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El Ebro, la batalla más duradera del conflicto civil: Julio de 1938 (2ª Parte)

Lo que nos da la medida del error cometido por el incompetente general al decantarse por la maniobra penetrante o de ruptura, cuando contaba con la posibilidad de efectuar sin grandes problemas la maniobra de ala (desbordante o envolvente).

De todo ello se desprende que fue Vicente Rojo quien obtuvo el éxito táctico en la batalla; y otro tanto cabe afirmar del éxito estratégico, si se tiene en cuenta que, con el contragolpe ejecutado en el Ebro, consiguió, por una parte, evitar la caída de Sagunto y Valencia, plazas de vital importancia para la supervivencia de la zona centro-sur republicana y por otra, proporcionar al gobierno del doctor Negrín, dada la resonancia que la brillante maniobra tuvo en Europa, la posición de fuerza que estaba buscando para establecer negociaciones de paz.

La idea central de Franco y sus generales en el Ebro, escribió Enrique Lister, uno de los protagonistas del episodio que estamos analizando, fue la de obligar a las fuerzas republicanas a cruzar a la orilla izquierda del río.

En realidad, toda la táctica y arte militar de Franco se redujeron a destruir las trincheras republicanas, a costa de enormes cantidades de proyectiles de artillería y bombas de aviación.

Vicente Rojo, por su parte, contempla así la forma de actuar del ejército franquista en la batalla: Gran concentración de medios atacando frentes estrechos y puntos concretos.

Sus unidades se relevan en cada ofensiva, no hay arte; domina la ciencia del aplastamiento, es problema de números de proyectiles y de relevo de unidades. Las bajas no importan. Parece que Lister y Rojo reflejaron con bastante fidelidad lo ocurrido en los combates librados en torno al Ebro.

Es muy significativo, por lo demás, que el historiador franquista Ramón Salas Larrazábal, haya asumido en gran medida sus críticas, llegando a afirmar: La Batalla del Ebro, la más sangrienta, larga y empeñada de cuantas se libraron en la Guerra Civil, fue la más innecesaria y absurda de todas.

Una batalla en la que no se ventilaba otro interés que hacer repasar el río a quienes lo traspasaron sin permiso…

El peor procedimiento que se ofrecía a los nacionales en agosto de 1938 para derrotar al contrario era empeñarse en una ciega lucha de carneros. En esa lucha de carneros, los franquistas sufrieron un desgaste muy superior al de los republicanos.

Dejando a un lado el consumo de combustible, repuestos, munición de fusil y ametralladora, etc., que constituiría, no obstante, un capítulo importante, es oportuno resaltar que su artillería lanzó más de un millón de proyectiles a un promedio de 13.500 diarios, en tanto que la aviación arrojó un tonelaje de explosivos similar; en total, unas 20.000 toneladas, en sus operaciones de apoyo aéreo, que incluían además los ametrallamientos en vuelo rasante.

Esos bombardeos y ametrallamientos, sin embargo, no produjeron un elevado número de víctimas, dado que los soldados del ejército del Ebro establecidos en la cabeza de puente habían organizado una sólida posición defensiva, en la que abundaban los refugios, entre ellos unas zanjas muy estrechas capaces de proporcionar protección ante la onda expansiva y la metralla de las bombas.

Las bajas producidas durante la batalla en cada uno de los bandos, en fin, serían aproximadamente las mismas (Unas 40.000), de acuerdo con las cifras ofrecidas en su día por el diario The Times, que suelen aceptar los historiadores.

Franco se vio obligado a lanzar nada menos que siete contraofensivas para expulsar a los republicanos de las posiciones que ocupaban en la margen derecha del Ebro, provocando con su forma de conducir las operaciones la alarma y el disgusto en los dirigentes de las potencias fascistas que le estaban prestando un generoso apoyo. A finales de agosto, Mussolini recibió diversos informes en los que le comunicaban que las fuerzas del Generalísimo habían experimentado una severa reducción y que sus reservas apenas existían.

Galeazzo Ciano escribió en su diario: “No sería de extrañar que en pocos meses las cosas empeorasen para Franco. Desconfianza y escepticismo en el país, agotamiento de las tropas, impaciencia por parte de los demás generales.”

Yagüe y Vigón crecen en consideración en las filas nacionales, mientras que la estrella de Franco no brilla ya con la misma luz de antes. Los rojos han vuelto a tomar la iniciativa y han conseguido enormes ventajas. La acción del paso del Ebro ha levantado la moral de los rojos y deprimido la de los nacionales.

Por entonces, el embajador alemán, Ebehard von Stohrer, se preguntaba si la paz negociada que perseguía Negrín no terminaría, al cabo, favoreciendo al bando rebelde, en unos momentos en que sus fuerzas estaban desangrándose en el Ebro.

El desastre Nacional, como es bien sabido, se había iniciado con los fallos cometidos por el Caudillo en seguridad estratégica. Donde no hay seguridad estratégica, apuntaba el Mariscal Foch, hay sorpresa estratégica, es decir, posibilidad para el enemigo de atacarnos cuando no estamos en estado de recibirle bien.

Bajo la dirección de Rojo, los soldados de Modesto habían preparado la operación del Ebro durante 50 días en presencia del adversario, sin que este adoptara medida alguna para evitar la sorpresa. Franco fue convenientemente informado de los preparativos llevados a cabo por los republicanos, pero, como recordó el General García Valiño, no tomó en consideración los informes recibidos sobre una más que probable maniobra republicana de travesía del Ebro, negándose, en consecuencia, al traslado de unidades para reforzar la zona amenazada; alegaba que, dado su caudal, el río constituía un obstáculo infranqueable para las unidades republicanas.

El Generalísimo, en definitiva, descuido la seguridad, al no tener en cuenta que esta se basa en la información y el adecuado despliegue de las tropas.

El 20 de octubre, tras cumplirse los 80 días de combate, los nacionales, pese al derroche de medios llevados a cabo, seguían estancados en el Ebro; tan solo habían logrado adelantar sus líneas ocho kilómetros y recuperar unos 80 kilómetros cuadrados, sobre cada uno de los cuales cayeron 200 toneladas de bombas de artillería y de aviación, formando una bolsa dominada al norte por las posiciones republicanas de la sierra de la Fatarella y al sur, por las de la sierra de Cavalls…

Pero unas semanas antes, el día 29 de septiembre, al firmarse el pacto de Múnich, Gran Bretaña y Francia habían cedido ante las pretensiones de Hitler, traicionando a la democrática nación checoslovaca y ello terminaría influyendo decisivamente en el desarrollo de la batalla y, también, de la contienda.

Las esperanzas de Negrín sobre una paz negociada se esfumaron a la par que Alemania aumentaba impresionantemente su ayuda a los nacionales. Fue esta ayuda alemana, comentó John Coverdale, la que dio a Franco el margen de victoria y le permitió salir del atolladero en que se hallaba en el Ebro.

Mussolini incrementó igualmente su ayuda, mientras los rusos, afectados por diversos problemas (en Manchuria, en la Europa Oriental) suprimían prácticamente el suministro de material bélico a la república.

Iniciada ya la campaña de Cataluña, que constituiría un paseo militar para las bien pertrechadas tropas nacionales, frente a las desarmadas huestes republicanas, Franco hizo unas declaraciones al periodista Manuel Aznar en las que tuvo la desfachatez de manifestar (y sus juicios serían profusamente asumidos por sus panegiristas) que en la citada y victoriosa campaña se estaban recogiendo los frutos de la Batalla del Ebro, la cual había supuesto una autentica catástrofe para las fuerzas republicanas…

Gonzalo Lozano Curado

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