Portada » CLARA CAMPOAMOR EN EL EXILIO (PRIMERA PARTE)

CLARA CAMPOAMOR EN EL EXILIO (PRIMERA PARTE)

image001

Al estallar la guerra civil, con la finalidad de no caer en manos de la dictadura franquista, el exilio fue la única solución para artistas, escritores, abogados… entre ellos Clara Campoamor. La abogada abandonó Madrid por miedo a las checas, según relata en su libro La revolución española vista por una republicana (1937). Tras la ejecución de republicanos el gobierno no podía controlar a la gente de la calle ni a los sindicatos. La abogada abandonó la capital a principios de septiembre y escribió:

La anarquía que reinaba en la capital ante la impotencia del gobierno, y la falta absoluta de seguridad personal, incluso para las personas liberales –sobre todo, quizá, para ellas– me impusieron esta medida de prudencia.

En agosto de 1936 decide abandonar Madrid y, en septiembre, toma un barco en Alicante rumbo a Italia junto a su anciana madre y a su sobrina camino de un largo exilio en Suiza y en Argentina que ya no tendría retorno, aunque Clara no fuera consciente de ello en ese momento. Cuentan que el Gobierno republicano no le concedió permiso para embarcar ni en el 25 de mayo ni en el Tucumán, los dos barcos que el Gobierno argentino había dispuesto para trasladar a los refugiados que quisieran salir de España. Finalmente se embarca en un barco de bandera alemana. Cinco falangistas la reconocen y planean tirarla por la borda. Uno de ellos lo reconoció en un artículo que publicó unos meses después, en diciembre, en El Pensamiento Navarro. Justifica este individuo la idea asesina «para no dejar sin sangriento castigo a la introductora del divorcio en España». Finalmente, optan por denunciarla ante las autoridades fascistas italianas, que la detienen al llegar a Génova. El jefe policial le confirma que ha sido denunciada por algunos pasajeros como «no amiga de las ideas fascistas». Ella lo admitió, pero le dijo con ironía que estaba segura de que no era necesario ser fascista para atravesar Italia camino de Suiza, que era lo único que pretendía. El agente, sorprendido ante la respuesta, les dejó proseguir el viaje tras cinco horas de detención.

En Lausana encontró refugio en casa de su amiga Antoinette Quinche, con la que desde entonces mantendría una amistad inalterable hasta el final de sus días. Antoinette era abogada, como ella, y fue la primera mujer en abrir un bufete de abogados en la ciudad. Una vez establecida en casa de su amiga dedica unos meses a escribir un libro con la finalidad de dar testimonios sobre cómo se vivieron los meses iniciales de la Guerra Civil en Madrid. El libro le tituló La revolución española vista por una republicana.  Lo escribió en la ciudad suiza a finales de 1936, algunos afirman que es la fuente más antigua sobre esos primeros meses de la guerra y su testimonio es de gran importancia, por haber sido testigo directo de los hechos y voz autorizada para juzgarlos. Tuvo, sin embargo, una escasa difusión durante muchos años debido a que ella mandó retirar el libro de la editorial para no perjudicar el nombre de la República cuando algunos de sus amigos le hablaron de las atrocidades que se estaban produciendo también en la zona controlada por los sublevados. El silencio que ha rodeado la obra encuentra su explicación, por un lado, el bando gubernamental no sale bien parado y en el de los sublevados no se podían sentir inclinados a dar pábulo al libro de una republicana.

Argentina fue el lugar en el que germinó su pasión y dedicación por la literatura, donde las circunstancias le empujaron a aparcar su faceta de activista política y abogada. En Buenos Aires, Clara Campoamor mantiene también una vida muy activa. Aunque no puede ejercer como jurista, colabora en la sombra con un despacho de abogados, pronuncia innumerables conferencias, concede entrevistas, hace traducciones de libros franceses, escribe algunas biografías y publica artículos en la prensa en los que leemos a una Clara que se vuelca en la literatura hispanoamericana y en sus autores y personajes, desde Garcilaso, Bécquer, Góngora hasta sor Juana Inés de la Cruz. Así afloró, explica la investigadora Beatriz Ledesma, su vocación dormida por la literatura. Una pasión que ha conseguido rescatar del olvido con Del amor y otras pasiones, en el que ha compilado 29 artículos de la intelectual publicados entre 1943 y 1945 en la revista femenina Chabela, una de las numerosas publicaciones que trataban de saciar la creciente voracidad cultural de amplias capas de la sociedad argentina de la época. Ledesma destaca su deseo de contagiar una pasión por esos poetas que admiraba, por lo que iba más allá de la “valoración estrictamente literaria” entre los que cabría destacar Sor Juana Inés de la Cruz, el Marqués de Santillana, Bécquer, Fray Luis de león, Quevedo, Góngora, Amado Nervo, entre otros. Se despertó en ella una vocación literaria —que le permitía sostenerse económicamente— se mostraba también en forma de conferencias y traducciones del francés como por ejemplo, de obras de Zola y Víctor Hugo — y la publicación de varias biografías: de Sor Juana Inés de la Cruz, Concepción Arenal y Quevedo. También colaboró en programas de radio en espacios en los que habló, entre otras cosas, de mujeres españolas sobresalientes como: Rosalía de Castro o Emilia Pardo Bazán. Trabajó para editoriales traduciendo del francés, de estos años son sus obras: La Marina argentina en el drama español, y Heroísmo criollo, nos sorprende con anécdotas de los exiliados republicanos.

Su espíritu indómito la llevo a vivir varias vidas en una en lo que dice y hace. Tesón, audacia y talento, un hilo invisible me liga a ella a través del vínculo intelectual.

