Érase una vez, un pobre aguador, una vieja mula y un deteriorado carro con su respectiva bota de agua. Constituian el único capital y medio de subsistencia que poseía el buen hombre. Éste había contraido matrimonio con una buenísima mujer, pero, referente a fortuna, más pobre, si cabe, que él. Dios había bendecido esta unión enviándole una numerosa prole y, así, el pobre matrimonio las pasaba moradas para poder mal alimentar y medio vestir a sus siete hijos.     

-¡Lenvantaos, hijos míos, que el alba empieza a clarear y hay que trabajar! decía en voz alta el aguador!-. Ramoncín, por ser el mayor, ya tenía 12 años, ayudaba a su padre en la repartición del agua. Perico y José, los gemelos, iban al campo a recoger hierba fresca para la mula. Amparín ayudaba a su madre en los quehaceres domésticos y los otros tres se repartían entre las casas de la vecindad por si tenían algún recado que hacer llevando a su madre la propina, que, bien en legumbres o fruta, recibían. A las nueve ya tenían todos su trabajo terminado pudiendo acudir a la escuela, pues el aguador no quería que les faltara la instrucción a sus hijos, enseñanza que consideraba un bien necesario. -El saber os hará fuertes e independientes-, les decía.   

Una mañana fondeó en el puerto un hermoso buque. Ramoncín, que sentía una gran vocación por todo lo que al mar se refería, en cuanto tenía un minuto libre corría al puerto y contemplaba absorto todos los trabajos que estaban realizando los marineros de aquel barco tan grande. Así, no es de extrañar que todos conocieran a Ramoncín, a quien hablaban de los numerosos puertos que visitaban incrementando, de este modo, sus aficiones marineras.  

-¿Qué te pasa, hijo mío? Te encuentro triste, ya no cantas al repartir el agua, le dijo el aguador. ¿Estás enfermo?-     

-Perdóname, padre, es que estoy soñando continuamente. Oh! !Qué bella debe de ser la vida del marino! Hoy, aquí, mañana en otro puerto visitando continuamente nuevas ciudades. Sólo de pensarlo parece que el corazón me palpita con más fuerza y además, navegar por este mar tan azul…-.                                       

-¿Es que quieres ser marino, Ramoncín?-.            

-¡Marino! Ésta ha sido siempre mi gran ilusión. ¡Ser marino!-.                  

– Bien, he oído decir que faltaba un grumete en el barco. Esta tarde iré a entrevistarme con el capitán y, si te acepta, embarcaràs en el “Ciudad de Granada” .-.

– ¡Padre, padre! ¿Harías esto por mí?-.

– Sí, Ramoncín. Esto y el sacrificio de dejarte partir quedándome sin tu compañía. ¡Qué no haría por ti, hijo!-.

El capitán fue muy amable al recibir al aguador y, al poco tiempo, Ramoncín fue admitido como grumete. Y una mañana, después de despedirse de todo el pueblo, dar un fuerte abrazo a sus padres y hermanos, prometiéndoles escribir mucho, partió Ramoncín en el soñado barco en dirección hacia lo desconocido.   

Seis meses hacía que nuestro amigo viajaba de grumete en el barco mercante y ya conocía la abrupta Costa Cantábrica con su relevante puerto, Bilbao, el más importante del Norte de España, junto a las ciudades de San Sebastián, Santander, Oviedo, La Coruña y  comprobar que la industria de esta región es una de las más representativas del país. Supo que en Vizcaya existen grandes yacimientos de hierro, siendo Bilbao su centro metalúrgico. Asturias es uno de los puntos neurálgicos en la extracción de carbón y la lluviosa Galicia, con sus verdes valles y sus importantes rías, es la comunidad, que brinda refugio seguro a nuestros navegantes. A Ramoncín le gustaba esta región, donde la agricultura era próspera y la cría de ganado constituía una gran riqueza.

Del mismo modo, visitó el litoral Mediterráneo, donde se hicieron importantes cargamentos de tejidos en Barcelona, tercer puerto industrial de la Península; cargas de naranjas y arroz en Valencia, que, juntamente con Murcia, es conocida por la fertilidad de sus huertas. De la cálida Andalucía, rica por sus cultivos, embarcaban sus productos mediterráneos: olivos, naranjos, higos y uva, también, dátiles y plátanos. Su minería es muy variada y rica: se obtiene cobre en Huelva, plomo en Jaén, plata en Almería. Visitó sus   importantes poblaciones: Málaga, Cádiz, Sevilla, la incomparable y artística Granada.    

Este recorrido por la costa española hizo meditar a nuestro grumete, quien al cabo de un año se presentó al capitán…        

-¿Da usted permiso, señor?-                    

– Pasa Ramoncín. ¿Qué deseas?-        

– Pues verá, tengo algunos ahorrillos y como me gustaría invertirlos en algo de provecho, he pensado que lo mejor sería consultarle a usted-.          

– Muy bien, Ramoncín. Parece que a ti te gustaría hacer algo para que tus padres puedan gozar de una vejez tranquila sin preocupaciones monetarias y aliviar su porvenir y el de tus hermanos. ¿Es así?-                                                                                 

 – Usted lo ha dicho, Capitán. Éste sería mi mayor deseo-.

– Pues deposita este dinero en un banco y haces un seguro de vida para tus padres y otro para tus hermanos. Con tus aportaciones mensuales, el capital irá creciendo y reinvirtiéndose-.

–  Muchas gracias, Señor. Al atracar en el primer puerto, iniciaré la gestión-.

