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Todo hombre cosecha

                                                   Lo que siembra (proverbio chino)

       Cuenta Plutarco, biógrafo y filósofo griego del sigo I, que existía en la antigua Grecia una ciudad-estado que era la más rica, la más culta, la que tenía los mejores monumentos, jardines, los mejores servicios sociales, la más limpia… un modelo de ciudad y de ciudadanos, de convivencia y de bienestar. ¿Cómo habían conseguido esta excelencia? Sencillamente con unos buenos gobernantes. ¿Y cómo es posible tener buenos gobernantes? El método era muy sencillo y práctico. Reunido todo el pueblo en la plaza pública, los candidatos al mando supremo, que por supuesto, eran personas bien conocidas por su inteligencia, formación y otros muchos méritos, no supuestos, sino demostrados, se subían a un estrado situado en el centro de la plaza y exponían el programa a realizar para el bien de la ciudad y de los ciudadanos. El elegido tenía la potestad de nombrar a sus colaboradores. Algo así como hoy es el alcalde y sus concejales. Los sueldos que cobraban eran muy modestos, tan modestos que eran sólo simbólicos, sin embargo, el honor, el respeto, la deferencia y la gloria que se le dispensaba era enorme. El cargo lo era todo, algo así como alcanzar el título de nobleza para toda su vida.

  Pero… el pero era que al final del mandato eran juzgados todos los componentes y si no habían cumplido por completo lo prometido o se habían desviado lo más mínimo de las leyes que regían la ciudad eran condenados a las penas más denigrantes como era la esclavitud. Y para aviso y escarmiento para otros se les rapaba la cabeza y todos los días se les montaba en un burro vestidos sólo con un taparrabos y recorrían todas las calles de la ciudad para que todos los ciudadanos los viesen y les mostrasen su desprecio. Algunos no se contentaban con esto y le tiraban fruta podrida, excrementos y alguna que otra cosilla. Después del paseo tenían que limpiar todas las calles y realizar todos los trabajos para el embellecimiento de la ciudad. Por eso dice Plutarco que era la ciudad más limpia y hermosa que había visto en sus numerosos viajes.   

   Y hace un comentario del peligro que corrían estos políticos, pues no sólo eran responsables de cumplir lo prometido, así como no desviarse de lo que mandan las leyes, sino que también entraba en su responsabilidad las maldades enviadas por los dioses como eran los terremotos, los volcanes, las tormentas torrenciales, los huracanes… porque entre sus obligaciones entraban la previsión de los medios para luchar contra estos imponderables. (“elementos”, que diría Felipe II). En cuanto a robar, a nadie se le ocurriría porque significaba la muerte.

        Más cercana en el tiempo, el historiador del siglo XIX JACOB BURCKHARDT en su libro “La cultura del Renacimiento”, cuenta que durante los siglos XIII al XV en lo que hoy es Italia, fragmentada en ducados, condados, ciudades-estado, principados, señoríos, etc. casi siempre gobernados por tiranos y advenedizos de todas las calañas, estaban siempre en guerra empobreciendo a los pueblos que se habían convertido en masa inerme y abúlica agobiada por los impuestos.  Era una época de traidores, de sicarios a sueldo y abusos de toda índole en todas las cosas de la política y no política en la que no se libraba ni la Iglesia.

       En estas circunstancias, el grupo que rodeaba al poder vivía a lo grande, mientras el pueblo agobiado luchaba a diario contra el hambre. En uno de estos territorios, que debido a la ineptitud de sus gobernantes cambiaba continuamente de amo, surgió un verdadero caudillo militar que los liberó del grupo de otros gobernantes y trajo la paz, el prestigio y el bienestar del pueblo. El pueblo quiso recompensar a este gran hombre, pero no hallaban recompensa adecuada a los méritos de este gran caudillo. Hasta nombrarle príncipe les parecía poco; y el tiempo iba pasando. Pero un día a uno se le ocurrió esta idea, ¿Por qué no lo matamos y lo veneramos como santo patrono de la ciudad?

No dice el autor si se llevó a cabo esta idea, pero apunta esto: “son de esas cosas que en ningún lugar son ciertas, pero podrían serlo en todas partes”.

       No es necesario abundar en el nefasto gobierno que tenemos en España, no sólo de incapacitados y corrupciones de toda índole. Están en la mentira y viven de la mentira, sin embargo, dicen que España va muy bien. Ante estas dos anécdotas, que el lector interprete en cual de estos ejemplos se encontraría el gobierno y sus ministros y todos aquellos nombrados en puestos importantes.

       En mi caso, si yo tuviera que elegir entre estas dos opciones me decantaría sin duda, por la primera, la de Plutarco que es más práctica y más terrenal. Como creyente pienso que si Dios es el que da la vida, Él es quien puede quitarla. Lo que pongo en duda es si quedan burros para pasear a tantas personas inmersas en la corrupción.

Rogelio Bustos Almendros

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