La lágrima de la Virgen (II de VI)

El relato «La lágrima de la Virgen» forma parte de mi libro «Comprimidos para la memoria o recuerdos comprimidos» (Valencia 2017)

Un vecino, que cuando mozo había sido soldado, dijo haber visto, entrada la noche, a un par de embozados transitar por esa calle, pensó que serían aguaciles, dado que de sus negras capas sobresalían las vainas de las espadas, precisando que una era ropera de lazo y la otra de taza. Pero lo que le extrañó es que uno portaba saya talar bajo la capa. Le había llamado la atención la torva mirada de este último, de la que hacía mofa.

Los aguaciles del barrio negaron haber estado por allí a esas horas, habían iniciado la ronda al filo de la media noche y el vecino decía haberlos visto con las primeras sombras.

A Florián, al igual que les pasó a los compañeros de Diego, le extrañó que los carreteros, durante toda la carga, no se hubieran desprendido de sus embozos, dado lo caluroso de aquellas fechas, pero no los relacionó con la muerte de Diego porque cargaron muy de mañana y partieron, inmediatamente, para Francia.

Aunque Florián, como había prometido a Felipe y a Gabriela, no abandonó la investigación ya no pudo ventear nuevos indicios que le ayudaran a prender al o a los asesinos. Estaba convencido que habían sido aquellos dos tapados, a los que el vecino creyó ver. Otro dijo haberlos visto en lo alto de un carro que transportaba un gran bulto, pero no recordaba a qué hora y no quedaba claro si se trataba de los que habían recogido la imagen o de otros.

Bernardo confirmó que esa mañana había expedido una imagen tallada por Diego con destino a una iglesia francesa, aclarando que se trataba del regalo para un alto jerarca de la iglesia, y que el oferente deseaba permanecer en el anonimato, para lo que había pagado generosamente, y de ahí la reserva con la que se trató.

Florián reunió a Gabriela y a sus hijos, les narró sus indagaciones y los pobres resultados obtenidos, aunque juró solemnemente no rendirse hasta esclarecerlo. Resumiendo su opinión, no creía que si lo que estaba esculpiendo era una Virgen para una alta personalidad eclesiástica, no permitiese verla a sus trabajadores, aunque solo fuese para aprender de la técnica con que se trabajaba. Prefería creer la historia de los trabajadores, que decían que lo allí se estaba tallando era una figura obscena. El dolor de los familiares del finado no recibió alivio alguno.

Gabriela, que sí sabía cuál fue el último trabajo de Diego calló. Él se lo había contado la última vez que yació con ella, pero ella había prometido no revelarlo, para que no se supiera que él había faltado a su promesa de no desvelar la naturaleza del encargo.

Solo Bernardo conocía los pormenores del encargo en que trabajaba Diego. En otros tiempos lo hubiese esculpido él mismo, pero con la vista tan mermada y la avanzada artrosis no podía emplearse como antes. Precisaba a Diego. Por eso cuando, meses atrás, este le abordó con la pretensión de dejar el taller para establecerse por su cuenta, Bernardo hubo de tragar sapos y culebras para que su oficial no le abandonara en aquel momento.

Diego era reconocido como un magnifico tallista, llevaba muchos años de oficial y a Bernardo que era su maestro, ya no le quedaba nada que enseñarle, pero este lo precisaba para mantener la fama de su taller, él tenía buenos contactos con el clero y la nobleza que eran quienes permitían que esa actividad no desapareciese, pero sin unas buenas manos en el taller, este se vendría abajo. Lo que más sorprendió a Diego, al decirle que se iba, es que Bernardo se  mostrara más apesadumbrado que irritado.

LV 2ª web

—Has elegido el peor momento para irte, y no lo digo por mí, sino por ti y  tu futura carrera.

—¿Por qué maestro?

—Siempre te dije que tenía grandes planes para ti y ahora había llegado el momento. Es una lástima que quieras irte. En fin, se lo pasaré a mi yerno. Maneja la gubia peor que tú, pero es lo que hay. Yo ya no estoy para la talla.

—Compréndame maestro, aquí nunca pasare de oficial y creo estar capacitado para ejercer de maestro… aunque sea bajo su dirección. Pero sé que nombrará maestro a su yerno y cuando usted falte, quiera Dios que tarde mucho, seré un oficial a las órdenes de mi aprendiz.

—Te entiendo y por eso te había reservado este encargo, que nos hace un noble que no quiere desvelar su nombre y que, según se rumorea, es para obsequiar a Su Santidad. Pensaba que lo tallaras tu solo de principio a fin, y luego, cuando se la entregasen al Papa, si él lo consentía, te anunciaría como su autor, eso te permitiría emprender, más desahogado, tu maestría independiente y a mí guardar dos tercios del precio de la obra, el otro tercio sería para ti, que falta te hará para ponerte por tu cuenta. Pero si te vas, ya me las arreglaré para cumplir el encargo. ¿Cuándo te vas?

— Maestro… si quiere me quedo a acabar esa obra y luego me voy…

—¿Y cómo sé que trabajaras con todo tu espíritu, si al acabar te piensas ir? Nada te importará el buen nombre de mi taller.

—Maestro si no le gusta como la concluyo, no me pague…

Bernardo se quedó pensativo, en su interior parecía librarse una tremenda contienda y tras mucho pensar aceptó, ante la expectación de Diego.

—Aunque tengo adelantada la mitad del precio del encargo, no te daré nada hasta que la concluyas a mi gusto. Cobraras todas las semanas igual que hasta ahora, y si la imagen me gusta te daré un tercio de la merced que por ella reciba. Si no me gusta deberás trabajar para mi taller hasta que considere pagados los estipendios que te dé mientras la concluyes y los materiales que se echen a perder. ¿Aceptas?

Diego, confiado en su habilidad, acepto, aunque con aquello se jugara el futuro de su familia.

—Acepto maestro.

—Creo que hemos tomado la decisión acertada. Ahora te explicaré como ha de ser el encargo, pero lo primero que has de saber es que nadie, absolutamente nadie, debe conocer en qué estás trabajando, ni ninguna característica o detalle del encargo. Te encerraras en mi estudio particular y no abrirás a nadie, a excepción mía. No se lo contaras a nadie del taller ni de fuera, ni siquiera a tu mujer o tus hijos. ¿Enterado?

Continuará

Alberto Giménez Prieto

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