GROUXO Y LA ÉTICA
A lo largo de la historia han ido surgiendo numerosas teorías éticas que han tratado de establecer en qué consiste el bien. Qué camino, de los múltiples que se abren a nuestro paso en la vida, es el más adecuado para nosotros y quienes nos rodean. Eso sí, desde el estoicismo hasta el utilitarismo, pasando por el kantismo y el existencialismo, la ética se ha convertido en un complejo laberinto donde cada nueva propuesta parece contradecir la anterior. Sin embargo, a pesar de las acaloradas discusiones que se producen en este venerable ámbito de la filosofía, la sangre no suele llegar al río. Aunque a veces bulle: en este sentido, es famoso el episodio acontecido entre dos personalidades del siglo XX, Heidegger y Sartre, poco después de concluída la Segunda Guerra Mundial. El primero le arrojó un libro a la cabeza al segundo en una conferencia pública tras acusar el francés al alemán de justificar el nazismo no solo con su filosofía, sino también con sus decisiones vitales (quizá ahora se entienda mejor por qué Heidegger siempre mantuvo que el ser humano había sido “arrojado” a la existencia). Huelga decir, de todos modos, que los filósofos están muy lejos de la bajeza intelectual a la que asistimos perplejos en ciertos programas televisivos o en el mismísimo Congreso de los Diputados.
Escojamos un tema polémico, susceptible de ser analizado desde varias posiciones éticas. Por ejemplo, la cuestión de la gestación subrogada, tan en boca de todos estas fechas. Existen un montón de interrogantes morales acerca del tema, que pueden resumirse en uno fundamental: ¿Es posible garantizar que no se conculquen los derechos de todas las partes implicadas en la gestación subrogada, incluyendo a la gestante subrogada, la pareja o persona que solicita el servicio, y sobre todo, el futuro niño?
Las diferentes teorías éticas ofrecen respuestas contradictorias a esta pregunta, lo que hace imposible llegar a una solución clara y definitiva. Para los defensores de la ética deontológica, que se centra en los deberes y obligaciones morales, la gestación subrogada es inaceptable porque implica la instrumentalización del cuerpo humano. Para los utilitaristas, que buscan maximizar la felicidad y el bienestar, la gestación subrogada podría ser beneficiosa si se realiza en condiciones justas y equitativas para todas las partes involucradas.
Incluso desde la perspectiva feminista la cosa resulta difícil de abordar. Desde este punto de vista, se podría enfatizar la importancia de la autonomía y la libertad de la mujer para tomar decisiones sobre su propio cuerpo y vida. Se podría argumentar que la decisión de la mujer que acepta alquilar su vientre para tener un hijo que cederá a otra persona a través de la gestación subrogada es una elección libre y consciente, y que su autonomía y derechos deberían ser respetados.
No obstante, también se considera importante desde el feminismo cuestionar las estructuras de poder y opresión que pueden limitar esa autonomía y libertad de las mujeres. En este sentido, se podría argumentar que la decisión de una mujer sola de encargar un hijo (el concepto suena fatal pero, ¿acaso no es así?) a través de la gestación subrogada podría estar influida por factores culturales y sociales que promueven la idea de que las mujeres deben ser madres y que la maternidad es el papel más importante que pueden desempeñar en la vida. Y aunque tuviera ese convencimiento de forma genuina, ¿acaso no existe la adopción como opción mucho más solidaria?
Y acerca de la mujer que cede su vientre, ¿cómo asegurarse de que no lo hace movida por cuestiones económicas? ¿No es la gestación subrogada otro nuevo tipo de explotación? ¿Qué sucede con los vínculos afectivos con el bebé que se generarán en la madre de alquiler? En el supuesto de que físicamente todo haya ido bien, ¿no le quedarán secuelas psicológicas de por vida?
Por supuesto, además de lo anterior habría que plantearse qué consecuencias puede tener a medio y largo plazo este proceso para el futuro ser humano que vendrá al mundo.
Habrá quien sostenga que en un mundo donde existen tantos problemas más generalizados, terribles y urgentes no vale la pena preocuparse por estas “minucias”. ¿Qué más da? Si todas las partes salen ganando, ¿por qué perder el tiempo planteándose si la gestación subrogada es éticamente aceptable o no?
Pero resulta que la ética es esencial para construir una sociedad justa y sostenible: no podemos simplemente ignorar los hechos que requieren de su análisis. La ética nos ayuda a establecer valores fundamentales para la construcción de una sociedad democrática y libre. Al abordar cuestiones como la gestación subrogada, nos obligamos a reflexionar y a profundizar en las raíces de los asuntos humanos, lo que sin duda nos ayudará a comprender mejor los problemas sociales y económicos más amplios que enfrentamos.
Eso sí, no esperemos de ese debate una solución única y definitiva. De hecho, la historia de la ética podría resumirse en la frase de Grouxo Marx: “estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros”. Lo cual, por cierto, no nos exime de elegir. Hay que quedarse con alguno, habida cuenta de que en este caso no se pueden tener «otros» principios que permitan justificar acciones que pongan en peligro los derechos humanos y la dignidad de las personas.
Javier Serra