre todo a determinadas horas. ¡Tanto que hasta parece que algunas embarcaciones vuelan!

Todo esto lo saben bien mi padre, Muhammad ibn Mardanish, y nuestros hombres. Y es por eso que estamos hoy aquí, en la orilla, supervisando los entrenamientos de nuestra flota. A lo lejos, las velas desplegadas y los remos listos para ayudar o sustituir al viento. El espectáculo naval es impresionante: decenas de barcos surcan al unísono y en perfecta formación las diminutas olas que la brisa de hoy, a duras penas, levanta. Los gritos de los capitanes, dando órdenes a sus tripulaciones, son traídos hacia la costa y llegan nítidos a nuestros oídos. A mi lado, mi hermano Ganim suelta una carcajada al ver cómo una de las naves pierde el ritmo y se descoordina. ¡Apuesto a que ese capitán está borracho!, exclama entre risas. Yo no puedo evitar sonreír, tratando de disimular mi nerviosismo y pensando que si resulta ser cierto ―lo de la borrachera―, ese capitán mañana remará como uno más de su tripulación. O algo peor.

Hilal, me dice entonces mi padre, esta laguna es ideal para entrenar, sobre todo para los novatos. El oleaje es ínfimo, cuando no inexistente; tanto que hasta un burro podría aprender a remar.

Me río, tratando de disimular el nerviosismo que se agita en mi interior. Y rezo para que la comparación del burro no la haya hecho pensando en mí. Mi padre me observa con una sonrisa ladeada, posiblemente consciente de mis dudas, pero no dice nada sobre ellas. Su mirada parece decirme que confía en mí, aunque yo mismo aún no lo tenga claro y, enseguida, continúa hablándome con la firmeza justa:

El agua es limpia y transparente y, cuando llega la hora de comer, no falta pescado ni marisco que llevarse a la boca. O aves. Aquí la vida abunda y es generosa. Inagotable, diría yo. Por cierto, mañana te embarcas. Ha añadido esto último con tono serio.

Ya lo sabía, pero escucho sus palabras ensimismado, con la vista perdida en lontananza, tratando de contener el nerviosismo que se agita en mi interior. Al oírlo de su boca, el peso de la responsabilidad se hace más palpable y noto el aceleramiento de mi corazón. Lo sé, padre, respondo, ocultando las dudas que me queman por dentro y que él, como si poseyera el olfato de un lobo astuto, sospecha.

Continuará


[1]      al-Buhayrat al-Qasr, nombre que dieron los árabes al Mar Menor: Laguna del Alcázar. Nótese que de al-Buhayrat vendría la palabra albufera y que al-Qasr se referiría al actual Los Alcázares.

Sergio Reyes Puerta

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