LOS TRES HÉROES
Este año se conmemora el 500 aniversario, de la gesta que pudo cambiar el futuro de España. Es mucho lo escrito sobre las veces que se vendió al pueblo por intereses particulares, pero siempre cobijándose en ese término tan distinto para unos y otros, como bandera y patria.
Me vienen a la memoria títulos como «El pueblo traicionado», «Pobre Patria» y otros tantos que no hacen nada más que exponer relatos en la mayoría de las veces ignorados por la amplia base de la sociedad que conforma nuestro pueblo. El tema que ocupa el artículo de hoy, es uno de esos que debería estar más presente en los planes educativos, pero que por razones interesadas se trata muy por encima, casi de puntillas y es una pena porque mientras personajes que no mostraron valores, ni tan siquiera amor por su pueblo son idolatrados, otros, los verdaderos héroes, permanecen en un olvido impropio de los pueblos honrados.
Juan Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, todos ellos pertenecientes a familias de la nobleza y por eso es aún mayor su gesta. Decidieron un día revelarse contra lo que entendieron una tiranía al servicio de intereses extranjeros, dando su vida por el pueblo que amaban y por el cual estaban comprometidos.
En este tiempo se pusieron en evidencia, varios de los males que han sido constantes hasta nuestros días. Por un lado, el sometimiento de la mujer, siendo apartada por su padre e hijo, la reina legítima Juana I de Castilla, una mujer preparadísima, nada común en las mujeres de las casas reales de su tiempo.
Mientras tanto, el pueblo pasando uno de los peores momentos económicos, sufriendo una constante presión fiscal, con el fin de contribuir al sostenimiento de la maquinaria política en el extranjero. Y por otro lado los caciques de siempre, en defensa de sus intereses, poniendo en práctica la sentencia gongoriana «Ande yo caliente y ríase la gente». La clase noble en su mayoría, con intereses principalmente en el mundo rural, no dudaron en ponerse de lado del rey a sabiendas de que una vez aplastada la rebelión, recibirían la recompensa y así fue. Mientras los héroes del Movimiento Comunero eran ejecutados en Villalar, aquellos miserables estaban reclamando al monarca «qué hay de lo mío». Es cierto que hoy Toledo, Salamanca y Segovia, rinden homenaje con sendas estatuas a estos nobles nunca mejor dicho en sus respectivas ciudades, pero eso no es suficiente, ante tanto sacrificio.
Antecedentes:
La Guerra de las Comunidades de Castilla, en principio se inició con dos grandes objetivos a conseguir, el primero devolver la autonomía en las actuaciones de gobierno, ante el férreo control que ejercían los emisarios extranjeros, despegados totalmente del pueblo y su cultura. De hecho, dichos administradores desarrollaban sus cometidos en alemán, despreciando la lengua del reino de Castilla. En segundo lugar, los comuneros pretendían una reorganización política, que diese mayor protagonismo al pueblo a través de las Cortes Castellanas.
Al poco tiempo de la llegada del rey Carlos I, arribada con su cortejo de aristócratas extranjeros, comenzaron las primeras discrepancias, ante las actuaciones más propias de una situación colonial, que de un país libre.
Este malestar fue labrando poco a poco lo que desembocaría en 1520 en la sublevación popular, tan solo tres años después de haber tomado posesión del trono Carlos I, que más tarde sería nombrado emperador del Imperio Austro-Húngaro con el nombre de Carlos V.
El inicio del Movimiento Comunero, tuvo lugar en la ciudad de Toledo, siguiéndole varias de las ciudades castellanas, alcanzando una buena respuesta por parte de la población, no así entre los terratenientes que veían que un cambio político que diese mayor poder al pueblo, iría en contra de sus intereses.
Mientras tanto en Andalucía, la aún reciente conquistada para Castilla, las cosas no transcurrían de mejor manera. El descontento entre la población, ante la pérdida de derechos, sumado al galopante empobrecimiento, debido principalmente al desmantelamiento de los sistemas de producción, ahora en manos de aquellos que contribuyeron a la conquista.
Entre los repobladores extranjeros, el grado de frustración era muy elevado sobre todo porque lo prometido no se podía llevar a cabo, sus productos no tenían salida ante la falta de poder adquisitivo de la población, que impedía la compra de productos de primera necesidad.
El manifiesto de La Rambla (Córdoba), se trata de un manifiesto que varios controladores políticos de diversas ciudades de Andalucía firmaron en favor del rey Carlos I, «expresando su lealtad».
Debido al control administrativo, que dichos leales ejercían sobre la población, no era de esperar otra respuesta que no fuera la de subordinación, sin embargo, entre la población la simpatía hacia los comuneros era vista con un alto grado de esperanza, sobre todo por ver si cambiaban las cosas mejorando la vida de la población.
Juan de Padilla:
Su verdadero nombre, Juan López de Padilla y Dávalos, nace en Toledo el 10 de noviembre de 1490, perteneciente a una familia hidalga toledana, su padre, Pedro López de Padilla, Guarda del rey y Regidor de Toledo, su madre, Mencía Dávalos, sobrino de Gutierre de Padilla, Comendador mayor de Calatrava, y Diego López de Padilla, Mariscal de Castilla.
