Portada » MAÑANA EMBARCO (3/4)

MAÑANA EMBARCO (3/4)

ME_03_de_04_con_QR web

(Viene de: Y yo tampoco me atrevo a preguntárselo).

En fin, que así como el Mediterráneo trae la abundancia, puede traer a los enemigos desde el sur y desde el norte. Saber dominarlo, como digo, es imprescindible si quiero que mis hombres me sigan cuando llegue el día. Así me consta y así me lo ha inculcado el emir en muchas ocasiones.

Hilal, recuerda siempre esto, suele decirme mi padre, mirándome con firmeza. No basta con ser fuerte en tierra. Si el mar te vence, tus hombres te abandonarán. A lo que procuro responder siempre con manifiesta firmeza, aunque a veces la tenga que fingir: Lo sé, padre. No les fallaré.

Bajamos de la torre tras escuchar un improvisado poema de Abd Allah ibn Salafir[1] sobre un navío borracho, su panza y su vela. O algo así, pues sus susurros cuando lo preparaba durante la exhibición naval y su definitiva alocución se mezclan en mi cabeza con los nervios de saber que mañana me embarco, impidiéndome escucharlo bien. Los marineros, por su parte, se quedan en galeras y carracas varias, ejecutando diversas faenas de mantenimiento: limpian, revisan velas por si hay que zurcir alguna y mil tareas más: las propias del oficio. Mi padre, entretanto, recibe a su almirante y sus capitanes con alegría y felicitaciones, mientras yo observo todo a su lado. Los emplaza para la velada de esta noche. Habrá obsequios para ellos, además de música, poetas, bailarinas, bebida y manjares, les dice. Y, después, los manda a los baños situados al sur de la fortaleza y palacete. Cuando se retiran, obedientes, el emir me susurra un innecesario apestan. Ya me había dado cuenta, le doy a entender con mi asentimiento de cabeza.

Mañana embarco. Y cuando me toque estar de nuevo en tierra disfrutaré de este alcázar. Recorreré sus pasillos como si fueran parte de mí, trataré de colarme en el harén ―sin éxito, como siempre― y devoraré con fruición las mejores carnes de cordero y ave. Pero eso será durante el menor de los tiempos. El resto de los días recorreré las aguas de esta laguna en una de las naves que he visto hoy maniobrar e, incluso, saldremos al gran mar, cruzando las golas al final de la franja de tierra boscosa que separa ambos mares. Y, al fin, tras varias jornadas lejos de mi familia y rodeado de esos hombres rudos y barbudos, regresaré aquí, a esta fortaleza que completa la línea defensiva de nuestra capital, Mursiya[2]. El fuerte de Qartayanna al-Halfa[3] al sur y las fortificaciones que se alzan desde más allá de Laqant[4] hasta el norte de esta albufera terminan de completar las defensas oportunas para nuestras tierras. Juntos, estos baluartes forman una barrera de piedra y fuego, vestigios de la defensa incansable del emir contra los malditos almohades, quienes, como una marea de oscuridad, intentan desgarrar nuestros dominios. ¡Tiene razón mi padre! reflexiono. ¡Hay que cuidarse de lo que pudiera llegar por los mares que nos circundan!

Mañana me embarco. Como digo, estaré unas semanas por aquí y por allá y pasaré la mayoría de noches a bordo. Dormiré a la intemperie, en cubierta. Realizaré las duras tareas que algún capitán de larga barba, siguiendo las estrictas órdenes de mi padre, me encomiende. Hasta coseré y remendaré alguna vela, si procediera. En definitiva, navegaré y aprenderé los secretos de la navegación. Estoy pensando en ello cuando mi familia se retira hacia el palacete adyacente en el que residimos cada vez que venimos a la laguna.

Continuará


[1]      Abu Muhammad Abd Allah ibn Salafir al-Satibi, poeta originario de Játiva que dedicó unos versos a un barco de la flota de Muhammad ibn Mardanish. Una traducción de estos puede leerse en la cabecera de la parte 1/4 de este relato.

[2]      Murcia (según algunos autores e historiadores Mursiyya, con dos ‘y’).

[3]      Cartagena.

[4]      Alicante.

Sergio Reyes Puerta

Deja un comentario