Primer recuerdo de la feria de mi pueblo

Subirme, con mi precioso y rubio hermano Silvestre, a un avión de esos que antaño se utilizaban para retratar a los niños en las fiestas de los pueblos es un momento entrañable que ha quedado en mi mente y que mis padres contribuyeron a que se fijara más la experiencia cuando inmortalizaron  el momento con la toma de la tradicional fotografía.

La glorieta del pueblo, con sus bancos, jardincillos, quiosco para que tocaran los músicos deleitando a los que tenían  la suerte o la ocasión de deleitarse y pasear por los alrededores, constituía un entorno especial y casi mágico a la mirada de una niña pequeña que de vez en cuando podía visitar.

En la feria, que solía celebrarse en el mes de octubre cuando los jornaleros, emigrados a la vendimia a Francia, volvían con dinero para poder disfrutar de esos días de algarabía y fiesta. Realmente estos festejos nunca se hicieron para honrar a patrón o patrona, como era habitual en otras localidades vecinas.

Bien, la imagen lejana y algo imprecisa que aún permanece en mi memoria,  es la de las aceras de las casas que circundaban la actual Plaza de la Constitución  ocupadas por casetas de los feriantes que ofrecían sus atracciones de forma luminosa y ruidosa.

En la esquina de la plaza que daba a la calle del Arco, recuerdo haber visto un atractivo tiovivo en el que me llamaba la atención un corcel negro que yo pesaba que quería atrapar a mi favorito que era blanco y vigoroso; en la esquina de la plaza que confluía con lo que es actualmente el edificio del Pósito municipal, propiedad de Don Ambrosio Mena, una especie de rueda de cadenas, creo, que daba vueltas y hacía que quienes no llevaban la falda bien sujeta, se le levantara; junto a la capilla del Nazareno se colocaban las barcas y lo futbolines y en el costado de la iglesia parroquial ,la pista de  los coches de choque.

En la puerta de la casa parroquial la gran tómbolas con cientos de regalos que atraían a grandes y pequeños: camiones de madera o plástico, coches de latón, muñecas de pelo de seda, sin pelo, pelotas de colorines, peluches…y útiles de cocina, juegos de café, de cuchillos, sartenes… y el sonsonete “Siempre toca, siempre toca…”

Y mi hermano menor, hermoso, de cara angelical, con traje de marinero sentado en un plateado avión y yo misma con trenzas, vestidito a cuadros y cara seria.

¿Qué sentí? Emoción mal expresada. Acaso una sensación diferente impregnó ese mi momento de una magia que no por lejana, es menos revivida con el paso de los años.

Hay más experiencias feriales, pero ya fueron posteriores, diferentes, pero esta es el primer recuerdo que impactó en mí cuando empezaba a tener la capacidad para asimilar y luego rememorar.

                                                  Ana Martínez Parra

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