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LOS NIÑOS DE RUSIA (3)

Bienvenida en Leningrado

Otro niño, Ricardo Urraco, confirma las palabras de Emiliano: “Cuando llegamos en el Sontay a la ciudad de Leningrado, nos recibieron muy bien. Como llegamos de noche, no pudimos desembarcar, nos dijeron que teníamos que dormir hasta el día siguiente. Amaneció el día y los aviones pasaban por encima de nuestras cabezas, desembarcamos todos los niños y poco a poco llegamos a la ciudad.

Nos enviaron a las duchas y luego nos dieron de comer muy bien, después nos vistieron y nos montamos en un automóvil que nos llevó hasta una casa muy grande.

En esa casa, que tenía un campo de fútbol, estuvimos tres días, más tarde nos dijeron que teníamos que ir en tren a Odessa, entonces nos montaron en autos a doscientos niños y nos llevaron hasta la estación.

Los pioneros rusos nos tocaban la música y los saludábamos con gritos de ¡¡Viva Stalin!! Y ¡¡Viva Rusia!! En todas las estaciones nos recibían muy bien, llegamos a Odessa y también aquí nos recibieron con música, nos sacaban muchas fotografías y otras cosas más.

Antonio Martínez tampoco ha olvidado aquellos primeros momentos en territorio soviético: “Ya en Leningrado nos recibieron con orquesta, muchos niños con la pañoleta de pionero (que era la primera vez que la veía), y unos gorritos con la borlita

como si fuese imitando, digamos, al sombrero de dos puntas de los milicianos”.

Tras el recibimiento, los niños son sometidos a un examen médico para comprobar si padecen alguna enfermedad, en cuyo caso, son enviados a un sanatorio para su recuperación.

También se les baña, se les quitan los piojos a los infectados, o se les rapa el pelo para evitar contagios y se les entrega ropa limpia y zapatos nuevos.

Mientras se terminan de habilitar las casas donde luego vivirán, los pequeños son conducidos a alojamientos provisionales como el hotel Octubre, uno de los mejores hoteles de Leningrado, o a un campamento situado en Artek, Crimea, a orillas del mar Negro.

Daniel Monzó le escribía a su padre desde este campamento en marzo de 1937; “Artek es un pueblo donde están los niños rusos estudiando, cuando nos bajamos del coche, la carretera estaba llena de pioneros rusos con banderas y cornetas y nos saludaban, Padre, aquí todo es alegría, estamos en un edificio que parece un palacio, rodeado de huertos y pinos muy grandes. Tenemos un responsable ruso que nos quiere mucho, además, tenemos juegos de todas las clases, gimnasio, tenemos todo lo que queremos, padre, estamos aquí en Artek para reponernos, y cuando estemos bien fuertes, nos llevarán a Moscú para empezar la carrera”.

Elena Martínez recuerda sus primeras impresiones en territorio soviético: “Al subir a cubierta vimos la nieve, la primera vez en toda la vida que yo veía una nieve como esa y, al llegar, nos pusieron a todos botas y nos dijeron que bajáramos. Al bajar empezamos a resbalar porque no estábamos acostumbrados a andar por la nieve, pero vimos una multitud de gente que nos esperaba e hicieron un pasillo y desde las dos partes nos cogían para que no resbaláramos, nos hablaban en un idioma que no comprendíamos, nos llevaron a un autobús y llegamos a un hotel, a la entrada del cual había un oso muy grande que nos dio un susto, era un oso disecado que estaba allí”.

Antonio Martínez relata su estancia en el hotel Octubre: “Allí estuvimos, creo que una semana e hicimos verdaderas barbaridades de vandalismo, jugando a patinar por los pisos encerados del hotel, rompiendo de todo, recuerdo que la comida, el almuerzo y la cena, las amenizaba una orquesta, o sea, el ruido de nuestros gritos era superior al de la orquesta.

Sin embargo, como apunta otro niño, José Fernández: “Los rusos nos dejaban hacer, nos consideraban traumatizados por la guerra, por lo tanto, debíamos reponernos psicológicamente antes de ser sometidos a los rigores de la pedagogía”.

Cuando las casas están listas, los niños son trasladados, en total se ponen en funcionamiento 16 casas en régimen de internado, repartidas por todo el territorio soviético.

Isabel Argentina explica: “Nos distribuyeron por distintos lugares, yo me quedé en Leningrado, a otros los llevaron para otros lugares, para Moscú, a las afuera de Moscú, para Kiev, Odessa y otros lugares distintos.

Cada una de las casas recibe un número en función del orden en que se van abriendo, once de ellas se encuentran en distintas ciudades de la Federación rusa y cinco en Ucrania. La mayoría de las casas, a excepción de cuatro, están ubicadas en lugares muy bellos, en las afueras de las ciudades.

Francisca Santa María no ha olvidado la belleza del lugar que compartió con sus tres hermanos: “Estuvimos a cinco y pico kilómetros de Moscú, en un lugar encantador que se llama Krasnovidovo, que quiere decir; preciosa, a orillas del río Moscova, donde nace el río, con una naturaleza preciosa, pero con un frío… Para nosotros era algo ya extraordinario, y allí estuvimos hasta el comienzo de la guerra (la Segunda Guerra Mundial).

