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CARTA DE AMOR A UN HERMANO

Sergio Reyes Puerta

Queridos lectores del Granada Costa. Hoy les traigo una carta de amor con la que gané el X certamen de cartas de amor de Cobisa en su modalidad internacional. La primera versión de este texto la escribí en 2013, inspirándome en una antigua foto. En 2021, tras mucho tiempo en un cajón, se me ocurrió enviar mi obra (con unos ligeros retoques) al mencionado concurso epistolar. Esta que pueden leer a continuación es la versión definitiva que presenté y, con ella, les muestro la imagen instigadora. Un saludo a todos, aquí les dejo con Alfredo y Bernardo:

HERMANO AMADO

En Cobisa, a 31 de mayo de 2021

Querido Alfredo:

Sé que esta carta no la leerás, que jamás llegará a tus manos y que, además, nunca será abierta por nadie. La escribo simplemente por necesidad, por imperativo espiritual, por puro egoísmo y nada más.

Amado hermano, te escribo desde la certeza de que mi vida toca a su fin. Pocos días me quedan ya de acompañar a hijos, nietos y sobrinos en este lado de la existencia.

Por eso, hoy revisé las fotos antiguas que guardaba en la caja metálica de galletas extranjeras, aquella de forma redonda que trajiste de uno de tus viajes y que tuviste a bien regalarme. Allí encontré, entre otras muchas, la foto que hoy quiero esconder en un sobre, junto a esta carta.

¿Recuerdas la casa de nuestros padres? El número trece de la calle del Herrero. He visto en la foto la vieja puerta ―hace unos años mis hijos la cambiaron― y las lágrimas han resbalado por mi mejilla. ¡Qué de recuerdos, qué de momentos, qué de historias…!

Alfredo, hermano mío, si estuvieras aquí para verla juntos… Nos reiríamos y lloraríamos a la vez, eso seguro. Nosotros dos, montados a caballo, y yo haciendo el payaso, como siempre, pretendiendo aparentar que te apuñalaba en el cuello con mi navaja. Menudo disgusto te llevaste cuando nos dieron el retrato, recién revelado, una semana después, y viste mi pantomima. No te faltaba razón, aunque en ese momento te reproché tu falta de sentido del humor porque no quería reconocer la realidad.

Sí, Alfredo, sí. Siempre me ha dado vergüenza reconocerlo y, por eso, siempre lo he negado. Supongo que es normal entre hermanos, más aún cuando yo era el mayor de los dos, pero el caso es que siempre he tenido celos de ti. Siempre te he querido, sí, pero también te he odiado, hermano. Te hubiera matado mil veces, y otras tantas hubiera dado mi vida por salvar la tuya. Pero no podía reconocerlo, no me era posible admitir, como no lo es ahora, que te amaba y que te odiaba. Amor fraternal y odio mortal, sentimientos que me impulsaban a posar matándote y a no llevar, después, la pose más allá.

Amado hermano: te quiero y te echo mucho de menos. Sí, claro que te extraño. ¿Te acuerdas? Al día siguiente de ver esa foto te fuiste por primera vez de viaje. A buscarte la vida, dijiste. Volvías indefectiblemente un par de veces al año y traías exóticos obsequios para los primos, para madre y padre, para nuestras hermanas… Y, por alguna razón que nunca llegué a conocer por no atreverme a preguntarte ―temía tu respuesta, la verdad, ya ves qué tonto―, a mí siempre me traías el mejor de los regalos.

Hoy, como siempre, siento tu ausencia como una pesada losa y es por ello que meteré este folio y la referida foto en un sobre. Después, lo enterraré junto a ti, en el pequeño patio de aquella vieja casa, el número trece de la calle del Herrero, allí atrás, donde reposa tu cuerpo, escondido para siempre de las incómodas preguntas de la policía.

Hasta siempre, amado Alfredo.

Tu hermano, que te quiere.

Bernardo.

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