El 18 de agosto de 1511, contrae matrimonio con María Pacheco, hija de Íñigo López de Mendoza y Quiñones, primer Marqués de Mondéjar y segundo conde de Tendilla. Durante los dos primeros años, el matrimonio fijó su residencia en la villa toledana de Mascaraque.
El 29 de julio de 1513, tomó posesión del cargo de Regidor de Toledo, cargo al que previamente había renunciado su padre en favor suyo.
A principios de 1520, Carlos I convoca las Cortes en Santiago de Compostela, con el afán de establecer una serie de nuevos impuestos, con el fin de satisfacer las demandas de sus mantenedores norte-europeos, (en definitiva, empobrecer aún más a un pueblo al borde de la extenuación).
A principios de abril de 1520, en la ciudad de Toledo se comenzó a fraguar lo que más tarde se conocería como «La Guerra de las Comunidades». El 25 de junio de ese mismo año, Padilla recibe el encargo de organizar las tropas, que desde Toledo partirían con dirección a Segovia, para combatir contra Rodrigo Ronquillo que era el encargado de sitiar la ciudad tras el asesinato del Procurador Rodrigo de Tordesillas.
El 5 de julio fue nombrado Capitán General de la Comunidad de Toledo, teniendo a su cargo la dirección del ejército. A las tropas toledanas se le unieron las segovianas y madrileñas, consiguiendo que Ronquillo se retirase hasta Santa María de Nieva, allí se unió a Antonio de Fonseca. Estos dos capitanes protagonizaron uno de los más lamentables hechos de esta guerra, el incendio de Medina del Campo el 21 de agosto, arrasando la ciudad, pero un grupo de medinenses lograron salvar las piezas de artillería que fueron entregadas tres días más tarde a Padilla y el resto de capitanes.
El Movimiento Comunero, no solo contaba con la legitimidad del pueblo, también con aprobación de la reina Juana I de Castilla, como se demuestra en las reuniones que mantuvo Padilla con ella el 29 de agosto y 1 de septiembre en Tordesillas, consiguiendo su aprobación para que la Santa Junta, conformada por ciudades comuneras reunidas en Ávila el 1 de agosto se trasladase junto a ella.
Padilla poseía un gran carisma entre la población, que incluso trató de organizar el ejercito, cediendo responsabilidad en otros mandos, pero el pueblo no lo aceptó, revelándose contra la designación de Pedro Laso de la Vega.
La Comunidad de Valladolid reaccionó contra este nombramiento, esa misma noche una multitud sacaron a Padilla de su casa al grito de ¡Viva Padilla! ¡Viva Padilla! ¡Padilla será nuestro General!, con el malestar del propio Padilla que accedió a que se formara una comisión para dirigir el ejercito, si bien la cabeza rectora de aquel grupo colegiado fuese el propio Padilla.
Juan de Padilla
Juan Bravo:
Nace en Atienza (Guadalajara) el año 1484, perteneciente a la nobleza castellana, su padre Gonzalo Bravo de Lagunas, era alcaide de la fortaleza. Su madre María de Mendoza, era hija del Conde de Monteagudo de Mendoza, por lo cual Juan era primo de María Pacheco, la esposa de Juan Padilla, por vía paterna era sobrino de Juan de Ortega Bravo de Lagunas, obispo de Ciudad Rodrigo, Calahorra y Coria. Tanto este tío como su padre, procedían de la villa de Berlanga de Duero (Soria), en cuya colegiata se hallan enterrados sus restos.
Juan Bravo
Francisco Maldonado:
Nace en Salamanca en 1480, miembro de la aristocracia castellana, es muy poco lo que se sabe de este personaje, pero por ejemplo es conocido como junto a su primo Pedro Maldonado Pimentel, ambos universitarios y nietos del doctor Rodrigo Arias Maldonado, conocido como Rodrigo Maldonado de Talavera, Catedrático de la Universidad de Salamanca, este fue uno de los principales negociadores en la paz con Portugal.
Desde el principio, Francisco Maldonado se puso a disposición del Movimiento de las Comunidades, siendo para entonces regidor de Salamanca, apoyando la causa como procurador, asistiendo a la Junta como capitán del ejército en Salamanca.
Desde la fortaleza de Toro (Zamora), partió en apoyo de Padilla y Bravo, participando junto a ellos en la batalla de Torrelobatón (Valladolid).
Francisco Maldonado
El fin de una ilusión:
El fin llegó con la batalla de Villalar (Valladolid), hoy su nombre completo es Villalar de los Comuneros, en recuerdo de estos tres héroes que dieron su vida por amor a una tierra mejor.
La derrota en esta batalla, supuso la frustración de todo un pueblo que tenía depositadas las esperanzas de recuperar los destinos del reino, que veían cómo eran tratados como colonos, por los dirigentes extranjeros venidos del norte de Europa.
