Portada » Literatos de temporada

Este relato no está inspirado en hechos reales.

En la terraza de una cafetería, dos individuos con pinta muy extravagante, parecen cultos, andan ocupados en distraer, charlado, su despreocupación. Lo hacen ante unas cervezas a las que su sed no les dará tiempo para que desafíen al sol de julio.

—Hay un tipo de escribidores que categorizaríamos como de corto recorrido, como de temporada diría yo —reflexionaba don Francisco el más joven de ellos—. Ejercen movidos por una fuerza externa y lo hacen mientras esta subsiste, por lo general esta causa es lacerante y durante la vida  de esa razón, ese autor nos deleitara con sus desgarradas melancolías, sus insoslayables nostalgias, sus recurrentes tormentos y a veces con sus alaridos de dolor rimado, o con sus melancólicas evocaciones en prosa, nada prosaicas, de su desesperación, de sus desamores, salpicadas con lastimeras súplicas al Sumo Hacedor por haber permitido que muriera quien tanto amaba, o que su amada tomara las de Villadiego para irse con otro menos circunspecto y quejumbroso que él y que lo dejara tirado como una colilla.   

—Todos los que penamos en este mundo hemos pasado, en alguna ocasión, por trances de ese calado —apostilló su contertulio don Luis, que con su decir confirma su repelente apariencia.

—Pero no todos disfrutamos de la misma sensibilidad ante bretes de ese tipo. Sólo algunas personas, seres que aman visceralmente, son receptivos, cuando se les quiebra el amor, de vislumbrar esa súbita inspiración que anida en ellos mientras dura el sufrimiento, por lo que ese sufrimiento se convierte en algo estético, en algo bello, sin dejar de ser doloroso para ellos.

— ¿El dolor canalizado a través de la escritura? ¿No será que pretenden contagiarnos su sufrimiento, su dolor?

—No sea usted conspiranoico don Luis, ellos, al expresarlo, no tienen más pretensión que liberarse del dolor que los oprime. Aquí estamos hablando de los que lo vuelcan en unos folios, aunque también hay quienes orientan su desesperación a través de cualquier medio, sea artístico como la música, la pintura través de sus cometidos profesionales esos militares que buscando la muerte que acabe con sus penas hallan la heroicidad y, porque no, quien lo esgrima como excusa para ir contra sus semejantes.  Ese brote literario llega impelido por un sentimiento desbordado, como ocurría en pleno romanticismo y hace que, a algunos lectores, esa desdicha nos envuelva con su belleza poética, arrastrándonos con ella hasta en sus más ligeros estremecimientos. Vibramos con sus lamentos, lloramos con su soledad, nos mecemos en su melancolía, sentimos las punzadas de sus celos, nos sentimos zaheridos con los desprecios que soporta, vivimos la soledad de su desamparo. Al leer sus poemas de desamor se nos entrecorta la respiración, sentimos palpitaciones y nos sentimos confundidos aunque no sé si ante tanta beldad o ante tamaña desgracia.

—Escriben por la misma razón que usted y que yo, porque le sacan partido económico, porque les gusta ser leídos, porque quieren recibir buenas críticas, porque su obra se comente, se divulgue y haga que se les recuerde. .

—No es así. Son personas que atraviesan instantes de grandísimo padecimiento y expresar lo que sienten les libera tanto o quizá más que saberse leídos, y cuando desean un lector o lectora, nunca es uno globalmente hablando, sino que persiguen unos destinatarios concretos, el que lo leamos los demás es puramente accidental y para ellos carece de importancia. Es expresar su desgracia lo que les libera, más que la lectura que se haga de esa expresión, es verbalizarlo lo que cauteriza sus heridas.  Pero a la vez, y sin que a ellos les importe, conlleva un beneficio social y estético: por la belleza de las palabras con que expresaron su dolor.

