CUANDO EL COVID IMPIDE DESPEDIRNOS DE LOS SERES QUERIDOS
Por la Dra. Carme Tello
Parece increíble pero ya ha pasado un año desde que empezó el confinamiento por la COIVD 19. Quien nos lo iba a decir. Ha cambiado nuestra forma de vida, sin que nosotros lo hayamos podido controlar. Han quedado afectadas especialmente las relaciones afectivas y los encuentros físicos entre personas. Ya sea con familiares, ya sea con amigos, está totalmente prohibido el contacto físico. Pero también el no podernos desplazar, ni viajar, ni reunirnos con familiares y amigos, encerrados en nuestro municipio del que solo podemos desplazarnos para ir a trabajar o a visitas médicas programadas
Leíamos como las UCIs se llenaban y las personas morían solas, lo máximo algunas podían conectar por teléfono para despedirse de sus seres queridos. También oímos que en las residencias de ancianos la mortandad tenía una progresión geométrica y sin visos de poder pararla. Y más allá de la mortandad, lo terrible era que las residencias se cerraron impidiendo la visita de los seres queridos o que los ancianos pudieran salir a pasear. La soledad de los ancianos es terrible, mucho peor que estar enfermo. Encerrados, sin saber exactamente qué es lo que ocurría, sin entender la situación y rodeados de personas con un atuendo de «extraterrestres» es fácil pensar en el padecimiento que esto les supuso. Un dato terrible es el de 72.000 fallecidos hasta el 21 de febrero, de los que 35.000 son ancianos que vivían en residencias (datos obtenidos por el Ministerio de Sanidad)
Otro elemento de desorientación y malestar ha sido la de los ancianos que, aun teniendo la suerte de poder estar en casa al cuidado de sus hijos u otros familiares o cuidadores, han presentado problemas de ansiedad y mucho miedo. Les ha costado entender el por qué estaban confinados, el no poder salir de casa, el escuchar y ver noticias de un incremento de muertes en personas de la tercera edad como población diana. A todos nos ha costado entender la situación. Una situación que hemos vivido con una sensación de estar dentro de un contexto siniestro. Hablamos de lo siniestro porque ejemplariza muy bien la situación vivida. Lo siniestro es lo que no logramos descifrar o decodificar, una amenaza, que resulta invasiva e incomprensible y que genera sentimientos de impotencia y miedo. Lo siniestro ha afectado aún más a las personas de la tercera edad
Otro punto de estrés eran las personas que presentaban sintomatología no COVID19, que podía responder a alguna enfermedad más o menos grave. Podía ser que no quedase claro el diagnóstico de lo que estaba pasando. Esta falta de diagnóstico, frente a un malestar físico importante, se incrementaba por un malestar psicológico, (ansiedad y depresión), derivado por el hecho de tener que estar ingresados solos y aislados. No podían recibir ningún tipo de visita de familiares, a lo sumo conectarse vía telefónica. Esto implicaba un incremento muy importante de ansiedad derivado tanto por no saber el diagnóstico como por creer que ese no saber implicaba un diagnóstico muy negativo con riesgo vital. En estos casos ha resultado clave el papel que han jugado los sanitarios, que han trabajado al 200%, y han ayudado lo que han podido a estas personas. Pero eso no quita que el malestar psicológico haya afectado aspectos importantes de la salud mental de los pacientes, más allá de los aspectos somáticos de la enfermedad.
Solo el planteamiento de tener que ingresar en el hospital o aún peor en la UCI, implicaba que se generaran pensamientos negativos sobre un riesgo de muerte muy real. El hacerlo solo, sin poder tener al lado a una persona querida, era lo peor que podía pasar. Hace poco una señora explicaba por la radio, que había ingresado en la UCI a finales de febrero y salió en el mes de abril. Cuando conecto la televisión creyó estar viendo una película. Las calles de Barcelona estaban desiertas. En las calles no había ni coches ni personas. Y en el hospital era atendida por personas vestidas como «extraterrestres». Esta visión es la que en cierta medida hemos tenido todos. De golpe cambio todo. Nuestros intereses, nuestra forma de entender la vida y las relaciones. Todo quedado suspendido y continua como suspendido en un no espacio que aún tenemos dificultades en poder decodificar, aunque aparentemente hayamos retomado nuestra vida con «cierta normalidad».
Pero el verdadero drama, que aún estamos viviendo, es la soledad en la que se encuentran las personas que pierden un ser querido. La muerte es una parte de la vida, aunque la sociedad moderna tiende a vivir de espaldas a ella. La muerte sigue siendo un tema tabú, del que cuesta hablar con normalidad. No obstante se respetaban los rituales de despedida. Todo cambió con la COVID 19. Los enfermos de la COVID 19 y otras enfermedades, mueren solos durante la pandemia, y también quedan solos sus seres queridos. Los que hemos tenido la suerte de habernos podido despedir de nuestros seres queridos durante su último aliento, sabemos que esto tranquiliza mucho. Tanto para la persona que hace el tránsito a la otra vida, como los que se quedan en esta. Poder estar a su lado, acompañarle, cogerle la mano, abrazarlo en su el último aliento, da serenidad y ayuda a elaborar el duelo por esta perdida. Poder hacer un entierro, donde el finado está de cuerpo presente y los amigos acompañan a los familiares, se hacen parlamentos de despedida y la música termina cerrando el círculo. Pero con la pandemia todo cambió. No se puede estar junto al ser querido durante los últimos momentos, y no se puede acompañar a la familia en la despedida. Ciertamente se potencian las medidas de seguridad para evitar contagios y para preservar la salud de la mayoría, pero es importante que tengamos en cuenta que estas medidas están facilitando problemas de salud mental. No poder hacer el ritual de despedida genera dificultades psicológicas importantes, que no facilitan la elaboración del duelo. La solución no es fácil, justamente por la gravedad de la pandemia, pero deberíamos intentar buscar algún tipo de despedidas más humanas dentro de las dificultades reales que nos está tocado vivir. Y sobretodo recordar los seres queridos es realmente mueren cuando los olvidamos, mientras les podamos recordar continuaran viviendo en nuestros corazones.
Carme Tello Casany
Psicóloga Clínica
Presidenta Associació Catalana per la Infància Maltractada ACIM
Presidenta Federación Asociaciones para la Prevención del Maltrato Infantil FAPMI
Tristemente, ha sido algo que aún sigue ocurriendo aunque con menos frecuencia, es una cruel realidad, esperemos ya de una vez el Gobierno tome las medidas necesarias y se termine de una vez está pandemia.
Felicidades por su escrito Carme Tello Casany