Esta batalla supuso el punto final a toda una empresa, que, si bien al frente estaban nobles castellanos, contaban con el apoyo de todo un pueblo, pueblo por cierto hambriento y desarmado.
Estos hechos ocurrieron el 23 de abril de 1521, enfrentamiento que tuvo lugar entre los comuneros y las fuerzas realistas.
El ejército de Carlos I, un rey extranjero, aplastó la insurrección, que de haber triunfado sin duda habría cambiado el destino de Castilla.
Desarrollo de la batalla:
Estaba acuartelado el ejército comunero, en la ciudad vallisoletana de Torrelobatón, tras su toma en febrero de 1521. Juan Padilla, junto a sus hombres, esperaban el momento oportuno para partir hacia Valladolid o Toro. Mientras tanto, el ejército del Condestable al que se le unieron tropas del Almirante y de los señores feudales que temían por la pérdida de sus privilegios.
El 21 de abril estas tropas se establecen en Peñaflor de Hornija, sumándose a estas las tropas alistadas en el reparto efectuado en el Ayuntamiento de Burgos.
En las filas comuneras, la Santa Junta establecida en Valladolid, envió a Padilla los refuerzos solicitados, compuestos por un contingente de artillería. Pero el Regidor Luis Godínez se negó a ponerse al frente de dicho contingente, puesto que tomó de forma voluntaria el universitario Diego López de Zúñiga.
La situación de los comuneros sitiados en Torrelobatón, se hacía cada día más difícil, por lo que el universitario Diego, decidió el 20 de abril, ponerse en marcha sin esperar a recibir órdenes de la comunidad.
El 22 de abril los comuneros efectuaron ejercicios de control sobre las posiciones enemigas, sin decidir por el momento abandonar Torrelobatón. El 23 de abril de 1521, de madrugada y amparados por el manto de una pertinaz lluvia, el ejército comunero decidió partir hacia la ciudad comunera de Toro. Padilla no consideraba que este día fuese propicio para hacer un desplazamiento militar, pero ante la presión de unos hombres altamente estresados por los días de sitio, asintió en emprender la aventura.
El ejército comunero inició el camino siguiendo el curso del río Hornija, dejando a su paso los pueblos de Villasexmir, San Salvador y Gallegos. Llegando a la altura de Vega de Valdetronco, la batalla se palpaba. La lluvia, un enemigo más a batir. Padilla busca un lugar propicio para el enfrentamiento, la primera población en la que pensó, por proximidad, fue en la de Vega de Valdetronco. La siguiente ciudad camino de Toro, era Villalar y aquí fue donde se desató la batalla, más concretamente en el Puente de Fierro.
El ejército comunero, en gran parte falto de una preparación militar, ante la superioridad de las tropas de Carlos V, pretendió llevar la batalla al interior del pueblo, instalando la artillería en sus calles. Pero a sabiendas de lo diezmado del ejército comunero, la caballería realista inició el ataque sin esperar a la infantería del Condestable. La batalla se saldó con la muerte de 1.000 soldados comuneros y más de 6.000 prisioneros.
El 24 de abril los jueces, Cornejo, Salmerón y Alcalá, en un juicio rápido, los hallaron culpables condenándolos a morir decapitados, siendo confiscados todos sus bienes. El verdugo que llevó a cabo la ejecución, lo hizo con una gran espada exhibiendo ante los congregados las cabezas de estos tres héroes.
El martirio
Conclusiones:
Una vez más la derrota de un intento por liberar al pueblo, se vio truncado provocando exilio, muerte y la pérdida de los mejores. Muchos fueron los que se exiliaron en Portugal, pasando por el paso fronterizo de Fermoselle, mientras tanto la resistencia se centró en la ciudad de Toledo, alargando unos meses más la lucha. Los actores principales fueron el obispo Acuña y María Pacheco, con el apoyo de la población.
Cuando aplicamos la historiografía comparada, vemos cómo los países de nuestro entorno, siempre al margen de intereses particulares, se posicionaron por lo que convenía al pueblo, mientras que si observamos el pasado español, siempre primaron los intereses particulares de unos pocos, no reparando en apoyar fórmulas extranjeras.
Es cierto que si visitamos cada una de las tres capitales de donde eran originarios estos héroes, encontraremos esculturas y monumentos que honran su memoria, pero en general pienso que no hemos sido justos, es más fácil encontrar plazas, avenidas y otras referencias de sus verdugos que de Padilla, Bravo y Maldonado, que dieron su vida por una tierra mejor.
En los planes de educación, cuando se suele reclamar el conocimiento de nuestra historia, hechos como el que nos ocupa pasan casi desapercibidos y cuando nos acercan a ellos lo suelen hacer de una forma dulcificada, propia de la novela, pero no debemos confundir este género con la historia que es una ciencia, que sobre todo ayuda a conocer nuestro pasado, para que podamos aprender de los errores y sentirnos orgullosos de los aciertos.
José María Escribano Muñoz
Hendaya
Muy buen artículo. Enhorabuena.