A continuación, les muestro ´fragmentos del artículo que escribió en la revista Chavela acerca de Sor Juana Inés de la Cruz y Góngora extraídos del libro Del amor y otras pasiones de la investigadora Beatriz Ledesma:

Sor Juana Inés de la Cruz de Asbaje y Santillana llamada décima musa para los mexicanos. los rasgos más sobresalientes de su joven vida se conjugan siempre con el estudio. En la universidad acudía a las clases vestida de varón. Todo parecía prepararla para una brillante vida social con muchos pretendientes, con dieciséis años decide entrar en un convento, a pesar de todo vive en perpetua tortura amorosa y tormentosa.

Que en mi corazón se ve/ sé que lo siento y no sé/ la causa por que lo siento.

Canta al amor, los celos, la ausencia, el dolor y al renunciamiento sabiendo que no los vence y su lucha será una batalla inconclusa y renovada de todos los días.

¡Ay dura ley de ausencia! / Quien podrá derogarte/ sí adonde yo no quiero/me llevas sin llevarte

con alma muerta, /viví cadáver.

Lo que Sor Juana Inés pedía al barón era sinceridad.

Pues para qué os espantáis /de la culpa que tenéis./ Querellas cual las hacéis/o hacedla cual las buscáis.

No falta en su poesía el sabor de ceniza del adiós a las cosas de la vida, que como todo lo viviente,

es un resguardo inútil para el hado, es una necia diligencia herrada, es un afán caduco y bien mirado,

es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.

En la biografía que Clara Campoamor escribe sobre ella nos informa que Sor Juana a los 12 años toma lecciones de latín del bachiller Martín de Olivas. aquella alma rediviva asombra al dominé con sus conocimientos en la materia, al culminar la vigésima y última de sus lecciones. Son los versos de los clásicos castellanos lo que con mayor fuerza domina su atención.

Ella misma escribió: Cuando tuve seis años oí decir que había universidad y escuelas en México y empecé a instar a mi padre con ruegos, solicitándole me mandase a México a casa de unos deudos para cursar en la Universidad, dediqué mi deseo de leer muchos libros que tenía mi abuelo.

La sapiencia en la mujer en esa época, más que alentar como revelación de fuerza del alma asusta como amenaza. La joven con 16 años ha vivido muchas horas ante los libros para descubrir sus secretos, llegando a conclusiones que exceden del fruto de estudio y son positivo don natural. Sus ideas van creciendo al compás de sus cabellos adivinando a Schopenhauer y a otros autores.    

¿Qué camino le quedaba a la mujer para obtener una seguridad si ella lo que más deseaba era estudiar e investigar, y que nadie la cuestionase?, sin duda meterse a monja, en una corte que participaba de la f frivolidad y liviandad la de Felipe IV. En aquellos tiempos se consideraba una empresa maravillosa apartar a la mujer de los peligros del mundo. Ella tenía miedo a una obligación indispensable, que ni le dejara tiempo para sus libros ni le quitara el ansia de ellos. Por tanto, no era lo más fuerte en ella la vocación religiosa. Ella misma se expresó así años después:

Éntreme religiosa, poque, aunque conocía que este estado tiene muchas cosas, de lo accesorio hablo, no de lo formal, repugnantes a mi genio para la total negación que tenía al matrimonio, era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir en materia de la seguridad que deseaba para mi salvación. A cuyo primer respecto cedieron y sujetaron la cerviz todas las impertinentillas de mi genio, que era de querer vivir sola, de no querer tener ocupación obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros. Pero al fin vencí estas dificultades que me hicieron vacilar, que no podían ser sino tentaciones del demonio, con el auxilio Divino y la luz del consejo de personas doctas…

En pleno siglo XXI no nos queda duda que el claustro es, si el más seguro refugio y la más optima promesa para una docta mujer del siglo XVII. Para ella lo era siendo monja y no seglar, debía por el estado eclesiástico profesar letras. Y así entró en religión la que sería ya Sor Juana Inés de la Cruz con un voto de obediencia.

El artículo dedicado a Góngora le titula: El talentoso y erudito Luis de Góngora.

De él comenta que hay dos poetas: el del ingenio y el de la erudición. Procedía de familia noble, fue como toda inteligencia de la flor española a cursar humanidades y leyes a Salamanca. Le define en el artículo de la revista Chabela como vehemente, apasionado y ardiente. Alternaba sus estudios con esgrima, anduvo a cintarazos por causa de amores. No acaba de loar el fin de cuatro años de amoríos.

Noble desengaño/ gracias doy al cielo, / que rompiste el lazo/que me tenía preso/por tan gran milagro/

colgarse en tu templo/las graves cadenas /de mis graves yerros…

Para la mujer tiene dos notas en su lira grata y cantarina para las mozas, adusta y burlona para las viejas. Para el no hay moza que sea mala ni vieja que no lo sea. Mejor no hablar sobre lo que les dice a las viejas…que es parejo en intención y malicia a lo que se enhebra contra el vanidoso que siendo crecido en las malvas y criado en las ortigas, se las da de gran señor y de tal presume.

Hace a su vez alusión de las deliciosas descripciones sintéticas, la de los celos pasajeros e infundados.

Celosa esta la niña /celosa está de aquel/dichoso, pues lo buscas/ciego, pues no te ve./Que sospechas de amante /y querellas después hay son flores azules /mañana serán miel.

CONTINUARÁ.

1 thought on “CLARA CAMPOAMOR EN EL EXILIO (PRIMERA PARTE)

  1. Me faltan adjetivos para calificar este erudito articulo. Gracias por la luz de conocimiento que nos aportas .
    Espero su continuación.
    Enhorabuena.💝🍀

Deja un comentario