El gajo de la luna
Aquel otoño del 36 era especialmente duro, aunque en realidad lo fue desde que comenzó el verano, desde ese 18 de julio en que estalló la guerra. Un año antes le prometió amor eterno. De esos que son para siempre y ella, aunque era algo alocado y un poco bohemio, le creyó. Le creyó hasta el punto de que dejó que pusiera un anillo en su dedo frente al altar. Y ella le amó, y le amó dejando que abriera el camino hasta lo más profundo de sus entrañas, una y otra vez hasta quedar preñada de él. Y nació un hijo de ese amor de para toda la vida, siendo por un tiempo los tres uno.
Vivían entre lienzos y pinceles con un sempiterno olor a disolvente, trementina, aceite de linaza y la promesa de alcanzar la luna para ella, mirando a esa luna a través del techo de cristal, cosido a goteras de la vieja buhardilla, tumbados en aquella cama de hierro de patas oxidadas y somier quejumbroso. Y así una noche y otra con unas sabanas revueltas tras amarse y un pitillo en la boca para ordenar pensamientos….
… Ella aceleraba el paso todo lo que el peso de una cesta de mimbre cargada de cacharros y un bebe entre los brazos, la dejaban correr. Las bombas caían muy cerca y el estallido de las balas parecían volar por encima de su cabeza. Todo el mundo corría a resguardarse en los refugios de las mortíferas armas, en mitad de las alarmas y el ruido de los motores de los aviones que volaban por el cielo de esa ciudad en donde la amó para toda la vida.
Se tambaleó al ir a cruzar la calle que la separaba del refugio, pero un buen samaritano impidió que cayera al suelo con el pequeño. En la semioscuridad de la bodega, solo se escuchaban los rezos de los desesperados y los gemidos de los doloridos, entre llantos de niños con la cabeza hundida en el regazo de sus madres. Con palabras más que sosegadas fue calmando al hijo de ese amor de para toda la vida, mientras en su interior la rabia y la desesperación fluían como la lava de un volcán: los había abandonado. Al principio pensó que estaría herido o tal vez muerto y eso la hizo sufrir como nunca había sufrido, pero cuando leyó la carta que le envió con su amigo Federico todo cambió. Se la había escrito en un pedazo de papel de estraza y en ella le decía << me da miedo la guerra. He desertado. Me paso a Francia; ya volveré>>. Y le odió, le odió, y le odió por eso, deseando que nunca llegara a cruzar esa frontera. Que su intento de huir como un conejo asustado se quedara en la cuneta como se
había quedado ella. El pequeño volvió a llorar de hambre, y el llanto se le clavó en el alma como una astilla entre las uñas…
El ruido de los motores de los ratas rusos se disiparon en la noche y la gente fue saliendo del refugio con paso cansado, y mirada perdida. Desesperados como ella que no sabía que hacer ni a donde ir. Sus pies la dirigían hacia esa buhardilla de promesas incumplidas y de hornillo apagado por haberse quedado sin trabajo; es lo que tenía la escasez de nada: que los fogones duermen un largo sueño. Tumbada en la cama con la vista fija en aquella luna de cuarto creciente dejó correr la que sería su última lágrima: no derramaría ni una más por él; no valía la pena… Y con ese pensamiento volvió a mirar al gajo de luna, que entre los boquetes del techo parecía guiñarle un ojo. Se plegó como una crisálida en su capullo en un intento de dar algo de calor al pequeño, pero no lo consiguió. Hacía frío, mucho frío, ni la manta ni el cobertor eran suficientes para acabar con el castañeo de sus dientes ni con el llanto del pequeño, que lloraba por lo poco que sacaba de su pecho y el ínfimo calor con que su cuerpo podía abrigarle. Pensó en Federico… Si había alguien que en esa ciudad podía ampararla ese era él. Era un hombre poderoso, con contactos importantes; se movía en las altas esferas, y nunca ocultó su ¿amor? ¿deseo? le daba igual. En cualquier caso: su atracción por ella. Se levantó buscando, a la luz del cabo de una vela, y con la complicidad del gajo de luna, la carta, recordando lo que Federico le dijo al entregársela: << te escribí mi dirección en el sobre por si me necesitas >>… Y ella lo necesitaba, así que arreglo un hatillo con algo de ropa que le quedaba, y arropando al niño salió de la buhardilla sin mirar atrás ni molestarse en cerrar la puerta.
Con el estruendo no muy lejano de la artillería, caminó con el corazón en un puño por las calles desiertas, acompañada por el gajo de luna y al resplandor de las llamas ocupadas en devorar edificios.
Caminaba con el hijo entre los brazos y su pequeño mundo en el hatillo confiando en que, a pesar de los pesares y lo absurdo del escenario para soñar, sus vidas cambiarían.
Él cumplió su palabra protegiéndola con el largo brazo de la seguridad que da el moverse en altos círculos de poder, y ella se lo agradeció con noches de cama y de conatos de amor.
Y el tiempo pasó, y la guerra acabó dejando muertos, heridos, desaparecidos, hambre y bombones con Moët, dependiendo del círculo. Y ella le agradeció que la tuviera inmersa en los bombones con Chandon.
