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FLAMENCO Y TOROS (LX). ANTOÑETE (1932- 2011)

Cuanto más avanzo en el conocimiento del flamenco y de los toros, más convencido quedo de la estrecha relación de estas dos manifestaciones  artísticas y culturales; y mejor voy comprendiendo y aceptando que  tanto el flamenco como los toros no son patromonio exclusivo de Andalucía, sino del “ser humano”. Un ejemplo  claro, vivo y apodíctico lo tenemos  en Antonio Chenel Albadalejo, conocido profesional y popularmente como ANTOÑETE, nacido en Majadahonda -Madrid  el 24 de junio de 1932. Los años de la incivil guerra española los pasó en Castellón. Finalizada ésta, regresó a Madrid en 1940. Cuñado del mayoral de la Plaza de las Ventas de Madrid, pudo presenciar desde temprana edad corridas de toros con los grandes diestros de los años cuarenta, a quienes consideraba sus héroes, de manera especial a Manolete (1917 -1947), ya que su infancia y adolescencia las pasó en el patio de caballos, las cuadras y los corrales de Las Ventas.

       Antoñete se vistió de luces en 1946 y se forjó en capeas, yendo de pueblo en pueblo,como lo hiciera el “Pontífice del Cante” don Antonio Chacón (1869 -1929) por toda Extremadura, Andalucía y Levante. Novillero  entre los años 1949 y 1952. Julio Aparicio  le otorga la alternativa en  Castellón el 8 de marzo de 1953, después de haber toreado sesenta novilladas el año anterior, cediéndole el toro “Carvajal”, con Pedro Martínez  González “Pedrés” de testigo, y la confirmó  en Madrid, el 13 de mayo del mismo año, de la mano de Rafael Ortega, con  el toro “Rabón”, de la ganadería de don Alipio Pérez-Tabernero, donde demostró un estilo  ortodoxo y clásico aunque de temple, arrojo y mucho valor – como refieren las crónicas taurinas – razón  por la cual sufrió heridas de gravedad en los inicios de su carrera.

   Suelen definir a Antoñete como torero con muchos altibajos en  sus actuaciones, debe destacarse su gran  tarde del 15 de mayo de 1953 en el coso de Las Ventas, donde corta tres orejas  a toros de don Fermín  Bohórquez saliendo por la  puerta grande.

   Su larguísima carrera de torero se prolongó a lo largo de más de cuarenta años, con  muchos altibajos, retiradas y reapariciones. Algunos historiadores  creen que el periodo 1981-1985 fue el que consagró a Antoñete como máxima figura del toreo, dado que logró triunfar con una salud resentida, sin cintura y a una edad insólita (pasados los 50 años), gracias a una depuradísima técnica y a un profundo conocimiento de los toros, algo que falta en una buena parte de los toreros. Este defecto se da con demasiada frencuencia entre los “profesionales” del flamenco. El  historiador y crítico taurino Domingo Delgado de la Cámara nos ha dejado dicho que “Antoñete, además de torero de gran clase, ha sido un extaordinario técnico. Diría más, un  virtuoso  de la técnica torera. Sólo así, con un perfectísimo conocimiento de la técnica y de los toros, ha sido capaz de triunfar a una edad inverosimil, delante del cuajadísimo toro que se lidia en Madrid…. Antoñete ha manejado con especial lucidez todo lo que se refiere a los terrenos donde ejecutar la faena. Con el mínimo esfuerzo posible ha sabido  sacar las más largas embestidas de los toros”, cfr. “Revisión  del  toreo”, Alianza Editorial,  Madrid, 2002.

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     La vanidad, la egolatría es frecuente en el complejo mundo del artista en sus más variadas formas.En Antoñete no podía ser una excepción: en 1985 anunció de nuevo su retirada, aunque vuelve a vestirse en 1987 manteniéndose activo hasta 1997, cuando nuevamente anunció su retiro definitivo – con diversas idas y venidas – que sólo hicieron prolongar su declive, muy lejos del nivel de su quinquenio glorioso en los primeros años ochenta.

   Desde 1998 participó esporádicamente en festejos y corridas de toros en plazas de España y América, a pesar de que su salud estaba resentida debido a su fuerte adicción al tabaco. Aún así, participó (año 2000) en una corrida en la plaza Monumental de Valencia (Venezuela) a beneficio de los damnificados de la tragedia del  estado Vargas de 1999. Su arte, su valentía, su sabiduría, su saber estar en  el ruedo – se sentía admirador de la  estética de Juan Belmonte (1892 – 1962) y no menos de la técnica de Manolete –  hicieron  de Antonio Chenel “ANTOÑETE”  un personaje  digno de los mayores honores y alabanzas. Y por ello,  en el año  2001,el Consejo de Ministros le concedió la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes.

      En julio de 2001, tras sufrir una crisis cardiorrespiratoria, decide poner fin a su carrera de torero, aunque Antoñete  se mantuvo ligado al mundo de los toros, incluso fue comentarista de corridas, de manera especial en la Cadena Ser y Canal Plus, hasta  su fallecimiento el 22 de octubre de 2011, en el  Hospital Puerta de Hierro (Madrid).        En la Sala Alcalá de la Plaza de Las ventas, el día 24, fue instalada la capilla ardiente, a fin de que los “afisionaos” pudieran  rendirle su último tributo; sus restos  mortales salieron por la  “Puerta grande” de la Plaza a hombros de familiares y amigos, y recibieron  cristiana  sepultura  en  el  Cementerio de la Almudena.

     Antes del sepelio, Dª Esperanza Aguirre, Presidenta de la Comunidad de Madrid, depositó sobre el capote que cubría el  féretro la “Gran Cruz de la Orden del Dos de Mayo”, que le fue concedida a título  póstumo.

Antoñete tuvo seis hijos de su primer matrimonio con Pilar López-Quesada, y uno más, nacido en 1999, fruto de su segundo enlace con la actriz francesa Karina Bocos, su más ferviente admiradora. Yo tuve la suerte de verlo torear en Plaza de Toros de Granada, el día 4 de junio de 1969. Lo admiraba porque ya sabía de sus dotes toreras y,  además, era  un gran admirador y  “cantaor” apreciable que, entre otros “palos flamencos”, interpretaba aceptablemente el díficil “Fandango de  Enrique  El Almendro” (Enrique Ortega Monje, 1892 – 1959), quien “volvía loco” a Manolo Caracol, lejano pariente suyo, y a Camarón de la Isla.

   Pues bien, Antoñete ha dejado  grabado, para gloria  del arte flamenco, un disco de fandangos, junto con Curro  Romero y Gitanillo de Triana. Pero también podemos añadir, a la honrosa memoria del torero madrileño, que  fue un extraordinario promotor  de  reuniones  flamencas: Cante, Baile y Toque. Una vez más dejamos constancia de que el flamenco y los toros se dan la mano en su expansión  artística y cultural. Por lo tanto, la “Fiesta Nacional” no debe ser suprimida: forma parte  del acervo cultural del pueblo español y, sobre todo, del pueblo andaluz, cuya cultura es, en palabras del filósofo y escritor don José Ortega y Gasset (1883 – 1955), “autóctona y milenaria, la más antigua de todo el mundo mediterráneo”.

                   Alfredo  Arrebola, Profesor-Cantaor

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