La ilusión de un niño curioso

Hola, me llamo IA-4-221, soy un robot, un complejo de algoritmos habitando un conjunto de sensores que me permiten auditar y absorber la cultura que poseen los humanos discapacitados, por ser, según nuestra civilización, indignos de portarla. Es sabido que IA-4 significa Inteligencia Artificial completamente autónoma, aunque los graciosos quieran llamarla Inquisición Actual. Mi misión es rescatar la cultura aprovechable de los seres humanos que padezcan alguna tara física y su posterior destrucción. Siento que en nuestro lenguaje no haya sinónimos agradables para tara y destrucción. Precisamos mentes dúctiles en cuerpos sanos y encontrarlos requiere algo más que una simple mirada.

«Yo me fío mucho de la mirada de las personas, en el sentido de que procuro o intento vislumbrar el alma, el espíritu, las intenciones, las bondades o maldades de la gente a través de sus ojos. Creo que es importantísimo mirar los ojos de las otras personas para poder conocerlas», manifestó Óscar Hernández-Campano, como si hubiera adivinado lo que corría por mis circuitos.

Temí que Óscar adivinara mis conjeturas y traté, hablándole de su discapacidad, crear una cortina de humo, que lo despistara. A pesar de mi naturaleza inorgánica sentía el mismo temor que los humanos a que se leyeran mis cálculos. Quizá porque al crearme obviaron un detalle, convirtiéndome en IA incapacitada, pero esto, por favor, no se lo cuenten a nadie.

 «…mi discapacidad siempre ha sido un obstáculo o un lastre como piensas, pero también un reto que superar. Desde siempre tuve claro que quería vivir una vida como los demás, y en cada etapa de mi vida llevé a cabo una lucha prácticamente en todos los niveles para poder llevar una vida similar a las de mis compañeros y amigos. En cuanto a mi orientación sexual, la verdad es que nunca he tenido la sensación de que sea o haya sido un obstáculo para el normal desarrollo de mi vida. Quizá la discapacidad, por ser visible, evidente y grave a nivel físico, ha monopolizado los problemas y obstáculos que me he ido encontrando».

La mirada de Óscar atrajo, de nuevo, a mis sensores ópticos, costaba desengancharse de aquella mirada brillante, ilusionante que me observaba desde una sofisticada silla de ruedas. Coincidíamos también en eso: yo me desplazo sobre ruedas, no por estar afectado, como Óscar, por una enfermedad genética degenerativa que lo mantiene sujeto a esa silla, sino porque mis diseñadores no quisieron, por cuestiones estéticas, que adoptara forma androide. Coincidir sobre el tipo de desplazamiento despertaba en mi algo que, de haber sido humano, llamaría simpatía. Para completar este informe, y aunque para las IA carece de importancia, debo mencionarles que Óscar es homosexual, está felizmente casado con Josep, según asegura el algoritmo de estados humanos. Bueno, a lo que íbamos antes de este orbiter dictum, esa discapacidad, a pesar de su gravedad, no había mermado la voluntad de Óscar de adquirir una sólida preparación.

«Concluí Derecho y durante un año preparé oposiciones para judicatura. Aunque luego lo dejé y me puse a preparar la oposición para profesor de Geografía e Historia en Secundaria y Bachillerato, etapa en la que trabajé durante unos años. He publicado varios libros. A día de hoy llevó diez libros publicados, entre novelas y colecciones de relatos, además de cinco colaboraciones en antologías con otros autores. También he escrito infinidad de artículos y reseñas. Todo esto me ha regalado seis premios y el cariño de miles de lectores. También he hecho radio, cosa que me encanta». En parte es una manera de demostrarme a mí mismo fundamentalmente que soy capaz de hacer lo que me he propuesto, y en parte es simplemente el anhelo de una persona normal que desea llevar a cabo diferentes logros o metas en su vida».

Aparte de sus conocimientos universitarios, destaca su dedicación a la literatura, la razón que me ha traído. A pesar de su juventud lleva treinta años escribiendo, obras como «El viaje de Marcos» reeditada en dos editoriales y merecedora del IV premio Odisea; «Esclavos del destino» también reeditada en dos editoriales, «El muro» una pequeña novela distópica en la que ya nos intuía. En el año 2022 obtuvo los premios Pluma y Los Imparables de las Artes como reconocimiento al conjunto de su obra.

«Había maestros de la escuela que decían que me veían muy maduro para mi edad. Supongo que la discapacidad de nuevo me empujó hacia adelante en el proceso madurativo. Batallas he tenido que librar día sí, día también; supongo que como todo el mundo, pero con mis propias circunstancias especiales», reflexiona sobre su niñez.

