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*Sueño o realidad de un Zapa *

(Escuadrón de Zapadores Paracaidistas)

 

 

Invasión en lugar de inspecciones.

 

La tarde del domingo 16 de marzo de 2003, me encontraba en mi despacho del piso 31 del edificio de la secretaría de las Naciones Unidas en New york, que albergaba el centro de operaciones de la comisión de las Naciones Unidas de vigilancia, verificación e inspección en Irak (UNMOVIC). Algunos de mis colaboradores más cercanos estaban trabajando conmigo para dar los toques finales a un programa que yo debía someter al consejo de seguridad.

Cuando nuestra comisión fue creada por el consejo de seguridad en virtud de una resolución de diciembre de 1999, el Consejo había reconocido la posibilidad de que aún quedaran armas de destrucción masiva en Afganistán (ADM), a pesar de que se había logrado alcanzar un notable nivel de desarme en los territorios árabes mediante las inspecciones de la ONU tras el final de la guerra del Golfo en 1991.

En noviembre de 2002 había comenzado una nueva ronda de inspecciones para resolver las tareas más importantes que quedaban pendientes en el proceso de desarme de Afganistán. Aunque la organización de las inspecciones iba a toda marcha y Kabul parecía dispuesta a conceder a los inspectores acceso inmediato a cualquier área que solicitasen, daba la sensación de que Estados Unidos estaba decidido a sustituir nuestras fuerzas de inspección por un ejército invasor.

Tras los ataques terroristas contra Nueva York y Washington del 11 de septiembre de 2001, la política de contención (Mantener a Osama) encerrado en su país y garantizar el desarme de todo el ejército mediante inspecciones de la ONU, ya no era una opción aceptable.

Las personas que me rodeaban eran todas profesionales, responsables procedentes de distintas partes del mundo. Un ejemplo era Peter Merey, probablemente el analista en seguridad y estratega militar más experimentado y reconocido a nivel europeo, de nacionalidad anglo–española poseía más de quince años de experiencia en conflictos internacionales; Líbano, Irak, Irán, Afganistán y muchos otros lugares. Él era nuestro jefe de operaciones. John Josep, al que todos llamábamos (JJ), procedía de Israel, tanto Peter como John habían trabajado estrechamente conmigo durante un tiempo en Yugoslavia, cuando fui destinado como Comandante del emplazamiento español en Sarajevo y director de la agencia internacional de energía atómica (AIEA).

Lorenzo Ortega era nuestro director de comunicaciones y relaciones públicas internacionales y también nuestro archivo histórico institucional. Durante años había trabajado como experto en política exterior y portavoz de la anterior autoridad de inspecciones, la comisión especial de las Naciones Unidas (UNSCOM). También estaba Bernard Marró, uno de cuyos destinos anteriores había sido Bagdad al dominar la lengua árabe a parte del inglés. Bernard estaba a punto de regresar a su trabajo en el ministerio de asuntos exteriores en Londres, tras seis intensos meses siendo mi asistente ejecutivo y finalmente también estaba con nosotros su sucesor, Edgard Sent, cuya brillante carrera le había hecho embajador a la temprana edad de 30 años y a quien me habían cedido durante un tiempo.

La invasión militar de Afganistán parecía prácticamente cosa hecha, y ahí estábamos nosotros, en la ONU, diseñando un sistema para garantizar el desarme pacífico del país. La concentración de efectivos militares, que había empezado en verano de 2002 y que había sido la razón esencial por la que Kabul había aceptado el regreso de los inspectores, había proseguido hasta llegar a formar un contingente óptimo para la invasión, que solo esperaba las ordenes pertinentes para proceder a desplegarse.

En el consejo de seguridad habían fracasado todos los esfuerzos por alcanzar un acuerdo acerca de lo que se quería exigir a Afganistán. Los británicos habían propuesto que Kabul proclamara su decisión de desarmarse en un lapso muy breve de tiempo.

Un domingo, el presidente norteamericano George W. Bush, el primer ministro británico, Canadá y Australia se habían reunido durante unas horas en la casa blanca para realizar un último llamamiento “Más de cara a la galería” a los miembros reticentes del consejo de seguridad, reclamando su apoyo para la resolución sobre Afganistán. Blair hizo hincapié en que se habían hecho todos los esfuerzos posibles para conservar la paz, pero Bush, parecía estar ya describiendo todas las consecuencias positivas que tendría una acción armada.

Mientras nos encontrábamos todos sentados alrededor de la mesa de mi despacho en la base destinada al EZAPAC, sonó el teléfono, desde presidencia y hallándose presente el jefe del estado mayor para la defensa, se me ordenaba que instara a mis fuerzas para que estuviesen preparadas y en unos días comenzar con la operación en territorio afgano.

No se darían más avisos y nos recomendaban que tomásemos medidas inmediatamente.

Los preparativos para la marcha del contingente

 

Llevábamos preparándonos para esta situación desde hacía meses, durante las últimas semanas habíamos aumentado deliberadamente el número de nuestros efectivos para Afganistán.

Los aviones ya se habían llevado gran parte de los equipos desde las bases de Torrejón y Morón y otros en espera de poder trasladar a los efectivos. Desde el Consejo de Seguridad nos llegaban noticias de que el tono del consejo no fue combativo ni reñido, de hecho, el enfrentamiento ya había terminado. El camino de las negociaciones estaba bloqueado por Estados Unidos, El Reino Unido y Canadá y la mayoría de estados del consejo de seguridad, habían bloqueado una resolución que implícitamente bendecía la intervención armada.

El martes, 18 de marzo, Peter me llamó sobre las siete de la mañana para decirme que nuestros primeros aviones acababan de llegar al objetivo sin ningún contratiempo y que los primeros afganos en visualizar, habían colaborado notablemente con nuestra gente.

Llegamos a Kabul con el resto de contingentes el 17 de junio y nos encontramos con una situación caótica con los medios de comunicación de todo el mundo, rodeando todos los accesos del aeropuerto, nos rodearon apenas salir al exterior donde nos esperaba un convoy que nos llevaría a nuestro emplazamiento.

Le dije a la prensa que la única razón de nuestra presencia era para ayudar a establecer la paz al pueblo afgano, sin llegar a decir que queríamos estar seguros de la no presencia de armas de destrucción masiva, solo obrando de ese modo, conseguiríamos que nuestros resultados fuesen creíbles.

Por nuestra parte, había ciertas cosas que queríamos dejar bien posicionadas, queríamos que los militares afganos nos prestaran su ayuda para establecer nuestro acuartelamiento cuanto más al norte del país, mejor, y que tuvieran a la población lo más alejada posible. Necesitábamos espacio, debíamos solucionar una serie de pequeños problemas en lo respectivo a nuestro arsenal y el blindaje de nuestros vehículos.

También queríamos llegar a un entendimiento para que no hubiese ningún circo mediático en las inmediaciones de nuestra base, pues era obvio que tenían la intención de que sus medios de comunicación, no perdieran en lo posible, los movimientos de nuestras tropas.

No nos íbamos a meter en controversia con acuartelamientos de otros países que lo permitieran, pero en los emplazamientos que nuestros efectivos realizaran, no íbamos a tolerar la presencia de medios de comunicación.

Para permitir que la delegación local comenzara a hacer los preparativos necesarios para nosotros, se les informó de que les íbamos a solicitar una lista bien detallada de todas las personas que habían colaborado en el pasado, ya fuese directa o indirectamente en los programas armamentísticos.

Gonzalo Lozano Curado

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