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–Debes irte esta misma noche.

–¿A dónde voy a ir mamá? –Decía Alika mientras sus lágrimas mojaban su tez africana.

–Debes irte, pronto vendrán a matarnos a nosotras también, como han hecho con tu padre.

–¿A dónde voy a ir yo sola?

–Yo ya soy mayor y lenta, sería un estorbo y te pondría en peligro. Debes llegar a Europa, solo allí serás libre.

–No quiero ir a ningún sitio sin ti.

–Si te quedas aquí, te mataran y si no, morirás de hambre como están muriendo todos. No tardes más y vete. –Le decía su madre al tiempo que la empujaba para que se marchara.

–Mamá por favor –decía Alika llorando.

La guerra estaba rompiendo familias a las que asesinaban al marido o padre, mujeres con sus hijos huían sin poder siquiera enterrar a sus padres o esposos. Naciones Unidas les expedía documentos para ser reconocidos como refugiados, pero en la práctica era papel mojado. Su destino era llegar a Europa para ser libres, porque en ningún país africano lo serían. La madre de Alika reunió dinero durante años y vendió todo lo que les quedaba, para que al menos su hija pudiera pagar a las mafias el transporte, para atravesar el desierto del Sahara y llegar a Marruecos. Allí debía esperar hasta conseguir entrar en una patera que la llevase a España.  Un vecino llevaba periódicamente en su coche a chicos y chicas hasta las mafias con las que atravesar el desierto.

–Agachad la cabeza, que no os vean, –decía el conductor mientras las niñas no podían dejar de llorar.

–Tranquilas, todo saldrá bien –les decía Alika que no tenía muchos más años que aquellas niñas– vamos a un lugar mejor, en Europa seremos libres y ya nadie podrá hacernos daño.

Pero no tardaron mucho en seguirles coches con hombres armados y locos. Asaltaron el vehículo, dispararon al conductor y las jóvenes ocupantes fueron arrastradas por la tierra y violadas, les robaron lo poco que llevaban y las dejaron heridas y abandonadas.

Alika entre sangre y lágrimas no podía entender que podía haber hecho mal para merecer algo así. Vio a aquellas niñas llorando sobre la tierra y recordó a su madre diciéndole que debía llegar a Europa.

–Venga levantaos, debemos ser fuertes –decía Alika– no podemos abandonar ahora, tenemos que seguir nuestro camino.

Valéria Rodrigues Valéria en Pixabay

Las ayudó a incorporarse, pero una de las niñas no se movía, entre dos la incorporaron y debajo un charco de sangre les dijo lo suficiente. Lloraron largo rato sobre ella hasta que la noche llegó. Anduvieron a la deriva buscando cobijo, al amanecer caminaron hasta encontrar una población buscando ayuda. Pero nadie las ayudó, la gente se escondía por miedo. Por fin encontraron a quienes debían ayudarlas a cruzar el Sahara, pero sin dinero la única moneda que veían aquellos hombres eran sus cuerpos. A cambio de protección en su viaje, fueron violadas una y otra vez como pago, en cuya travesía quedaron embarazadas, otros corrieron peor suerte y murieron en la travesía. Caminaron durante dos semanas hasta llegar a Marruecos, allí dieron a luz a sus hijos. Otras mujeres a las que conoció allí tardaron casi un año en llegar atravesando otros países.

Los documentos que las acreditaban como refugiadas, a menudo la policía los rompía delante de ellas, así que Alika tuvo que conseguir trabajo mal pagado aquí y allá, otras mendigaban para conseguir algo de comer. Malvivieron por dos años en unos almacenes abandonados, de donde las desalojaron para luego vivir entre arbustos del bosque, donde no podían hacer asentamientos, porque cada mañana había una redada. Si las detenían las metían clandestinamente en Argelia, después Argelia los devolvía y tenían que andar durante diez días hasta llegar a Marruecos esperando su oportunidad. Necesitaban ahorrar para pagar la patera que las llevasen a las costas españolas. Allí conoció a otros como ella que huyeron de la guerra, como Yhaya.

–No sé cuánto más podré aguantar esto –dijo Alika.

–Debes ser fuerte –dijo Yhaya– algunos no sobreviviremos, pero he visto a mi gente morir asesinados y otros de pobreza. Si no lo intentamos igualmente moriremos. Tengo un sueño, no puedo dejarlo morir. Tengo que llegar a Europa.

–Pero es insoportable que aquí no nos quieran, que no nos quieran en ninguna parte. ¿Por qué? ¿Es porque nuestra piel es negra? ¿Por qué no somos libres en Marruecos si seguimos estando en África?

–Alika, yo caminaré para conseguir mi vida, no puedo morir aquí, iré y saltaré vallas si hace falta, trabajaré en el campo para ganarme la vida y viviré. Tu debes hacer lo mismo.

–Estoy cansada, quizás sea más fácil morir.

–Quizás muramos, pero no sin intentarlo.

 Tras varios años de indigencia y maltrato por parte de las autoridades consiguieron subir a una patera ellas y sus pequeños. Alika y las demás jóvenes con sus hijos murieron en el mar. Yhaya consiguió llegar a Valencia y allí conoció a María Fuertes, una mujer sensible al sufrimiento humano. Puso una gran casa a disposición de los sobrevivientes y los acogió. Yhaya todavía recuerda con tristeza a Alika y a todas aquellas mujeres que huyeron de la guerra para después morir en el mar.

2018 fue uno de los peores años, se calcula que murieron 769 personas. En uno de los naufragios desaparecieron 31 personas entre las olas del mar de Alborán, mientras lejos de allí hombres con bonitos trajes discutían sin llegar a un acuerdo sobre políticas migratorias. Sin considerar que entre ellos estaban Alika y sus compañeras que eran solicitantes de asilo, y por tanto no deberían haber sido clasificados como inmigrantes irregulares, tenían derecho a la protección internacional tal como dicta la ley. Sus acreditaciones de las Naciones Unidas ahora flotaban en las costas españolas. Por siglos explotaron África, sus recursos, energía, petróleo, paladio, oro, diamantes y uranio en vez de preocuparse por apoyar la democracia y el desarrollo en los países africanos. Al contrario, les vendieron armas.

Una valla fronteriza llena de ropa ensangrentada, unas costas llenas de cadáveres, un continente con más de 15.000 conflictos armados en 35 países africanos en los últimos 20 años, donde murieron millones de combatientes, además de 5 millones de niños menores de cinco años y 3 millones de bebés menores de un año. ¿Quién no querría huir de esta barbarie? En ese intento, la Unión Europea reconoce que, en los últimos cinco años, han muerto 10 mil personas intentando alcanzar las costas europeas. ¿Cuántos más deben morir?

Esta historia esta inspirada en el documental “Huellas”, sirva de reflexión sobre un sufrimiento que muy a menudo nos es demasiado ajeno.

Manuel Salcedo Gálvez

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