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Maria Vives Gomila

Professora Emérita de Psicología de la UB y Escritora. Palma de Mallorca.                                                                

Por lo general, cuando se piensa en el amor pesa más el recibir que el dar. Amar es una capacidad que se desarrolla entre dos personas, cuando ninguna de ellas es el objeto de amor del otro. El amor es una actividad no un afecto pasivo. Amar es fundamentalmente darse, compartir, no sólo recibir. Dar no significa renunciar a algo o sacrificarse. Hay personas que dan a cambio de recibir o que viven este dar como un empobrecimiento o un sacrificio. Sin embargo, algo nace en el acto de darse, en el acto de amar.

              El amor produce amor. Si no fuera así significaría que no hemos superado la dependencia, la omnipotencia narcisista, el deseo de explotar a los demás para obtener sólo nuestros beneficios y objetivos. El psicólogo Erich Fromm se refiere al amor como un arte y como tal debe aprenderse. El amor capacita al hombre para superar el sentimiento de aislamiento, el vacío que siente y el ansia que tiene de llenarlo para evitar la sensación de angustia. Así, revisa distintos tipos de amor: amor de madre, de hermano, amor erótico, místico, etc.      

Desde el nacimiento hasta la muerte, el ser humano se mueve por el amor, por el cariño. El bebé, desde el nacimiento, recibe todo el amor de su madre, también de su padre y del entorno. Cuando su madre desaparece de su campo visual, llora y se angustia. Se desequilibra cuando siente esta pérdida como la ausencia del cariño materno. Los hijos cambian la vida de la madre, de tal modo que son parte del objetivo de su vida con una dependencia casi total. Esto significa que el bebé, el niño, está recibiendo alimento, cariño, que le lleva a un estado de satisfacción cuando su madre o su padre están presentes. 

              A medida que el bebé crece, percibe muchas otras cosas, distintas de las que recibía de su madre como alimento. Todas las experiencias favorables, que recibe y siente, se traducen en una sola palabra: “me quieren porque soy yo”. A partir de los seis años, incluso antes, el niño pasa de ser amado a amar: “Te quiero porque me quieres”.            

              La relación entre madre e hijo es tan intensa que puede llegar a contagiar tanto el amor por la vida como un estado ansioso, si la madre lo sufriera. Y es, precisamente por su carácter altruista y generoso, que el amor materno se ha considerado la forma más elevada de amor, el más intenso de los vínculos emocionales. Ella está pendiente del crecimiento y de la realización de su hijo sin recibir nada a cambio, aunque reciba mucho. Por encima de factores humanos y psicológicos estaría la necesidad de sentirse creadora de vida. Sin embargo, la forma de amor más difícil de obtener para una madre es la de favorecer el proceso de separación que transforma a un hijo dependiente en una persona separada y adulta. El amor maduro sigue el principio de “te quiero porque te necesito” y que tendrá que evolucionar hacia el de “te necesito porque te quiero”.

              El tipo más elemental de cariño es el amor fraternal. A partir de ahí se entiende el sentido de responsabilidad y asistencia, de respeto y conocimiento hacia cualquier otro ser humano. El amor fraternal es el amor que puede dirigirse a todos los seres humanos. Si he desarrollado la capacidad de amar, no puedo dejar de amar a mis hermanos. Es un amor en el que se realiza la experiencia de unión y separación con los demás. Si percibimos en el otro sólo lo más superficial, veremos las cualidades que nos separan. Si vamos más al fondo podremos percibir lo que nos asemeja. Y con esa superficialidad o intensidad podremos escuchar -y ser escuchados- en función del valor que se otorga a la palabra. El amor comienza a surgir, a expresarse, cuando amamos a quien no necesitamos para obtener nuestros objetivos.

       En el Antiguo testamento, el objeto de amor del hombre era el pobre, el extranjero, la viuda, el huérfano o el enemigo del pueblo. Amar no es someterse a quien nos da, como puede hacerlo un estado dictatorial creando dependencias entre los súbditos y anulando la libertad individual. Amar es darse de forma desinteresada agradeciendo lo que se recibe, sin que se creen relaciones desiguales entre quien da y quien recibe.

       El amor erótico es una forma engañosa de amor. Se le puede confundir con el hecho de enamorarse. En el erotismo, el conocimiento del otro llega mediante el contacto sexual. El deseo sexual, dirá Fromm, puede ser estimulado por la angustia de la soledad, por el deseo de conquistar o ser conquistado, por la vanidad, por el deseo de herir o de destruir. Se confunde amar y desear sexualmente. Esta atracción física puede crear la ilusión de estar unidos, pero sin amor este tipo de unión deja a las personas tan separadas como antes.                                                                                                                                                                            –                            

      Amar no es sólo un sentimiento, por fuerte que éste sea, es una decisión, un juicio, una promesa. El amor es un acto de voluntad y compromiso. Para Freud y otros psicoanalistas, el amor a sí mismo equivale a narcisismo, primera etapa del desarrollo humano y que es necesario superar para poder amar. Según la idea bíblica, amar al prójimo como a sí mismo implica que el respeto o la propia integridad no deben separarse del respeto y la comprensión del otro. Por tanto, somos “objeto de nuestros sentimientos y actitudes”.

      El egoísmo y el amor a sí mismo son conceptos opuestos. M. Eckhart sostiene: “si te quieres a ti mismo querrás a todos los demás como a ti mismo, mientras que si amas a una persona menos que a ti no conseguirás quererte, pero si quieres a todos por igual los querrás como si se tratara de una sola persona”…

Finalmente, el estilo de amor a Dios depende de cómo se sustentan los aspectos patriarcales (amar a Dios como a un padre que hace un pacto con sus hijos) y matriarcales (amar a Dios como a una madre que lo comprende todo). No se trata de amar a Dios a través del pensamiento, sino a través de la acción correcta, haciendo las obras correctas. Es pasar de un Dios paternal a una etapa más madura, en la que Dios deja de ser un poder exterior y donde el hombre ha incorporado los principios de amor y justicia.

       Dice el físico y poeta, David Jou: “la fe no es una negación de la razón, sino el reconocimiento de una Razón más profunda que la nuestra”. Razón y fe no deberían estar tan lejos para entender la vida y la necesidad de trascendencia.

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