La fortuna es esquiva – A TODA COSTA
Tiene unos grandes ojos negros, imponentes
Son unos ojos que te hechizan porque en ellos puedes ver el embrujo de la noche y la oscuridad más deslumbrante, así como todo el resto de tópicos que corresponden al negro color negro.
La chica que los luce está en una esquina próxima al edificio de mis oficinas. En ocasiones, arrodillada, otra sentada o reclinada sobre la pared y siempre, frente a ella, en el suelo, un cartón ajado donde reposan algunas monedas.
Mantiene encendido un cigarrillo en la boca y de tanto en cuanto lanza una mirada furtiva al cartón para ver cómo marcha la cosecha de calderilla.
Mucha gente pasa por su lado, ausente. Vamos deprisa, con el pensamiento en nuestras cosas, nuestros negocios, en cómo subir las ventas, los presupuestos, la cotización del dólar… Quizá nos preocupen las letras del coche, del piso o simplemente cuando será la próxima cena de trabajo.
Enero, tradicionalmente, es mes de reflexión; comienza un nuevo año; uno se para a pensar en quiénes son estos náufragos urbanos, socialmente denostados y de desarraigo profundo. ¿Qué historia se esconde tras sus harapos? ¿Cómo acabaron así? ¿Qué circunstancia quebró su voluntad?
En la vida cotidiana, conociendo personas, uno puede adivinar más o menos por sus actitudes, rasgos y comportamientos, el guion de sus vidas. Pero, ¿y con los perdedores de la tierra? Imposible vislumbrar su trayectoria, por ejemplo, esta mujer joven que sobrevive con limosnas y desayuna nicotina ¿Qué drama se encierra tras esos intensos ojos negros que en su rostro se confunden con la mugre? ¡Ni idea!
Frío de invierno, propósitos de enmienda, deseos de ser mejores. Me desprendo de unos euros. Pero sigo intrigado y preguntándome ¿Qué tragedia se oculta tras esos maravillosos ojos?
Un proverbio chino dice que “más vale una cucharada de suerte que un barril de sabiduría”. La suerte a menudo no se deja alcanzar por quien la persigue y en otras ocasiones se echa en brazos del primero que pasa.
Ojalá estos desheredados de la fortuna tengan bien abiertos los brazos cuando se les presente, de corazón, espero que les llegue.
Francisco Ponce Carrasco