CHIQUITA O EL VIAJE INTERMINABLE (2 de 3)

Este cuento lo escribí pensando en
Dolors López a quien se lo dediqué.
La madre ha interrumpido la narración del cuento al creer que su hija se había dormido, pero inmediatamente dos inmensos ojos se han abierto, iluminando su tristeza, para desmentir su creencia.
‹‹Cuando por fin llego al surtidor, se encontró con un empleado del surtidor que le dijo que no disponía de más recipientes para envasar combustible que los que tenía a la venta. Chiquita trató de encontrar, entre los deshechos, alguna lata que le resultara aprovechable para solucionar su problema sin tener que gastarse ni un peso. En vano. Las que encontró procedentes de cambios de aceite estaban perforadas sañudamente. Tuvo que comprar uno de los bidones que vendían al efecto, eligió el más barato: uno de cinco litros, que le costó el importe de más de diez litros de combustible. El dinero no hacía más que manar del saquito y aún tenía que comprar algunas de las cosas que le habían llevado hasta la ciudad. No llenó completamente el depósito, tendría que gastar menos el vehículo. Entre los paseos de ida y vuelta al surtidor y el tiempo que empleó en auxiliar al accidentado se le había hecho muy tarde, así que postergó para otro viaje ir a comprar la ropa para el verano, que empezaba a adivinarse en la aldea. El estómago le recordó que no había comido nada desde que desayunó en la aldea, trató de clamarlo con un trozo de raíz seca y muy gustosa que solía llevar en el bolsillo de sus tejanos, no le quitaría el hambre, pero al menos lo distraería. Repasó mentalmente lo que llevaba en la furgoneta que pudiera servirle para calmar el hambre, el resultado fue lamentable: nada, absolutamente nada. Los comestibles que había comprado —arroz, judías, maíz y garbanzos— precisaban de cocción para su degustación y toda la comida que se había preparado para la jornada la había entregado a aquella familia menesterosa sin reservarse ni un bocado››.
—Mamá si tenía tanta hambre ¿Por qué le dio su comida a aquellos niños?
—Chiquita era así de generosa. Además, de nada le serviría pensar que hubiera debido quedarse con alguno de los entrepanes, ahora ya estaba hecho y arrepentirse no aprovechaba de nada, solo servía para recordar el hambre que tenía y para eso se las arreglaba, sin necesidad de ayuda, la sensación de vacío de su estómago, que se lo reprochaba a cada instante.
‹‹Llegó a la ferretería cuando estaban bajando la persiana. Ya cerraban y tuvo que insistir mucho para que la despacharan, al final el encargado abrió para atenderla, no lo hizo de muy buen talante, pero Chiquita agradeció que la atendiera a unas horas en que no tenía obligación de hacerlo. Cuando el empleado le cobró Chiquita comprendió el motivo que guió al empleado a atenderla fuera de horario, le exigía un diez por ciento más de lo que marcaba el catálogo, sobre el que ella hizo los cálculos, esgrimiendo que la atendía fuera del horario normal y debía cobrar ese “suplemento”. Ella lo solucionó llevándose el diez por ciento menos de mercancía. Ya se las arreglaría, pero en ese momento no disponía de más pesos. Cuando ya se iba oyó al empleado rezongar diciendo que, por atenderla había perdido el autobús que le llevaba a casa. Chiquita se ofreció a acercarlo con la furgoneta. El empleado aceptó el ofrecimiento y montó en el automóvil. Pronto supo Chiquita que había cometido otro error, pues entre la distancia que tuvo que recorrer y el embotellamiento que soportó, consumió tanta gasolina que pensó que no podría utilizar la furgoneta más que para subir a la aldea y bajar dentro de dos semanas y sin tener muy claro si no habría de repostar por el camino. Después de dejar al ferretero en su barrio partió hacia la granja, era tardísimo, aunque tenía una ventaja: no perdería tiempo en la cena, no tenía con que hacerla. Dos horas después dejó la carretera asfaltada para tomar una pista de arrastre por la que debía llegar otras dos horas después a su granja. Se sentía sumamente cansada y con un apetito feroz, así que decidió parar el coche y dormir el hambre. Echó la furgoneta a un lado del camino, se envolvió en la manta y se dispuso a dormir un par de horas››.
—Nosotras también tenemos manta —dijo la niña tratando de arrebujarse en una agrupación de agujeros al que llamaba manta.
‹‹Chiquita había llegado a la ciudad sin necesidad de tener que repostar por el camino, lo que le alegró, significaba que disponía de algunos pesos más a la hora de comprar otras cosas. Estaba satisfecha. En el comercio de víveres Chiquita se ofreció para acoger al hijo de los dueños durante las vacaciones del niño, que padecía asma y el clima de la ciudad, tan húmedo, no beneficiaba su curación. A pesar de que los padres ofrecieron a pagar la estancia del chiquillo, ella se negó a aceptarlo, lo consideraba una invitación. Acordaron que lo mandarían cuando empezara las vacaciones. Chiquita se sintió dichosa por poder colaborar a la salud del niño y, contenta como estaba, se dirigió a la farmacia, quería comprar aquellas grageas que le quitaban el dolor de espinazo que le producían los trabajos del campo. A la puerta se halló a una aldeana, que faltaba de la aldea desde hacía mucho tiempo. Le contó que de su relación adúltera con un aldeano, que no quiso nombrar, quedó embarazada y, como él estaba casado, no quiso hacerse cargo de la criatura y le pidió que fuera a la capital a abortar, para lo que le entregó algún dinero. Ella, que en principio no deseaba aquel niño, terminó queriéndolo, se fue a la ciudad, pero no para abortar, sino al contrario, empleó aquel dinero y el que ella pudo ganar con su trabajo para preparar el nacimiento. Dio a luz a un hermoso varón, que sacó adelante con muchos esfuerzos. Pero por mucho que se esforzaba, al no tener seguridad social, no podía pagar las vacunas que le correspondían. Chiquita le entregó la cantidad que necesitaba y no entró en la farmacia, ya no disponía de dinero para su medicamento, seguiría masticando aquella hierba que las comadres le recomendaron, aunque casi no le hacía efecto››.
La niña mira estupefacta a su madre, siente que el hambre le está jugando una mala pasada, pero calla.
‹‹Acudió al almacén de materiales de construcción a buscar los que precisaba para el ranchito. En las proximidades del establecimiento el llanto de unos niños le llamó la atención, aquellos críos estaban enloquecidos por el hambre, les dio los alimentos que había preparado para ella, sin reservarse nada, recibió a cambio unas preciosas sonrisas infantiles››.
—Mamá todo eso ya lo contaste.
—No corazón… es que Chiquita lo estaba reviviendo… o soñando otra vez.
—¿Entonces cuando se durmió en la furgoneta empezó otra vez a hacer los recados que había ido a hacer?
—O soñó que empezaba a hacerlos de nuevo. ¿Lo entiendes?
—Lo entenderé cuando sea mayor. Sigue mamá, que tengo mucha hambre y no quiero dormirla, no quiero que me pase como a Chiquita.
—A ver, que me acuerde por donde iba…
(Continuará)

Eres un genio del relato corto. Me enganchas.
Eres un genio del relato corto…