—Vamos que a cambio de que les leamos se ahorran el psicólogo: pues consiguen un buen ahorro. Tendré que probarlo. 

—Usted siempre tan pragmático don Luis, no sé como pudo recalar en las letras. Es la literatura, la cultura en general, la que sale ganando. Sin esos desamores desgracias y desengaños, ¿Existiría el tercer grupo las rimas de Bécquer? ¿Hubiera escrito Espronceda el canto a Teresa? ¿Conoceríamos muchos de los escritos de Larra? ¿Nos habría llegado El libro de las canciones de Heine? ¿Existirían las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique?

—Eso es basar muchas carreras literarias en la existencia de un acontecimiento desafortunado, en el advenimiento de una desgracia.

—Y así es, y entre este tipo de estilistas habría que diferenciar entre los que ya son literatos y, en un momento dado de su existencia, atraviesan un desengaño amoroso, una desgracia familiar, de la que extraen alguna de sus obras, de los individuos, que aun no habiéndose asomado al mirador de la literatura, la vivencia de uno de esos acontecimientos, los aboca a la penosa situación que tratan de aliviar, reflejando por escrito los sentimientos que les despiertan esa desgracia que se ha cebado con ellos. Estos, mientras sus sentimientos se centren en el desengaño que los motivó, seguirán creando, cuando esos sentimientos encuentren otro horizonte, al que fijar su rumbo, desaparecerán, pero nos quedara su literatura. Estos son los literatos de temporada. En algún caso sus escritos cesan bruscamente, hemos de entender que han encontrado la situación, la persona que llena sus horas y no deja lugar para la literatura…

—También puede ser que… desgraciadamente… — sugirió don Luis, adoptando una trágica expresión.

— ¡Quite usted, no sea pájaro de mal agüero! Si dejan de escribir es porque de nuevo son felices y no tienen necesidad de contar sus penas —rebatió don Francisco.

—Pero si estaba tan decaído podía habérsele pasado por la cabeza la idea de quitarse la…

«Pero ¿es que no ha oído usted a don Francisco?»

—Y ¿esa voz? ¿Quién es este? —preguntó asombrado don Luis.

«Soy el autor del relato y, al igual que don Francisco, no admito pesimismos en él. Así que o está a lo que digo o ya puede largarse con su gafe».

—Hombre, es que yo, basándome en las estadísticas, solo sugería que los suici…

«Don Luis las estadísticas pueden cantar misa en los telediarios o en los mítines de los politicastros, pero este es mi relato y en mi historia los abandonados, los desengañados, los que vuelcan su desgracia en una cuartilla, siempre acaban encontrando otra razón en la que ilusionarse para que cuando, de nuevo, vuelvan a ser abandonados, dispongan de vivencias que recordar, para echar de menos y para llorar su pérfida y todo ello puedan redactarlo en brillante literatura… sea prosa o verso».

— ¿No le parece cruel, abusivo…? —Intervino don Luis— Aprovechar el sufrimiento de esas personas para el deleite de los lectores.

—No soy yo, ni los lectores, quienes creamos el sufrimiento que atenaza a los creadores. Simplemente aprovechamos una simbiosis saprófita elegida por esos autores, que se alivian de su sufrimiento escribiendo grandes páginas de la literatura universal que regalan nuestros oídos con sus lamentos literarios.

—Como pago del tratamiento…

—No sé qué deberíamos lamentar más, si los desengaños que propician tan buena literatura o que, de nuevo, encuentren la ilusión, la dicha o el amor. Y que al caer en sus  brazos y nos priven de sus letras. Son nuestros literatos de temporada. Hay algunos que son más iterativos, que encadenan etapas de dicha y desgracia, de enamoramiento y desamor, son los fijos discontinuos de la literatura.

—Compadezcamos sus desgracias en voz baja, no se nos vayan a enfadar las desdichas, se aparten de sus víctimas y nos quedemos sin vates.

Alberto Giménez Prieto

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