Antonio Martínez describe en los mismos términos la casa en la que fue acogido: “Nos fueron enviando a las distintas casas de niños, yo caí en las cercanías de Moscú, en Krasnovidovo, un lugar muy pintoresco, al lado de un río con bosques y colinas. Las casas se establecen en antiguas residencias de la nobleza o en lugares habilitados para este fin y dependen del comisariado del pueblo para la enseñanza, que es el encargado de nombrar a los directores entre educadores soviéticos de reconocido prestigio. “A partir de 1939”, explica la profesora María Encarna Nicolás Marín; “las decisiones que afectaban a los niños, se acordaban con los dirigentes del PCE que eligieron Moscú como ciudad de su exilio.”

Entre ellos José Díaz, Dolores Ibárruri, Enrique Lister, Juan Modesto o Jesús Hernández, el hombre que estaba al frente del Ministerio de Instrucción cuando se decidió la evacuación de niños a la URSS.

En las once casas ubicadas en la federación rusa, trabajaban más de 1555 personas de nacionalidad española y rusa, que atienden a 2189 pequeños.

En las cinco casas establecidas en Ucrania; tres en Kiev, una en Jarkov y otra en Jerson, residen alrededor de 700 niños.

Como hemos sabido, en las casas los niños son atendidos por personal soviético y por los maestros y educadores españoles, que habían viajado desde España con los pequeños.

Como en un primer momento el personal soviético no conocía el castellano, estuvieron acompañados por traductores, que intentaban facilitarles su trabajo.

Carlos Roldán comenta: “En las casas de niños, por lo menos en las que yo estuve, no había niños rusos, solo españoles, muchachos y muchachas. Teníamos educadores y había también traductores.

Entre los educadores había gente que sabía el castellano y otros que no, para eso estaban los traductores. Ahora, todos los demás, la cocina, el aparato técnico… eran rusos-soviéticos.

En sus testimonios los niños recuerdan con cariño a sus cuidadores, Isabel relata el trato cariñoso que recibió en la casa donde estaba hospedada: “En Leningrado, después de un mes de descanso, empezamos a estudiar en la casa nueve. Era un internado muy bien organizado, después de un examen nos distribuyeron en el grado correspondiente según los conocimientos de cada uno. En el internado estábamos muy bien, aquello era muy cómodo, la gente era muy cariñosa, trataban de tenernos entretenidos porque muchos lloraban, querían regresar, no se sabía si la guerra iba a terminar con la victoria, si se iba a perder… Cuando se perdió la guerra, todo el mundo perdió la esperanza, supimos que no íbamos a retornar pronto. Pero nos atendieron tan bien, que en aquella casa fuimos muy felices, nos alimentaban muy bien, pese a que el pueblo soviético tenía muchas dificultades, lo mismo que los educadores y los maestros, todo su amor, toda su dedicación la emplearon en nosotros”.

Antonio rubrica estas palabras: “Mucho se ha hablado de aquella época, de que, si nos cuidaban bien, nos alimentaban y vestían y demás, era debido al Oro que estaba en las arcas de Moscú.

Yo no tengo argumentos para rebatir esa teoría, pero sí puedo decir, que eso en todo caso sería la posición oficial de las instituciones estatales, pero no hay oro en el mundo que compre la amistad, la generosidad, la amabilidad, el esmero con que nos trataban. El pueblo, el pueblo común y corriente, los niños, las mujeres, los ancianos, los combatientes del ejército…

Todo el mundo nos animaba, nos cuidaba, era un sentimiento de solidaridad.”

Una estancia idealizada:

 

Como hemos podido ver en estos testimonios, la mayoría de los niños idealiza su estancia en la Unión Soviética.

Para estos pequeños que habían salido de un país en guerra, la URSS significa la entrada en el paraíso.

Manuel Maena escribía una carta a su madre en octubre de 1937 en la que le pedía, que se reuniera pronto con él en Moscú: “Querida madre, te escribo estas cuatro letras para decirte que estoy bien aquí en Moscú, quiero saber si estáis bien vosotros, seguro que lo pasaréis mal un poco por culpa de las alas negras, que no os dejaran en paz en todo el día (…) Te digo que estamos muy bien, comemos de lo mejor y me acuerdo de vosotros mucho, y has de mirar para venir a esta Rusia amada.”

Visitación, escribía a su madre y hermana desde Jarkov el 3 de diciembre de 1937, una carta donde hablaba emocionada de su vida en la Unión Soviética: “Querida madre y hermana, me alegraré que al recibo de esta carta se encuentren bien, yo y Juanchu estamos lo mejor posible que se puede estar en la Unión Soviética mamá, todos van teniendo cartas menos yo, lo primero que le digo es que, si coge esta carta me diga algo del padre y de Teresita y de todos los demás.

Mamá bailamos muy bien, sabemos cantar y hablar en ruso mucho y quisiera que me contara cómo van los frentes de España, pues quisiera saber lo que sucede. Aquí nos dan también noticias sobre los frentes, pero son atrasadas y yo quisiera saber las nuevas. Juanchu se acuerda mucho de papá y de Teresita y me suele decir por qué no ha venido aquí Teresita y yo le digo, que porque ella quería estar con mamá. Mamá, aquí no hay un obrero sin trabajar, hemos salido a visitarlos y hay que verlos como trabajan. En cuanto nos ven a nosotros, dejan de estar en el trabajo para ver qué cara tenemos. Así que, sin falta, no me deje de contestar y me cuenta la vida que llevan, mamá qué delicia cuando vaya a España y te eche esos cantos rusos, te vas a emocionar de contenta que estarás.

Ya te enseñaré yo a cantar en ruso y a Teresita también, otro día le contaré más pero no me deje de contestar y termino, salud, sin más que decirle se despiden sus dos hijos que la quieren y que nunca la olvidarán. Visitación y Juan. Salud.”

Gonzalo Lozano Curado

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