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Entre la almohada y la fantasía – A TODA COSTA

final-Francisco Ponce

Hablemos, del fascinante y perturbador mundo del sueño y sus parientes cercanos:

En primer lugar, el sueño, ese estado fisiológico que nos visita después de un día de trabajo o de ocio bien merecido, es como el pariente sensato de los sueños. Se trata de un proceso necesario, esencial, casi tan natural como, comer o respirar, que tiene su día de celebración el 14 de marzo de cada año.

En teoría, se califica de ser reparador y rejuvenecedor, es el momento en que nuestra mente y cuerpo hace un reseteo.

Pero, en la práctica, el sueño es muchas veces un rollo. Nos pasamos toda la noche en una guerra con las sábanas, hasta que se encuentra esa posición cómoda que al fin llega.

Y si tienes suerte, conseguirás ese descanso reparador… mientras al despertar te preguntas tengo un cuello más rígido que un robot de los años 90.

Pero claro, la cosa no termina, aquí.

En los sueños oníricos, la lógica se ausenta y te deja perdido por paisajes imposibles.

De repente, estás en tu clase de matemáticas en la primaria (a pesar de ser adulto) y, cuando decides ir al baño, la puerta no tiene manija. Ah, y la persona con la que estás hablando está vestida de plátano. ¿Por qué? No se sabe.

El primero te da la sensación de que, por fin, logras un poco de orden en tu vida, pero lo que aparece en el segundo, todo se convierte en un caos maravilloso.

Y es donde la cosa se pone más interesante: el sueño onírico tiene la extraña habilidad de dejarte con la alucinación de haber hecho algo importante, como si en esa excursión por la luna y las estrellas, o ese intercambio de palabras con el unicornio ha tenido que ver con algo de tu profundo interior.

Pero no, claro que no. Solo te despiertas con el cerebro hecho un nudo y la pregunta eterna: ¿Qué me acaba de pasar?

Así que el sueño, al final, es como esa fantasía de los políticos en campaña: nos prometen soluciones y avances, pero nos dejan con más dudas que certezas.

En fin y resumiendo: El sueño es la sensación de la tranquilidad, y los sueños oníricos, el escape a la locura. Y aunque ambos son parte de nuestra naturaleza, no podemos evitar decir que, al final, el sueño en sí es solo una excusa para llegar a esos viajes absurdos que pueden ocurrir cuando nuestro mente decide ponerlo todo patas arriba.

Hasta la próxima jornada de descanso o delirio, o mejor sigamos a Calderón de la Barca, cundo dice: “La vida es sueño, y los sueños, sueños son”.

Francisco Ponce Carrasco

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