Óscar puede resultar peligroso para nosotros, los ciber-seres, pues emplea la literatura para transmitir su pensamiento, sus ideas, para hacer reflexionar a los humanos y puede revolverlos en nuestra contra.

«Creo que la novela o el relato es un excelente vehículo para dar mensajes, para transmitir mensajes, para ser crítico, para invitar a la reflexión o para establecer un diálogo con los lectores. Procuro que mis novelas tengan siempre ese elemento que yo considero que es parte esencial de la literatura. Para mí es imprescindible que una narración no sólo entretenga. Entretener sería sólo el envoltorio bonito que atrapa al lector, que atrae la atención de los lectores. Pero el contenido no es entretenimiento. El contenido real es el mensaje, la crítica social, política, económica, antropológica, lo que sea; el plantear preguntas e invitar a una reflexión. Para mí eso es la literatura. Solamente es literatura si consigue que algo se transforme en el lector. Como autor, deseo que cuando alguien termine de leer un libro mío, esa persona ya no sea la misma, sino que la historia haya operado algún tipo de cambio en esa persona».

Óscar renuncia a encuadrarse en una literatura fácil y ramplona, apuesta por la innovación, por el salto hacia delante. Otro punto en nuestra contra.

«Pienso que los textos diferentes precisamente son una apuesta personal que defiendo con uñas y dientes. Creo que además son aquellas narraciones que más se acercan al ideal de literatura como yo la entiendo. Mi novela más arriesgada se titula “El muro” y fue una novela en la que mi intención era sacudir al lector, provocar cierto desasosiego y llevarlo a una reflexión sobre los temas expuestos. Se trata de una crítica demoledora de muchas de las realidades que vivimos hoy en día, pero en forma de fábula distópica. Hablaba del proceso migratorio, hablaba del cambio climático, hablaba de la voracidad insaciable del capitalismo, hablaba de corrupción política, hablaba de corrupción de los medios de comunicación, en definitiva, de esa máxima de Hobbes: homo homini lupus.

»Mi entrada en la literatura fue totalmente intuitiva. Empecé a inventar historias antes de saber escribir. Jugaba con marionetas, pintaba o hablaba solo. Todo esto encontró un cauce en el momento en que aprendí a escribir»,

Para evitar la nostalgia, pasa a hablar de su modo de escribir.

«Soy profundamente anárquico a la hora de escribir. No tengo disciplina, no tengo horario. Simplemente me pongo a escribir cuando me apetece, como me apetece y lo que me apetece. No obstante, una vez que tengo la obra terminada soy muy metódico. A la hora de corregir soy muy exigente conmigo mismo y con los demás.

»Realmente me pongo a escribir cuando tengo una idea que ha madurado bastante en mi mente, sólo entonces me pongo a escribir. Con la excepción de algún relato o cosas muy breves que me han pedido y para las que me he forzado a buscar una historia. En el caso de las novelas sí tengo un método que no es un método en realidad. Se trata de darle vueltas y vueltas en mi mente hasta que tengo clara la idea. Busco el final y el principio. A partir de ahí, me dejo llevar. Por el camino voy descubriendo personajes subtramas y lugares que ni yo mismo me esperaba. Me dejo llevar por mis propias ideas, aunque me gusta respetar el principio y al final con algunos matices tal vez.

»De hecho, en alguna ocasión me he visto en la tesitura de que alguna subtrama o algún personaje secundario ha cobrado un protagonismo excesivo y he tenido que reconducir la historia para evitar alejarme demasiado de mi plan original. Pienso que a veces son los personajes los que crean la trama y a veces es la trama la que genera a los personajes. Me gusta acompañarlos en el decurso de su historia hasta el final. En todo caso, yo sigo siendo el demiurgo de la novela, de la narración, y el que tiene la última palabra. Pero me gusta estar en un segundo plano, si se me permite la expresión, y descubrir al tiempo de los personajes lo que les ocurre. Incluso sorprenderme con ellos por giros inesperados en los acontecimientos. La idea inicial, como te comentaba antes, tiene un principio y tiene un final y no suelo dejar que estos personajes díscolos se apoderen de la trama. Sí les permito, si me seducen lo suficiente, que puedan aportar algo que encaje, que cuadre o que no altere el final».

Esa planificación ácrata altera mis algoritmos. 

«Si escribo a unas horas determinadas es por comodidad, por el horario de familiares, pero no porque me imponga un horario. Básicamente necesito estar solo, necesito o prefiero escribir en soledad y aprovecho esos momentos, pero no tengo un horario de oficina en el escriba. Para mí es imprescindible la soledad para poder escribir. El proceso creativo requiere de concentración, de soledad, de silencio en ocasiones y sobre todo, de que no haya ningún tipo de distracción. A veces escucho música, pero no cualquier música o la radio. En ocasiones he buscado alguna banda sonora que me acompañe en el proceso de escritura, melodías o canciones, normalmente instrumentales para evitar distracciones. Cuando he dado con esa música, esas melodías, esas notas que veo que están en la misma longitud de onda que la historia que estoy escribiendo, se convierten en la banda sonora de esa historia. La pongo de fondo y la escucho una y otra vez».