Ramoncín hacía girar nerviosamente su sombrero sin osar hablar ni marcharse-.    

– ¿Deseas algo más, dijo el capitán?- 

– ¡Oh! Perdone mi curiosidad, pero conozco lo ocurrido ¿Ha tenido noticias de su esposa e hija, Señor?-. 

 – Sólo sé que las han raptado y sospecho que un hombre, envidioso de nuestro trabajo-.   

– ¿Y cuál cree que es la causa de tanta envidia y agresividad?  

 – Ni más ni menos que nuestra previsión. Como tú sabes, a bordo no se admite mercancía, que no haya sido asegurada. De este modo, tanto los compradores como los vendedores tienen la completa seguridad en el transporte, pues en el caso de algún extravío, el seguro paga el valor de la mercancía perdida o dañada. Esto hace que nosotros tengamos tanto trabajo, ya que la mayoría prefiere confiarnos el transporte de su mercancía-.

 – En cambio, a este hombre malvado, que es también capitán en un barco mercante, tanto le da que estén o no aseguradas las mercaderías transportadas en su barco. Esto ha ocasionado que cada extravío sufrido haya generado una pérdida irreparable para su cliente, que, a su vez, pierde la confianza en el barco transportador y por esta falta de previsión se encuentra ahora sin trabajo. Su intención es que yo me retire y aprovecharse, así, de la situación.  

– Esta mañana he recibido un anónimo diciendo: “Serán devueltos sus familiares en cuanto abandone el transporte de su barco”-.    

 -¿Y sabe usted dónde están?-.   

 – No, pero supongo las debe tener presas en el barco-.     

– ¡Oh Capitán! Deje que le vaya a pedir trabajo a este hombre y si consigo entrar en su    barco, quizás logre salvarlas.      

El capitán estrechó entre sus brazos a Ramoncín. –Si tú hicieras esto, yo te consideraría como un hijo-. La despedida de nuestro grumete fue muy emotiva. Todos en el barco lo abrazaron, deseándole buena suerte.                       

En el otro barco y en la cabina del capitán:

 -¿Qué deseas, chico para molestarme a estas horas?-.

 – Hay un golfillo que quiere hablar con usted-.

 – ¿Ha dicho su nombre?-.

– Sí, señor, Ramoncín. Es el mismo que viene cada día-.

– Pues, que pase de una vez.. Con la patada que le voy a dar, le quitaré las ganas de volver- mostrando, de este modo, su mal genio.

Nuestro héroe fue introducido en la cabina del Capitán. El pobre grumete no las tenía todas consigo, pero pensar en la encantadora niña y en la pobre señora, que estaban prisioneras en aquel coloso del mar, le dio ánimo para presentarse.  

-Señor Capitán, como soy huérfano y no tengo casa ni comida, vengo a ofrecerle mis servicios como grumete.        -Yo no puedo pagar a grumetes, niño impertinente-. 

-Yo no pido dinero, señor Capitán, sino comida-. 

– El Capitán miró detenidamente a Ramoncín, que hacía unos días casi no comía para poder representar mejor su papel, y quedó satisfecho, pues vio que el niño era listo y resuelto-.   

-¿Y sólo por la comida trabajarías a mis órdenes?-     

 -Sí Capitán-.         

-En este caso, te admito. Ve a la cocina y te darán algo de alimento. Por ahora, ayudarás al cocinero.  

Nuestro amiguito era el que servía la mesa, si el Capitán estaba de mal humor. Le solía proporcionar algún cachete, que el pobre niño sufría sin rechistar. No obstante, se había enterado que había una cabina, cuya entrada estaba prohibida. El Capitán guardaba las llaves y había un marinero que vigilaba la puerta constantemente. Ramoncín sospechaba que allí era donde debían tener encerradas a la hija y a la esposa de su Capitán, aunque era difícil acercarse. Pero, la ocasión se presentó, al fin.   

El Capitán celebraba su onomástica y nuestro grumete no tenía suficientes manos para llevar a su destino las innumerables copas de vino. Todos bebían siendo insaciables sus gargantas. Cuando estuvieron todos beodos, Ramoncín se acercó al Capitán y muy pronto tuvo la llave en su poder. Como una flecha corrió hacia la cabina –anteriormente había dado una botella de vino al marinero que estaba de guardia en la puerta-. Abrió la cabina. La habitación estaba a oscuras. Echadas en un camarote estaban la hija y la esposa de su Capitán.  -¡No hay tiempo que perder, vengan conmigo!-.    

-¡Pero si es el grumete Ramoncín!-.     

-Ambas le siguieron, encontrándose pronto en libertad-.

Han pasado muchos años. Una alegre y cómoda casita es ahora la vivienda del antiguo aguador, que presenta el aspecto de una persona acomodada, sin preocupaciones monetarias. Suele pasear con su esposa por los prados y alrededores de su casa. Sus hijos también gozan de una posición ventajosa, bien situados en sus respectivos trabajos y negocios: en una empresa de transportes, una tienda, o dirigiendo una fábrica. La niña y los pequeños todavía están estudiando para labrarse un porvenir. Todo se lo deben a la previsión e inversiones de Ramoncín, el pequeño Capitàn.       

Ramoncín, hoy Ramón Castro, fue ascendiendo de categoría estudiando y asumiendo cada vez mayor número de responsabilidades. Ahora es el Capitán del mismo barco en el que se inició como grumete. Se ha casado con la hija de su antecesor en el cargo, que, como le prometiera, se convertiría en un padre para él.

                                               FIN

Podemos extraer nuestras propias conclusiones.

María Vives Gomila

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