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AMNISTÍA, EL JUEGO DE TRONOS IBÉRICO

Javier Serra

El debate sobre la amnistía nos enfrenta a la vieja disyuntiva entre las éticas deontológicas, que defienden obligaciones morales inamovibles, y las utilitaristas, que simplemente buscan ver si al final todo termina bien, como en una película de Hollywood candidata al Oscar al mejor melodrama. Imaginen a Kant y Stuart Mill viéndola en el cine compartiendo un cubo gigante de palomitas.

La amnistía es un concepto de rabiosa actualidad que está generando un intenso debate en el ámbito filosófico, jurídico y político. Se trata de una herramienta política que declara la inexistencia de un hecho delictivo que ha originado consecuencias penales, permitiendo la extinción de la acción punitiva del Estado sobre sus autores. Pero, ¿dónde reside su legitimidad? ¿Qué implicaciones tiene para la justicia, la verdad y la democracia? ¿Qué criterios debe cumplir para ser aceptable en un Estado de Derecho?

Lo cierto es que el ruedo político y social en España no deja de proporcionarnos guiones de película Berlanguiana, con toques de blockbuster de acción: el escurridizo President de la Generalitat, el molt honorable Puigdemont, en una escena que emocionaría hasta el llanto al Vin Diesel de “The fast and the furious, Cataloniagate”, huye a todo gas de la comunidad de la cual ha declarado la independencia en el maletero de un coche. ¡Sin embargo, en un giro inesperado de los acontecimientos, el prófugo que desafía las leyes y las normas de tráfico resulta que ahora tiene licencia para gobernar, cual James Bond renacido! Mientras, en la capital del país, algunos demócratas, pacifistas e ilustrados manifestantes arrojan ejemplares de la Constitución (envueltos en adoquines, al parecer, como sus alter ego hicieron en Cataluña) contra quienes han pergeñado semejante ultraje. ¿Qué nos deparará el siguiente episodio de este “Juego de tronos” ibérico?

Retomando el territorio filosófico, tal vez menos divertido pero más sosegado, la postura a favor de la amnistía me recuerda las palabras de Maquiavelo (siempre con tan mala prensa) en sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio: «En las deliberaciones en que está en juego la salvación de la patria, no se debe guardar ninguna consideración a lo justo o lo injusto, lo piadoso o lo cruel, lo laudable o lo vergonzoso, sino que, dejando de lado cualquier otro respeto, se ha de seguir aquel camino que salve la vida de la patria y mantenga su libertad». Según el político florentino, un gobernante siempre debe hacer lo que a largo plazo considere que beneficia al conjunto de la sociedad, aunque suponga ir en contra de la ética, las leyes, la moral establecida e incluso las propias promesas. Como dijo Groucho Marx, “estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros”. Sánchez debe haberse tragado su filmografía completa durante sus vuelos en el Falcon.

Algunos llaman a esto “realismo político” o “pragmatismo”. Otros lo califican de “relativismo moral” o “indecencia”.

El debate jurídico se centra en la interpretación constitucional de la amnistía. En nuestro país ya hemos vivido una, la Ley de Amnistía de 1977, que fue una medida de reconciliación nacional tras la dictadura franquista. Se trataba de una medida orientada a la transición entre cambios de sistemas políticos de manera pacífica, pero que según diversas organizaciones de jueces no tendría cabida en sistemas democráticos parlamentarios asentados donde los derechos y libertades políticas se encuentran plenamente garantizados. Supondría una vulneración del Estado de Derecho y una amenaza para la unidad nacional. ¡Segundas partes nunca fueron buenas!

A pesar de ello y según otros especialistas, la amnistía puede ser una herramienta válida para promover el diálogo y el fin de los conflictos. Una vía para el entendimiento, la reconciliación y las soluciones políticas. Un instrumento que quebraría la separación de poderes supuestamente en aras del bien común. El famoso “mal menor” sobre el que Hannah Arendt afirmó que quienes lo escogieron olvidan muy rápido que escogieron el mal.

Como señala José Zalaquett, quien dirigió Amnistía Internacional durante muchos años, la amnistía no debe ser entendida como una renuncia a la justicia, sino como una medida pragmática y temporal que busca facilitar la reconciliación y la paz. Sin embargo, dejando de lado los crímenes de lesa humanidad, el genocidio y la tortura, que son imprescriptibles e inamnistiables según el derecho internacional, la amnistía debe cumplir con ciertos requisitos para ser legítima: la verdad, la reparación y las garantías de no repetición. ¿Se cumple todo esto en el caso actual? Habrá que preguntarle a los indepes. O a George R. R. Martin.

Javier Serra

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