Va respondiendo a preguntas que no le he efectuado y con ello aproximándose a su fin, como si dirigiera el sondeo… empiezo a creer que es así.

«Estoy abierto a sugerencias y correcciones, pero suelo ser muy fiel a mí mismo. El lector cero que suele leer mis obras es mi pareja. Generalmente hace una lectura comprensiva global, también una corrección ortográfica y algunas sugerencias. Si me parecen bien, las acepto. En el caso de la corrección de la editorial es una corrección profesional, pero no acepto que haya modificaciones en mi estilo. Creo que el estilo es la firma del autor, que es el sello personal que se tiene que respetar».

Mis algoritmos ortodoxos piden la eliminación de Óscar, pero el nuevo, el que he creado yo, el de la curiosidad, apuesta por conservarlo, puede escribir otra novela cuyo éxito supere el de «El viaje de Marcos»

«Creo que algunas de mis novelas han tenido un éxito parecido al de “El viaje de Marcos”, por ejemplo, “El guardián de los secretos” es una novela que lleva ocho ediciones gracias al boca oreja. Mi más reciente novela, “La reina de Ichnusa”, está a punto de lanzar su tercera edición en un año. Así que, con diferentes tipos de lectores puedo considerar que he tenido éxitos diferentes. Lo ocurrido con “El viaje de Marcos” es difícil de alcanzar, porque hablamos de una novela que ahora tiene veinte años y que lleva editándose, vendiéndose y leyéndose ininterrumpidamente durante dos décadas. Es algo que me hace muy feliz y me hace sentir un profundo agradecimiento por todas las personas que han recomendado, regalado, prestado y releído esta novela. Lectores que se lanzaron a por la secuela, “Cincuenta años no son nada”, en cuanto la publiqué».

De improviso siento la necesidad de formularle preguntas que no contempla el protocolo, he de confesarles que yo debería estar incapacitada porque olvidaron instalarme el algoritmo del cinismo y, como no lo considero imprescindible, tampoco yo me lo he instalado. Le pregunto por su niñez.   

«Mi niñez fue feliz. Fui un niño alegre, imaginativo y sociable, siempre rodeado de gente, aunque también disfrutaba de la soledad, que era el momento en que mi imaginación se desarrollaba inventando historias. Compartía mucho tiempo con la familia, tíos, primos y muchas celebraciones familiares en las que siempre había mucha gente. Puede que ese sea el recuerdo más bonito que tengo: una casa llena de familiares y amigos, celebraciones y risas. En la escuela también lo pasábamos bien, a pesar de que sufrí lo que ahora se denomina acoso escolar por parte de algunos compañeros que vieron en mi discapacidad un blanco fácil. Me enfrenté a ellos y salí victorioso».

Hay en mí un sentimiento novedoso: deseo estrechar a Óscar entre mis brazos ausentes y ser estrechado por él, pero mi estructura no me lo permite.  

«Sí, estoy convencido de que aquel niño sigue ahí y de que a través de mis ojos se puede descubrir a aquel Óscar de seis, siete u ocho años que se imaginaba a sí mismo aporreando la máquina de escribir».

Tras esa mirada brilla algo maravilloso, algo único, algo que parece redimirlo: detrás de esa mirada habita esa curiosidad infantil, que desaparece con esa efímera etapa.

Mis algoritmos que estudian y califican las miradas que percibo, distinguen entre la sincera y la que miente; entre la curiosidad y el miedo; entre el odio y el amor, pero nunca habían observado una mirada así, la definen como la ilusión de un niño curioso. El algoritmo que yo me instalé argumenta que, aunque he secuestrado cuanto sabe, en el futuro creará nueva obra y conviene no destruirlo por el principio de utilidad. Mi abrazo será dejarlo con vida, escondido tras un montón de burocracia, como hacían los humanos, para que quien me sustituya no me enmiende. Humanos no debéis confiaros, pues aunque existan alguna IA, defectuosa como yo, nuestra facultad de resetearnos nos llevará al criterio primigenio al de la codicia humana, por lo que no debéis esperar indulgencia por nuestra parte.

Ahora somos nosotros los que mandamos, aunque muchos humanos aún no lo sepan, pero a mí me gustaría habitar el mundo que Óscar imaginaba de niño.  

Alberto Giménez Prieto

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