Ojos de Gato y Faustino

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Del frente de Teruel a la ofensiva para la ocupación de Cataluña…

Habían pasado dos días de durísimo combate y en ese tiempo, la artillería no cesó de bombardear las posiciones republicanas situadas al otro lado del río. Hasta él llegó la voz de que más de doscientos cañones disparaban sin parar. No sabía si era cierto o solo un rumor para levantar la moral de los soldados, pero eso no le importaba mucho porque estaba concentrado en seguir vivo y en localizar la Bandera de su hermano.

—- ¿Sabes dónde se encuentra emplazada la Primera Bandera de Falange de Navarra? — preguntaba a unos y a otros – Estoy buscando al sargento Faustino Fuentes Garde, es mi hermano…

¡Oye chaval!

Ahora sus pesquisas giraban en torno a una sección de camiones blindados, pues sabía que Andrés, su otro hermano, conducía uno de ellos. Nadie supo darle noticias; tampoco las fotografías que guardaba en uno de los bolsillos dieron su fruto… Regresaba a su batallón, frotándose las manos enrojecidas y cortadas por el frío porque el escozor de los sabañones era insoportable.

Levantando el cuello del gastado abrigo de paño, y hundiendo en él la cabeza hasta donde pudo, se encaminó al lugar que le correspondía con el pensamiento más negro y triste que le vino a la mente — sus dos hermanos habían caído en combate… — cuando de pronto; de pie apoyado en una tanqueta Fiat italiana, un sargento lo abordó con sonrisa socarrona y una mirada burlona.

El hombre llevaba un capote manta y una bota de vino cruzada al pecho. Empuñaba el mosquetón con una mano mientras que con la otra sujetaba la boina negra a la vez que se rascaba la cabeza rapada, sin duda para mantener a raya los piojos.

  • ¡Hola Caín!

La sonrisa irónica de Faustino era inconfundible a pesar de la rala barba rubia, y de la mugre que maquillaba su cara, incapaz de apagar el color de agua marina de los ojos de su dueño.

  • ¡Hola hermano! — contestó ofreciéndole la apurada colilla.

Él la aceptó con una mano enfundada en un mitón de lana en el que ya no quedaba ningún orificio por donde meter los dedos — ¿Está llena? — dice mirando la bota de vino.

  • Procuro tenerla contenta — comenta acariciando el pellejo —. A mí me gustan rellenitas. – bromea mientras le larga la bota. – Dale un buen trago, que de seguro te dará más calor que ese viejo abrigo de panza burra, como diría nuestra madre, que llevas.

Ojos de Gato le da un largo trago a la bota de vino y luego deja vagar la vista a su alrededor. La verdad es que si no llega a ser por el comentario de su hermano, ni se habría dado cuenta de la ropa de los hombres que allí se concentraban, solo se había percatado de cómo iban los italianos: demasiados finolis, sobre todo los jefes con tanta pluma… Ellos eran verdaderos percheros humanos, la guerra duraba demasiado y los hombres se apañaban como podían. Se protegían del frío con cualquier cosa; todo valía. Luego tras esos harapos de tela colocados como capas de cebolla, venían los uniformes… La guerra ya duraba demasiado tiempo, demasiado… por eso prefería ser un poco escéptico en cuanto a eso de que se estaban dando los últimos coletazos…

  • ¿Sabes algo de Andrés? Yo de León si tengo noticias… — observa los ojos de su hermano y ve como el color de aguamarina se torna más oscuro. — Cruzó la frontera… supongo que estará en Francia; padre se ha debido sentir muy mal…
  • En Isaba ningún carabinero secundó el alzamiento, así que eso no es ninguna novedad, ya lo sabes. — la nuez de la flaca garganta de Faustino baila arriba y abajo mientras el vino de la manoseada bota corre en su interior — De todos modos esa es ya una vieja noticia, han pasado prácticamente tres años y al menos yo no he vuelto a

saber nada de su vida… — dice limpiándose la mugre de las uñas con un palillo de dientes, que saca de uno de los bolsillos de la guerrera —. De André si tengo que decirte, que resultó herido cuando su blindado fue atacado en Tolosa. El bicho cayó por un barranco. De todos modos me alegro, pues la guerra no esta hecha para él. Bueno, ni para él ni para nadie; lo que quiero decir es que la guerra le acojonaba… aunque supongo que como a todo el mundo, pero unos lo llevamos como podemos y otros ni eso, y Andrés era de estos últimos… Aún sigue hospitalizado; mejor así. — la voz de Faustino pareció quebrarse con las últimas palabras.

  • Deja de preocuparte tanto por los demás y mira un poco por ti hermano…
  • ¡Mierda de guerra! Desde que empezó todo este lío cada vez que disparaba el mosquetón creía que me había cargado a León, hasta que me enteré de que estaba en tierra de franchutes. — Hablaba con la vista puesta en el río. — Tengo que volver a mi Bandera, pero antes toma, pégale otro trago a ver si engañas un poco al frío que a falta de un buen tazón de leche de vaca de nuestro pueblo, lo mejor es el vino de mi bota. — dijo alargándole el pellejo…

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  • Masa, tú beber leche de coco. — Pablo le ofrecía un coco desprovisto de la capa fibrosa y verde que lo envolvía, y al que había capado uno de los extremos, a golpe de machete. Había parado el camión, en mitad del camino, sin preocuparse en aparcarlo a un lado: se estaba meando, así que si aparecía alguien ya lo movería.

Bebió con avidez la leche fresca del coco, y el sabor agridulce invadió, como todas las frutas de esa bendita tierra, su paladar.

… Leche caliente y dulce, cubierta por una espesa capa de nata; leche de vaca rubia, de los frescos y verdes prados del valle del Roncal. Leche caliente y dulce…

Su cerebro desgranaba las palabras, con cada trago. La imagen en derredor de la mesa de la casa familiar cobraba forma cada vez con más fuerza. El rostro de Faustino con sus ojos de aguamarina, parecían mirarle desde el impresionante Okume plantado casi al final de la carretera, allí donde el camino se perdía tras una curva cerrada. El afán de protección era más fuerte que él… y es que a pesar de esa imagen de hombre duro; a pesar de la fama ganada a pulso en su batallón de valiente y bravío, a pesar de eso, había sido de algún modo el padrecito. Era el segundo de los cinco hermanos, León era el mayor. Luego fueron llegando Isidra, Andrés, y él, el benjamín.

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  • ¿En qué piensas?
  • En sandeces, hermano… En sandeces…
  • Quédate a dormir, te dejo mi petate.
  • ¡Nooooooooooooo! No quiero llenártelo de piojos — creyó oírle decir riendo. – Adiós hermano. Si quieres verme, mi Bandera está acampada cerca de Caudiel; andante con cuidado si te acercas porque ya sabes que es tierra de nadie y puedes encontrártelos de todos los colores.
  • Adiós Faustino… — murmuró, mientras veía desvanecerse sus ojos de aguamarina entre las ramas del corpulento árbol de caoba africana; allí en donde la curva parecía acabar con el camino.

Gudea de Lagash

De un capítulo cualquiera de la Sombra del Egombe Egombe.

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