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… nosotras dos contábamos con bastantes menos años. 

Recuerdo, como en una nebulosa, que sentadas en el suelo del balcón, en aquel pueblo tranquilo y apagado de juventud, en la sierra perdido y despoblándose, año tras año, mi amiga y yo con apenas 10 años recién cumplidos, pasamos con nuestros padres unas tranquilas vacaciones. Tiempos de vida con tiznes de rutina, pero sana y natural.

Escondidas tras unas sábanas que había tendidas, carraspeábamos al dar las primeras caladas al cigarrillo, que habíamos quitado a mi abuelo.

Nos pasábamos horas así, sentadas en noches de verano cargadas de jazmín, de vez en cuando mirando al cielo y contábamos las estrellas, decían que hacerlo daba suerte.

Todo era simple, dulce, nuestros sueños y conversaciones se envolvían en románticas palabras de suave música.

Casas de pocos lujos, lo necesario en bienes de este mundo, junto al amor en familia.  

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Jugábamos a imaginar cómo seríamos de mayores, decíamos que nos casaríamos a los veinticinco años, reíamos cuando imaginábamos que nuestros maridos serían hermanos, bautizaríamos a los hijos con nombres exóticos.

Sin duda, nuestros vestidos de novia blancos, como los copos de nieve, para mostrar nuestra pureza, lucirían una cola larga, larguísima, llegado a este punto ambas nos peleábamos por añadirle metros.

Las agujas de los pinos, al amanecer, traían silbidos de lejanos horizontes, la fresca hierba del prado, cual manjar tentador, llamaba al ganado, algún cencerro lejano avisaba de que antes de que el sol calentase pasarían, con marcha lenta, las reses en pastura libre.

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El tiempo ha transcurrido veloz y vibrante, ahora, estoy asomada en el mismo balcón, alguien recogió las sábanas y las guardó en el armario, ya no está el abuelo para cogerle tabaco, y no me escondo, me compro los cigarrillos y no toso, a pesar de tragarme el humo, pero no los comparto, el camino de mi amiga y compañera se separó hace años en algún punto, que ni siquiera recuerdo.

Tengo ya sobrepasados los veinticinco años, aquellos que veía tan lejanos. No me he casado, tampoco sé si quiero hacerlo… y de hacerlo dudo que necesitara un vestido blanco de larga cola.

La noche sigue oliendo a jazmín… y sigue siendo verano…, como por aquel entonces.

Francisco Ponce carrasco

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