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El Ebro, la batalla más duradera del conflicto civil: Julio de 1938. (1ª parte)

De la batalla del Ebro, la más importante de la Guerra Civil Española, nos han contado algunos autores con honrosas excepciones, una versión un tanto falseada que, por misteriosas razones, ha encontrado sin embargo cierta aceptación entre los historiadores, incluidos los de talante liberal.

De acuerdo con la citada versión, el denominado “invicto Caudillo” había alcanzado un éxito tan señalado en el Ebro, habría llegado a producir tal quebranto en las fuerzas del adversario, sin apenas desgaste de las fuerzas propias, que desde ese momento la victoria nacional en la guerra quedaría prácticamente asegurada.

Semejante valoración se aleja bastante de la realidad y no resiste el más somero análisis crítico; todo parece indicar, por lo demás, que fue el propio Caudillo el que dirigió la operación falseadora para tratar de ocultar los fallos que exhibió durante el desarrollo de este famoso y trascendente episodio bélico.

En la última decena de julio del 38, cuando se proponía coronar la ofensiva de Aragón y Levante lanzando un poderoso ataque que debería saldarse con la conquista de Sagunto y Valencia, Franco se había sentido obligado a abandonar las operaciones en curso ante la maniobra iniciada el día 25, en el Ebro, por el General republicano Vicente Rojo, quien, aprovechando por enésima vez los errores cometidos por Franco en la seguridad estratégica, logró sorprenderle y arrebatarle la iniciativa y la libertad de acción.

Ejecutando la maniobra nocturna concebida, preparada y dirigida por Vicente Rojo, los soldados del ejército del Ebro, mandado por Modesto, atravesaron el río, arrollaron a los soldados adversarios que guarnecían las posiciones de la margen derecha y terminaron estableciendo una cabeza de puente en una zona muy favorable para la acción defensiva.

Se trataba de una maniobra brillante, fue estudiada durante años en los centros militares de la extinta Unión Soviética y desde luego, extraordinariamente arriesgada, pues el enemigo podría sacar partido de ciertas ventajas, pero cabe puntualizar que el General republicano optó por llevarla a cabo tras haber observado a lo largo de la contienda la tendencia mostrada por el Caudillo de intentar recuperar, a toda costa, el terreno perdido, por exclusivas razones de prestigio.

Franco acudió a la cita de Rojo en el Ebro y siguiendo su costumbre, se empeñó en reconquistar el terreno ocupado por los republicanos, cayendo en un clamoroso fallo, como resaltó Manuel Tágüeña, jefe de uno de los dos cuerpos de ejército que cruzaron el río. A través de este acertado comentario; “una vez que cruzamos el río y conquistamos la cabeza de puente, estábamos ya amarrados a nuestras posiciones”.

Lo más sencillo para nuestros adversarios hubiera sido dejarnos allí y dirigir su atención principal a la dirección Lérida – Barcelona, sin dejar de presionarnos, para dejarnos inmóviles y no dejarnos sacar reservas.

El camino para la ocupación de Cataluña estaba libre y el ejército del Ebro, si no se replegaba rápidamente, hubiera terminado cercado y cautivo.

Los propios generales y asesores del Caudillo, especialmente Alfredo Kindelán, abundaron en estas consideraciones de Tágüeña, advirtiendo a su jefe que la cabeza de puente republicana no constituía, verdaderamente, amenaza alguna y que, tras fijar a las fuerzas que la guarnecían, que representaban, por cierto, la flor y nata del ejército republicano, se debía aprovechar que el camino hacia Barcelona se hallaba expedito para progresar en esa dirección.

Ocupar la citada ciudad y cerrar la frontera de la república con Francia. Hubo, por otra parte, asesores que recomendaron a Franco, sencillamente, fijar a los republicanos en el Ebro y proseguir las operaciones en levante; opción, quizá, menos ambiciosa que la anterior, pero igualmente valida.

Sin embargo y cumpliendo las previsiones del mando republicano, Franco se propuso por encima de todo recuperar el terreno perdido para salvaguardar su prestigio y se empeñó en una interminable serie de ataques frontales que terminarían acarreando un severo desgaste en la lucha por desalojar a los combatientes republicanos de sus ventajosas posiciones defensoras.

Casi cuatro meses tardaría el Caudillo en reconquistar el territorio ocupado por los republicanos en un solo día.

Gonzalo Lozano Curado

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