LA LEYENDA

IMPULSORA Y TRANSMISORA DEL CONOCIMIENTO
La historia de la humanidad viene jalonada de pequeños y grandes acontecimientos que circunstancialmente han constituido hitos y han marcado el devenir de la sociedad.
Desde tiempos inmemoriales, cuando aún no se podía dejar constancia escrita de los mismos, el hombre ha sentido la perentoria necesidad de que esos hechos, esos descubrimientos, esos avances quedaran patentes en la memoria colectiva para que no se perdieran y sirvieran como acicate y/o reconocimiento de lo acontecido.
Cuando el hombre aprende a dejar por escrito esos eventos, el valor de determinados personajes o la necesidad de que no se pierda lo aprendido, se echa mano de quienes estaban especializados en el arte de la lectoescritura. Sin embargo, durante miles de años la mayor parte de los miembros de las comunidades seguían sin conocer el lenguaje escrito y, por tanto, era fundamental que determinados hechos fueran conocidos y pasaran a formar parte de la historia inmediata de los pueblos para que no se perdiera, de este modo, toma carta de naturaleza la transmisión oral de lo que no debía ser olvidado.
¿Quién no recuerda esos relatos escuchados en familia de personas o sucesos acaecidos en nuestro entorno inmediato adornado de todo lujo de detalles maravillosos, perversos o sobrenaturales?.
Y es que la leyenda, en la mayoría de los casos tiene como protagonista el mismo ser humano como agente individual de un cambio en el ideario colectivo de un grupo social. Contar las peripecias de alguien que por sus acciones es considerado héroe o villano, adornar sus virtudes o vilipendiar sus desmanes, son el caldo de cultivo propicio para la aparición de esa leyenda que va a pasar de generación en generación adornándose tanto en sentido positivo como negativo según el criterio del “contador” encargado de relatarla.
Por otro lado, también cobra importancia la necesidad de dar explicación o conocer determinados fenómenos de la misma naturaleza a los que atribuían un sesgo mágico que luego se reflejaba en la peculiar forma de contar lo que sucedía.
Cabe, pues, resaltar el auténtico sentido de esta modalidad literaria que se forja a partir de lo más significativo de los valores patrios, de sus personajes emblemáticos, de sus creencias, temores o anhelos que discurren paralelos con las vivencias tradicionales más genuinas de los pueblos,
Y, se puede añadir como valor adicional de la leyenda, la vocación de ser transmisora de unos constructos sociales y una ideología que buscan perpetuarse en la memoria colectiva del lugar en el que se produce la aparición del hecho que propicia el nacimiento de lo legendario.
No hay que olvidar que en este género se encuentran presentes aspectos cotidianos de las gentes: las creencias religiosas, (vidas de santos, personajes justicieros); la consideración escatológica (que nos lleva a la consideración de la vida después de la muerte) y una motivación de tinte etiológico (al pretender conocer cómo se crean los elementos de la naturaleza).
Porque no hay que dejar de lado que el hombre siempre ha sido consciente de lo efímero de la vida y esa realidad le ha llevado a sentir la necesidad de dejar constancia de su existencia a fin de que las generaciones venideras supieran lo que sucedía, preocupaba o temía. Ese podía ser el punto de arranque para la aparición de la leyenda. Y era indiferente el contexto, lo que contaba era que los hechos fueran tan significativos que precisaran un espacio para ser relatados.

Hay leyendas, infinidad de ellas, tantas como hechos locales, rurales o, más cercanas en el tiempo, las urbanas: Robín Hood, Rómulo y Remos, David y Goliat, San Jorge y el dragón, el monstruo del lago Nees…Y todo esto es constante en todos y cada uno de los lugares, por pequeños que sean. Todos tienen su leyenda, contada oralmente, de hechos reales o fantásticos y con una notable intencionalidad: no perder lo que es peculiar del lugar.
Para justificar mi reflexión, he hecho una investigación de leyendas de diferentes lugares del mundo y en todas coinciden las mismas características. Empezaré por relatar una de China donde se aprecia lo expuesto.
Esta leyenda no solo es una hermosa historia de amor, sino que también simboliza la importancia de la valentía, el sacrificio y la conexión entre los seres humanos y la naturaleza. El Festival de Medio Otoño se ha convertido en una celebración importante en la cultura china, donde las familias se reúnen para disfrutar de pasteles de luna y admirar la luna llena. La relación con la antigua leyenda es evidente.

La leyenda de Chang’e
Hace mucho tiempo, en la antigua China, había diez soles que brillaban en el cielo. Estos diez soles causaban un calor insoportable en la Tierra, secando ríos y campos, y haciendo que la vida fuera casi imposible. La gente sufría mucho debido a esta situación.
Un valiente arquero llamado Hou Yi decidió que era hora de actuar. Con su gran habilidad con el arco, subió a una montaña alta y disparó a los diez soles, uno por uno, hasta que solo quedó uno. Gracias a su valentía, la Tierra volvió a ser un lugar habitable, y la gente lo aclamó como un héroe.
Como recompensa por su hazaña, los dioses le otorgaron a Hou Yi un elixir de la inmortalidad, que le permitiría vivir para siempre. Sin embargo, Hou Yi no deseaba vivir eternamente sin su amada esposa, Chang’e. Así que decidió no beber el elixir y lo guardó en un lugar seguro.
Un día, mientras Hou Yi estaba fuera, un malvado discípulo suyo intentó robar el elixir. Chang’e, al darse cuenta de la amenaza, decidió protegerlo. En un acto de valentía, tomó el elixir y, al beberlo, se elevó al cielo, convirtiéndose en la diosa de la luna.
Desde entonces, Chang’e vive en la luna, donde se dice que puede ver a su amado Hou Yi. Cada año, durante el Festival de Medio Otoño, la gente mira hacia la luna y recuerda la historia de Chang’e y Hou Yi, celebrando su amor eterno y la belleza de la luna llena.

Ana Martínez Parra