Hacia las orillas del silencio

Únicamente el “silencio habitado” es compatible con la estructura y vocación del hombre.

MICHEL HUBAULT

 

 

Muchos, nos refugiamos en la mar en este tiempo de verano, admiramos los atardeceres, la luz que flota sobre las aguas que invitan a la meditación y el silencio. Como el sol que ilumina el mar, el silencio ilumina el corazón, es un ejercicio del espíritu en medio de las tempestades de nuestro mundo: guerra, crisis, inflación, nihilismo, etc. Como el caminante entre la arena del mar, el amante del silencio encuentra la tranquilidad para escapar del ruido del mundo y del propio yo, encontrando serenidad, paciencia, discernimiento y compañía, abriéndonos a esa realidad que nos transciende

El nihilismo es ante todo una experiencia histórica, es la historia de occidente, donde el dominio de lo suprasensible caduca, pierde su valor y su sentido. El término no designa una nada, un simple vacío, es el escenario de los simulacros, el espacio donde todo es posible, nada es verdad ni mentira, sino interpretación. Por lo tanto, el nihilismo, quiere ir más allá del ateísmo; este pierde también su fundamento, es ante todo politeísta, sea en numerosos valores.

La sentencia de la “muerte de Dios”, puede ser leía desde una perspectiva más amplia, la crisis de la razón, la muerte de lo absoluto (Heidegger). El triunfo del nihilismo, supone no sólo la destrucción de los valores supremos (el más significativo es la muerte de Dios), sino el triunfo del ente que supone el final de la metafísica.  Con la muerte de Dios, también mueren todas las secularizaciones o sustitutos: la humanidad, la razón, el proletariado, el principio esperanza, los fines últimos y absolutos, la utopía, etc.

Se nos presenta un mundo con muchos dioses y sin fundamentos últimos. El sujeto pierde su centro y el logos se convierte en lenguaje, en poesía, en arte. La racionalidad cede terreno ante lo discursivo y simbólico. Nos encontramos ante un abismo abierto, sin suelo firme, sin puerto donde anclar al abrigo de la ideología o el pensamiento. Parece no haber fundamento para el fundamento.

El mundo verdadero se ha convertido en fábula, se produce una glorificación de los simulacros y los reflejos. No hay principios fijos, es la época de pluralismo teórico y ético, de la proliferación de proyectos y modelos. Así el nihilismo es politeísmo porque en él cabe todo, no hay verdad, sólo interpretación.

Se afirma el yo como única tarea, un yo infantilizado, sin proyectos ni metas. Es un asentarse en la vida sin toma de postura, más allá del bien y del mal se puede sobrevivir, incluso frívolamente. No hay tiempo para compromisos, se banalizan las utopías, los proyectos globales, los valores y la ética. Se produce una ruptura y un derrumbamiento de la experiencia. Así con todo, el nihilismo acaba siendo una experiencia religiosa.

En esta realidad nihilista se han cerrado muchas puertas para acceder a la transcendencia y nos ha llenado la vida de ruidos. Todo esto nos indica que se debe pensar la transcendencia superando la dependencia metafísica, más bien desde la vivencia personal y no desligada de la cultura. No es una actitud acomodaticia, ni segura de sí misma, tal vez es buscar en la noche oscura del alma, esa ausencia, que es a la vez presencia. Vivimos en época del silencio.

Existen silencios que nos maduran, que nos hacen brotar las palabras más tiernas y más hondas, que nos permiten escuchar los susurros más finos. En ellos, necesitamos, antes que nada, encontrarnos más profundamente con nosotros mismos y buscar ese silencio. El hombre de hoy tiene soledad, pero parece no tener silencio. Necesita tener el valor de quedarse a solas, acercarse a lo más íntimo de su ser, en esa realidad profunda es donde se manifiesta Dios.

El silencio tiene vida propia. Es una realidad autónoma con la que podemos relacionarnos, anida y habita como fundamento de toda realidad. Una realidad que solo puede ser palpada en la noche oscura del alma, de la que procede todo ser y a la que retornan todas las cosas. Es la esencia de lo simple, es el fenómeno de lo diferente, más allá de las cosas, palabras, acontecimientos, relaciones, identidades. Sólo en el silencio puede tener sentido la palabra Dios.

La pedagogía del silencio nos abre a los grandes místicos, a ese estado más allá del pensar, donde el amor ya no plantea preguntas, sino que se abre al misterio liberando toda pregunta. No todos estamos llamados a vivir como místicos, pero todos tenemos la necesidad vital del silencio. Comentaba Julien Green en su Diario: El silencio de esta habitación donde escribo es una de las mayores riquezas de mi vida. El silencio es un regreso a las fuentes de la vida, a lo más bello y esencial de cuanto nos habita. Es un retorno a nuestro ser, al ser de Dios que habita en nosotros.

 

Juan Antonio Mateos Pérez

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