Y el tiempo pasó, y el niño se educaba en lo Agustinos, mientras ella esperaba en el nido de amor que había comprado para ellos, con la promesa de anillar su anular con una alianza de para toda la vida, cuando la mujer con la que se casó, porque así convenía para las buenas formas, pasara a mejor vida tras la larga enfermedad que venía consumiéndola desde hacía años.
Y el tiempo pasó, y el niño creció. Y en su pelo aparecieron las primeras hebras de canas, y en su anular la alianza de para toda la vida, brillaba por su ausencia.
Y el tiempo, pasó como pasa siempre: sin darnos cuenta, y ella solo cambio de casa para ir a la última morada con el alma en cuarto menguante como un gajo de luna.
Y el tiempo, pasó y Federico solo cambio de casa para ir al panteón familiar en donde su achacosa esposa lo esperaba para seguir viviendo bajo el mismo techo, para toda la eternidad.
Y el tiempo pasó, y el niño se hizo un hombre de provecho y de posibles, y prendió una alianza en el anular de la madre de su único hijo, al que evitaba hablarle del pasado y nunca nombró al innombrable de su abuelo, que una vez huyó dejando a su madre con él en los brazos, y el corazón como un gajo de luna.
Y el tiempo pasó, y como la vida es un tango, quiso el destino que viera en un periódico su raro y moribundo apellido escrito en él: Rigoberto …. pintor de la escuela de tal, que al comienzo de la Guerra Civil abandonó España por sus ideas políticas, ha regresado fijando su residencia en ……. El afamado pintor expone en tal, y tal galería………
Y al tiempo no le dio tiempo a pasar, porque acribilló a su padre con preguntas sin respuestas desde hacía tanto y tanto, y el padre no tuvo otra salida y le contó. Le habló de ese pintor y su verdadera historia: la deserción, el abandono… su cobardía. Le habló del coraje de su abuela, la madre que lo parió, que dejó correr la última lágrima y luchó por sobrevivir al lado de un hombre que, aunque nunca quiso, le estuvo agradecida por su promesa cumplida de: te escribí mi dirección en el sobre por si me necesitas.
Habló durante largo rato volcando el alma como un cántaro de agua sobre una palangana. Y el hijo le dijo:
- Quiero verlo.
Y el padre le contestó:
- No puedo evitarlo… Ya eres mayor de edad.
Voló hasta allí. Lo vio en la galería, no le hizo falta preguntar quién era porque se parecía tanto a él… El mismo pelo de la familia… La misma complexión, la estatura… Y esos ojos tan de los Cam…
Sentados en la terraza de su estudio, una vieja buhardilla de un rincón de la ciudad, escuchaba su versión de los hechos con un vino en la mano y los labios sellados. Mientras hablaba los dedos de sus manos se agitaban como las alas de una paloma casi octogenaria.
Escuchó su relato desde el principio hasta el fin. El mismo que le contaron un par de días atrás y al acabar, no albergaba el más mínimo sentimiento de odio o rabia hacia aquel hombre que una vez abandonó a su padre.
—- No pretendo ser tu abuelo… Solo quiero que me dejes ser tu amigo; conocernos un poco, recuperar el tiempo perdido…
— Podríamos intentarlo, pero debo preguntárselo a mi padre, es lo menos que puedo hacer
- Debes hacerlo. Dile que no hay más intención que la de conocer a mi nieto un poco.
Un golpe de móvil, con un:
- No está de acuerdo
y un: — Lo comprendo… Adiós… adiós… Fueron las últimas palabras que cruzaron.
Lo leyó en el periódico, lo contaron en las noticias de T.V., hablaron sobre su trayectoria en la radio: El maestro de… había muerto ese día en … a los… años de edad, Bla, bla, bla.
Una llamada de teléfono. Una sorpresa, un comunicarnos durante cinco horas a golpe de móvil.
Una historia…
- Un déjala en tu blog…
- Un no de señales de mi…
- Un tranquilo, nadie sabrá de ti.
Esta es una historia real como la vida misma. Me la contaron un día de esos en que andaba por esas carreteras de Dios, y es cierto que la conversación duró unas cuatro horas con sus correspondientes pérdidas de cobertura y el cargador echando fuego. He tardado en escribirla, casi un año, pero aquí está. la dejo para todos vosotros en nombre de alguien a quien: he vuelto a encontrar, aunque no sabía que existía.
¡Va por ti!, sangre de mi sangre. Un beso.
Gudea de Lagash
Historias que se encuentran andando por la genialidad. Maravillosa amiga Gudea.
Gracias mi querido Alberto. Por azares de la vida tropecé con esa persona a la que estaba ligada sin saberlo!!!
Un abrazo🌹
Bien escrito Gudea, enhorabuena.
Feliz de que te haya gustado!!!
Un abrazo preciosa mía!!!🌹
Genial Gudea, me gusta mucho tu relato. Enhorabuena💝
Un placer saber que no te ha dejado indiferente!!! Gracias por pararte en mi rincòn!!!🌹