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HISTORIA  DE UNA EMOCIÓN

Fray

Hoy deseo escribir para ti, con el respeto, la admiración y el cariño que me mereces, ¡ fray Leopoldo del alma! La más hermosa historia  para ti jamás contada, pero es tanta la devoción de la que disfrutas, tu fama de santidad, fama por otro lado bien merecida, ya que son muchos los favores y milagros atribuidos a tí.

Solo puedo ofrecerte el testimonio de una niña, con la ternura y la inocencia de los pocos años que tenía, para comprender las muchas cosas que ocurrían a su alrededor pero con los sentimientos a flor de piel, compadeciéndose de los mas necesitados.  

Érase una vez una niña de muy corta edad que vivía en un pueblo llamado Durcal ubicado al sur del valle de Lecrín, concretamente en la calle Comandante Lazaro, en una bonita casa situada en un conjunto conocido como Los Portales. Aquel espacio, habitado por cuatro familias, ofrecía frente a cada vivienda un portal donde los niños podían jugar sin peligro alguno. De hecho, era su lugar de esparcimiento habitual.

Corría el mes de abril, y ya lo dice el refrán: “En abril, aguas mil”. Una copiosa lluvia nos obligó a todos los niños a refugiarnos apresuradamente en nuestras casas. La mía se encontraba a escasos pasos, así que no tardé en entrar.

Me senté junto a una ventana que daba a la calle, en una pequeña sala de estar. Me encantaba observar la lluvia cayendo; formaba pequeños paraguas sobre el suelo y creaba dibujos abstractos al chocar contra los cristales, los cuales contemplaba con fascinación. Subí a una silla y de allí a la mesa redonda, que siempre estaba pegada a la ventana.

No pasaba nadie a quien poder saludar, así que permanecí absorta en los caprichosos trazos del agua. Recuerdo que me puse de pie para ver mejor, y entonces ocurrió algo que despertó mi curiosidad: dos frailes capuchinos venían calle arriba, solicitando limosna. Tocaban en las casas de las vecinas, aunque hallaban las puertas abiertas. Era raro que alguien saliera, pues había poco que ofrecer.

Yo, inmóvil, los observaba desde la ventana. Ambos eran de baja estatura; el mayor en edad portaba una larga barba blanca, vestía hábito marrón  cogido a la cintura con un grueso cordón y sandalias abiertas por donde entraba y salía el agua.

Se aproximaron a mi casa. Me quedé paralizada, sin saber qué hacer ni qué decir. Mis padres siempre me habían advertido que no debía hablar con desconocidos ni abrir la puerta a nadie. Pero estos hombres eran siervos de Dios.

Me saludaron con amabilidad y me preguntaron si podía abrir la ventana. Pensé que, al abrir la ventana y no la puerta, no era desobedecer expresamente a mis padres, ya que no me lo habían prohibido de forma literal. Así que, tras mucho esfuerzo —pues la madera estaba hinchada por la humedad— logré abrirla. En el intento, caí de espaldas sobre la mesa, quedando frente al fraile mayor, que me sonreía con infinita bondad.

—¿Cómo te llamas? – Me preguntó

—Me llamo Fina  – respondí.

—¿Está tu madre en casa?

—Se encuentra enferma

Le expliqué que sí, que estaba en cama con un fuerte dolor de estómago. Entonces, con gran ternura, me propuso que rezáramos juntos por su pronta recuperación. Nos arrodillamos y pedimos a la Virgen María su intercesión.
—¿Sabes rezar? —me preguntó.
—Sí, todas las noches rezo al Ángel de la Guarda —le respondí, muy orgullosa.

Mi madre, al escuchar nuestras voces, se levantó de la cama y acudió a ver quién era, justo cuando finalizamos la oración. Ella los invitó a pasar hasta que cesara el aguacero. Muy agradecidos, entraron y dejaron sus viejas sombrillas en la puerta. Mi madre les ofreció un vaso de leche caliente, que inicialmente rehusaron, pero ella insistió con tal delicadeza que no pudieron negarse. Me senté a su lado, fascinada, observando todo el tiempo por si necesitaban algo. ¿Sabes leer?, me preguntó el más joven, sí, se leer el periodico, pero eres muy pequeña, bueno pero se leer, recuerdo de buscar el periodico PATRIA y leerle un articulo que me señaló con la mano, entonces puedes leer el catecismo, sí, yo leo muchos cuentos de hadas, puedo leer el catecismo, el fraile más mayor me miraba con la misma inocencia de un niño, sonreía y yo no se porque aquella sonrisa me acompañó siempre, después supe que era la sonrisa de un santo. 

Mi madre me explicó que eran frailes capuchinos, vivían en Granada en el convento y llegaban en el tranvía, que recorrían los pueblos pidiendo limosna y recogiendo  en Dúrcal, el pueblo donde yo vivía, las cántaras que debían retirar de la fábrica de aceite ANTELO. Los molineros las alargaban hasta el tranvía en un carro de mulas ya que eran muy pesadas para ellos. Cuando se disponían a marcharse, recordé que en casa teníamos hogazas de pan recién horneado. Corrí a la cocina y les llevé una, animándoles a cogerla. Además les conté con orgullo que el buen aceite se lo proporcionaba mi padre, quien era el encargado de la fábrica. Mi madre, generosa, les permitió quedarse con la hogaza, y el fraile mayor me bendijo.

Milagrosamente, a mi madre se le alivió el dolor de estómago. No fue hasta mucho tiempo después que supe que aquel bondadoso fraile era Fray Leopoldo, el humilde siervo de Dios que había pasado por nuestra casa.

Recuerdo también haber reparado en sus pies descalzos. Conmovida, corrí a buscar los zapatos que mi padre reservaba para los domingos, con la intención de regalárselos al fraile más anciano. Sin embargo, los rechazó con una sonrisa luminosa y una bendición. Me explicó que su orden, la de los Capuchinos, estaban obligados a calzar humildes alpargatas de cuero, y que no podían usar zapatos.

Aquel gesto me llenó de tristeza. No comprendía entonces el motivo de su negativa, me hizo prometer: que cada noche antes de dormir rezara tres Avemarías. Con el tiempo, al ir creciendo, comprendí el valor de la oración, la humildad, la sabiduría y la sencillez que irradiaba aquel hombre. Fray Leopoldo fue, sin duda, un apóstol escogido por Dios, que iluminó mi casa ese lluvioso día de luz y de honor por haber tenido el privilegio de poder abrir mi puerta a un santo.

Fina López

6 thoughts on “HISTORIA  DE UNA EMOCIÓN

    1. Que suerte, Fina, que honor haber conocido a Fray Leopoldo; y que suerte la nuestra, tambien, por ser participes de tu vivencia con esta maravillosa historia. Gracias, amiga💝🍀

  1. Que bonita experiencia Fina, me alegro que un gran Santo como era Fray Leopoldo apareciese en tu vida y tuvieses el honor de haberlo conocido
    Un fuerte abrazo

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