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CAMINANDO EN COMPAÑÍA DE JESÚS (3ª Parte).

CAMINANDO EN COMPAÑÍA DE JESÚS (3ª Parte).
Implica un gran dinamismo, ya que obliga a estar siempre atentos a los nuevos retos y tratar de responder a ellos.
Esto ha conducido a los Jesuitas a poder realizar su trabajo, en muchas ocasiones, en las llamadas “fronteras”, sean geográficas o culturales. Esta espiritualidad ha impregnado no solo el estilo de los Jesuitas, si no, también el de otras Congregaciones religiosas y numerosos grupos de Laicos.
El fomento y difusión de esta espiritualidad, tiene su eje central en lo que llaman, los ejercicios espirituales, que son un proceso de experiencias de Dios, para buscar, descubrir y seguir su voluntad.
Dios, no es un ser lejano o pasivo, si no, que esta actuando en el corazón de la realidad en el mundo, eso es lo que representa la encarnación de Dios en un ser humano, jesús de nazaret.
La espiritualidad de Ignacio es activa; es un discernimiento continuo, un conocimiento del espíritu de Dios actuando en el mundo, en forma de amor y de servicio.
En sentido amplio, la espiritualidad es aquello que lleva a la familia humana a canalizar sus mas profundas energías.
Les mueve a orientar sus esfuerzos para dar mas de ellos mismos y trascender. Quizá el proposito más importante de la vida sea ese; aprender a dejarse llevar por el espiritu, para poder responder a la llamada de Dios, a ser cada vez más y mejores seres humanos.
En el cristianismo, existen varios modelos que en la historia han probado su efectividad como orientación espiritual para el seguimiento de Jesus. Así podriamos decir que hay espiritualidades Franciscana, Benidictina, Dominíca, Carmelita o Ignaciana, de según los modos de seguir a Jesús de; San Francisco de Asís, Santo Domingo, San Benito, Santa Teresa, san Juan de la Cruz o San Ignacio de Loyola.
El mayor legado que San Ignacio ha dejado a la iglesia, es la espiritualidad ignaciana, contenida en el libro de los ejercicios espirituales, en muchas de las imágenes aparece escribiendo o portando este libro, en memoria de la gran herencia que nos dejó.
La espiritualidad Ignaciana, es una espiritualidad de cara al mundo, donde Dios habla y al mismo tiempo nos llama a responderle. Es una espiritualidad para buscar, hallar y hacer la voluntad de Dios en sus creaturas, utilizando todos los medios al alcance del ser humano.
La espiritualidad Ignaciana, es para quienes buscan algo más en sus vidas. Ignacio pretende, que la persona se adentre en el mundo de los deseos para dejarse llevar por aquéllos que le conducen al amor más grande y a la verdadera libertad.
La persona por si misma, tendrá que darse cuenta de cuáles son esos deseos, porque diría Ignacio que es de; más gusto y fruto
espiritual, que la persona por si misma se dé cuenta de las cosas, que si quien lo acompaña se las hiciera saber.
Ciertamente necesita un buen acompañante que le ayude a confirmar sus búsquedas.
Ignacio nos aníma a orar con los cinco sentidos; mirar, oir, tocar, oler y saborear. La oración donde sólo utilizamos la razón, no es suficiente para afectar nuestra voluntad.
Necesitamos generar experiencias dentro de la oración, que realmente afecten a los sentidos, para impulsarnos a ordenar nuestros afectos. Ignacio diría que; no el mucho saber harta y satisface el alma, si no, el sentir y gustar de las cosas internamente. Se trata de contemplar cómo Dios está presente en la naturaleza, en la creación, en la humanidad, en el universo y en mi mismo.
En efecto, Ignacio nos conduce a una relación personal y afectiva con la persona de Jesús, se trata de sentir su amistad y desde ahí buscamos vivir el seguimiento.
La persona de Jesús se convierte en modelo de nuestra vida, su modo de proceder es nuestro parámetro para relacionarnos hoy con las personas.
Como característica carismática, los Jesuitas subrayan la necesidad de tomar tiempo para reflexionar y orar y así darnos cuenta de como quiere Dios, que sirvamos en todos nuestros ministerios.
Este compromiso activo de buscar la dirección de Dios, se llama “discernimiento”. Como Jesuitas, creemos que Dios anima nuestros
corazones para contemplar el mundo y detectar las necesidades que ahí encontramos, pensando que es Jesús crucificado, resucitado quien hoy sigue llamando a nuestro corazón.
La espiritualidad Ignaciana, es una espiritualidad de la encarnación y de la acción.
Además, la espiritualidad Ignaciana, contempla el mundo como el lugar en el que Cristo caminó, conversó y abrazó a la gente.
Por lo tanto, el mundo es un lugar de gracia, en donde se puede dar la vida a otros. La espiritualidad Ignaciana, afirma nuestro potencial humano, pero también está entregada a la lucha diária y constante entre el bien y el mal.
Ninguna obra apostólica agota el bien que se puede hacer: por tanto, los Ignacianos están abiertos a toda clase de trabajos realizados en nombre de Dios, la norma Jesuita es encontrar a Dios donde mejor se le pueda servir y donde el pueblo esté mejor servido.
TIEMPOS OSCUROS PARA LA COMPAÑÍA…
Expulsión de los Jesuitas de la Monarquía Hispánica de 1767.
La expulsión de los Jesuitas de España en 1767, fue ordenada por el rey Carlos III bajo la acusación de haber sido los instigadores de los motines populares del año anterior, conocidos con el nombre de “Motín de Esquilache”.
Seis años después, el monarca español consiguió que el Papa Clemente XIV suprimiera la orden de los Jesuitas.
Fue restablecida en 1814, pero los Jesuitas serían expulsados de España dos veces más, en 1835, durante la Regencia de María Cristina de Borbón, y en 1932, bajo la segunda Rpública Española.
El Antijesuitismo en el Siglo XVIII.
La difusión del jansenismo; doctrina y movimiento de una fuerte carga antijesuítica y de la ilustración, a lo largo del siglo XVIII dejó desfasados ciertos aspectos del ideario jesuítico, especialmente, sus metodos educativos y en general, su concepto de la autoridad y del Estado.
Una monarquía, cada vez más laicizada y más absoluta, empezó a considerar a los jesuitas, no como colaboradores útiles, si no, como competidores molestos.
Además continuaron los conflictos con las órdenes religiosas tradicionales, como la inclusión en el índice de libros prohibidos de la historia pelagiana del Cardenal Agustino, Noris, gracias a la influencia que tenía la Compañía en la Inquisición, o como el rechazo que produjo la publicación de la obra Fray Gerundio de Campazas del Padre Isla, en la que el jesuita satirizaba a los frailes.
La llegada al trono del nuevo rey Carlos III en 1759, supuso un duro golpe para el poder y la influencia de la Compañía, pues el nuevo monarca, a diferencia de sus dos antecesores, no era nada favorable a los jesuitas, influido por su madre la reina Isabel de Farnesio, que siempre les tuvo prevención, y por el ambiente antijesuítico que predominaba en la corte de Nápoles de donde provenía.
Así que Carlos III, rompiendo la tradición de los Borbones, nombró como confesor real al fraile descalzo, Padre Eleta.

Gonzalo Lozano Curado

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