El constante movimiento “del desequilibrio al equilibrio”
Había un tiempo en el que todo era bastante más claro: una fina línea unía presente y futuro. Las personas luchaban por un ideal, conseguían lo que deseaban poniendo los medios conocidos y más adecuados al servicio de los objetivos que anhelaban. Sin que por ello olvidaran la influencia ejercida por los factores externos -esfuerzo, suerte, coincidencia, propuestas- que siempre pueden estar presentes. Características que se unían a las capacidades de cada persona.
En muchos casos, y según la profesión o trabajo obtenidos, era necesario superar unas oposiciones o pasar unas pruebas para acceder a un puesto de trabajo estable, que las personas preparadas solían conseguir con mayor o menor fortuna, aunque, por su destino acabaran viviendo en el otro extremo del país. Se partía de una situación establecida, que, gradualmente, iba mejorando sin olvidar el incremento de la capacidad crítica individual, que se iba adquiriendo con los años.
Del mismo modo, entre ciertas personas y entidades no se admitían sobornos. Cada persona era responsable de lo que sabía y cómo lo transmitía. La sociedad iba evolucionando desde un comportamiento algo rígido a otro mucho más flexible. –
Los valores adquiridos secundaban la moral natural. Se conocía y se diferenciaba el bien del mal y se procuraba ayudar a las personas más cercanas que lo necesitaran y de alguna manera lo verbalizaban. De una forma espontánea, recibías y dabas, dabas y recibías, hecho que permitía avanzar acompañado.
A nivel familiar, los padres, casi siempre las madres, si no trabajaban fuera de casa, se encargaban de la educación de sus hijos. Estaban presentes cuando se las necesitaba; también las abuelas, cooperaban acompañando a los chicos al regresar de la escuela.
La oferta educativa era amplia y variada. Se aprendía gramática, latín, física, química, matemáticas, también idiomas y un largo etcétera, sin olvidar las asignaturas de filosofía, literatura e historia del arte, que se estudiaban en los cursos superiores de bachillerato, cuando esta formación duraba seis años, a los que seguía un curso preuniversitario. Había programas culturales y numerosas posibilidades, que favorecían su desarrollo. Al mismo tiempo, se ofrecía un servicio de becas, que permitía a los estudiantes más destacados y a los jóvenes estudiosos, que querían ser independientes o carecían de recursos, poder mantenerse hasta terminar sus estudios.
Casi todo tendía a estar protegido. Era consistente y estaba bastante bien organizado: se sabía lo que cabía esperar si uno se lo proponía y luchaba para obtenerlo; se estimulaba el deseo de alcanzar unos objetivos, se potenciaba el esfuerzo con la correspondiente gratificación personal y así, en cualquier ámbito, tanto individual como social, político, también religioso, Presidía un orden, sin olvidar que, a poco que avanzaras, el pensamiento crítico se iba abriendo camino. Se valoraba el equilibrio, la serenidad, ser justo, imparcial, honesto, incluso cada persona tenía la posibilidad de actuar de forma contraria a la esperada y considerada idónea. La libertad de pensamiento y el bien común compartido eran y son bienes necesarios a desarrollar.
Independientemente de determinadas situaciones externas, hoy bastante alteradas y deterioradas, llegaba un momento, coincidiendo con los años de la adolescencia y juventud, en el que se ponían a prueba los principios, vividos anteriormente como inalterables.
La vida de toda persona comporta, por lo general, un paternalismo familiar protector, del que tiende a independizarse a medida que va creciendo y evolucionando. Como consecuencia, llega un momento, en el que aquélla decide dirigir su vida a expensas de las creencias de su niñez, que siente ya no le sirven para ir madurando internamente. Y así, a raíz de una actitud cada vez más crítica, observamos cómo se van cayendo los dogmas, que le daban seguridad y que cada persona necesita para crecer y creer.
Hemos pasado de un mundo de principios dogmáticos, rigurosamente establecidos, a una crítica paulatina de estos mismos principios, inicialmente considerados inamovibles. Por eso, a medida que la persona ha hecho uso de su sentido crítico para obtener consistencias científicas sobre tantas realidades, la concepción antigua de conceptos y principios, hasta ahora sólida, se ha ido tambaleando. De esta forma, surge la incertidumbre sobre tantas “seguridades anteriores” y establecidas a tantos niveles: la creación del mundo, el origen y el final de la vida junto a tantas otras dudas que toda persona suele plantearse.
Si comparamos el tiempo de ayer con el de hoy, vemos como en nuestros días, fallan el nivel de aspiración y la confianza en uno mismo para conseguir unos objetivos, que ya no están al alcance de todos. Se premia el fracaso, se incentiva la falta de esfuerzo y se mantiene un espíritu conformista ante posibles decisiones, dado, como hemos visto en algunos casos, que otro puede pensar por ti hipotecando tu libertad. Si el adolescente tiene la suerte de contar con una familia receptiva, podrá superar estas nuevas tendencias y favorecer las iniciativas de cara a un futuro. De cualquier modo, es aún más peligroso el soborno subliminal, que la persona puede ir aceptando, sin darse cuenta de que está siendo moldeada por unos principios y unos hábitos que, a la larga, también podrían insensibilizar su voluntad e ir cambiando un país.
Entre las posibles soluciones, podríamos considerar la conveniencia de estimular en los niños y jóvenes la confianza en sus recursos y capacidades, ayudarles a confiar en sí mismos para que puedan desarrollar un pensamiento crítico, que les permita liberarse de las influencias ambiguas y contradictorias.
Si tenemos en cuenta que la vida constituye una evolución constante que nos permite tender a la búsqueda del equilibrio (nos movemos desde el desequilibrio al equilibrio) se espera que cada persona pueda conocer sus capacidades y responsabilidades sociales, que podrá satisfacer y le permitirán vivir mejor. Estas competencias también corresponden a los estados, que deben dotar a los ciudadanos de los medios necesarios para que cada uno pueda obtener el bienestar individual y social al que aspira y al que, por otra parte, tiene todo el derecho.