De vez en cuando me percato de que estoy vivo. De que sigo aquí. ¡Oh, grata sorpresa!

No parece una cuestión baladí, aunque solo sea por el pareado, sino posiblemente la más importante de todas: no en balde el fin del mundo se produce cuando uno muere (dejemos de lado por ahora la paradójica posibilidad de que cuando este artículo fuera leído por un hipotético lector la situación hubiera cambiado y yo ya no me contara entre los ocho mil millones de seres humanos que abarrotan la Tierra. ¡Toco madera! Y sin embargo continuaría dando guerra en su mente. Se trata de uno de los superpoderes de la lectura: permite que el pasado se torne presente).

Es durante esos momentos de iluminación, en los que soy consciente del milagro que significa estar vivo, cuando, a pesar de los recurrentes sinsabores, decepciones y  dificultades, me siento agradecido con el mundo. No es más feliz quien más tiene sino quien menos necesita.

Pero el sentido de este artículo no pretende ser metafísico.

En realidad mi intención es más terrenal. Al reparar en qué bello es vivir (¡gran película!) me pregunto cómo es semejante circunstancia posible. Y lo es en primer lugar por la existencia previa de millones de personas cuyos actos han posibilitado —de forma inconsciente, supongo— que yo pueda estar aquí sentado redactando estas palabras. Pero también gracias a la intervención puntual de individuos anónimos, solitarios y a veces heroicos que modificaron el rumbo de la historia humana para llevarla a buen puerto.

            Por ello hoy quiero glosar la figura de Vasili Arjípov, un oficial de la marina soviética que casi con total seguridad es el responsable de que todavía nos encontremos aquí al impedir el estallido de la Tercera Guerra Mundial (y el holocausto nuclear subsiguiente) durante la crisis de los misiles de Cuba. Ya advertía Einstein que la Cuarta Guerra Mundial sería con piedras.

            Arjípov era el segundo al mando de un submarino nuclear que fue cercado por las fuerzas navales de los Estados Unidos y sometido a un ataque con cargas de profundidad que tenía el objetivo de hacerle emerger para identificarse.

            Sucede que las cargas de profundidad produjeron un fallo eléctrico en el submarino, que quedó incomunicado. El capitán pensó que la guerra había estallado, así como el oficial político a bordo. Ambos manifestaron de forma vehemente sus intenciones de utilizar el armamento nuclear disponible en la nave contra el enemigo como respuesta.

            Pero…

            Las normas indicaban que debían contar con el beneplácito del segundo de a bordo, Arjípov, para que el lanzamiento se produjera. Capitán, oficial político y segundo al mando debían llegar a un acuerdo.

            Y este se negó, convenciendo finalmente al capitán de la nave para emerger y esperar órdenes del Kremlin.

            ¿Se imaginan qué presiones tuvo que soportar Arjípov? Mucho mayores que las del casco del propio submarino. Pero fue capaz de resistirlas.

            Si la expresión “sostener el peso del mundo sobre los hombros” tiene algún sentido, Arjípov debió ser muy consciente del mismo en esos instantes cruciales.

            Un hombre solo con su conciencia y sus convicciones, que supo aparcar el odio y la obediencia ciega, decidió el destino del planeta. Y seguramente nos salvó a todos.

            ¿Qué educación tuvo Arjípov? ¿Qué le enseñaron sus padres? ¿Qué aprendió de la sociedad en la que vivió? ¿Qué amores experimentó? ¿A qué materias dedicó tiempo de estudio? ¿Qué cosas le apasionaron? ¿Qué filosofía de la vida profesaba? Porque todo ello en su conjunto contribuyó a que tomara la mejor decisión posible en las peores condiciones pensables. Y acertó.

            En este mundo irreversiblemente globalizado, con los pros y contras que tal circunstancia conlleva, la acción de un único individuo puede acabar siendo trascendental. Así que las decisiones de todos, en todo momento, importan. Lo que puede parecer trivial en la vida de una persona puede convertirse en decisivo para el mundo entero. Por eso todo lo que hagamos para mejorar la educación y las condiciones de vida de nuestras hijas e hijos resulta fundamental.

            ¡Quién sabe si alguno de ellos se encontrará alguna vez en una tesitura semejante a la de Arjípov!

Javier Serra

Playa San Cristobal

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0 thoughts on “ARJÍPOV

  1. Muy buen post. Me hace reflexionar, y pienso que aunque no se nos presente una situación semejante a la de Arjípov, tan transcendental, la postura que tomamos en cada momento sí influye en los que están a nuestro alrededor, les puede hacer la vida más agradable o desagradable. Por tanto, Seamos positivos.
    Saludos, Xavi.

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