Otoño
Torrefarrera, mientras octubre respira,
y el aire fresco corta como filo de espada,
las hojas caen en un vals de despedida,
alfombrando la tierra con su armadura dorada.
Se desviste el árbol junto al camino,
como un soldado que entrega sus armas al suelo,
y el viento, poeta errante y mezquino,
susurra verdades que no alcanzan el cielo.
Cada hoja caída es una historia que muere,
un pacto roto entre rama y raíz,
pero al tocar el suelo, parece que quiere
decir que el final es también un matiz.
Torrefarrera se torna un cuadro añejo,
de ocres, marrones y amarillos gastados,
un paisaje que guarda, entre su reflejo,
el eco de vidas y sueños pasados.
Pero en esta caída que parece derrota,
hay belleza escondida en la melancolía,
pues la hoja que duerme bajo la bota
es promesa de vida cuando llegue su día.
Así se vive el otoño en estas llanuras,
como un duelo que en calma se deja sentir,
un poema que brota en las calles oscuras,
donde el viento y la tierra comienzan a dormir.