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La esperanza que se demora enferma el corazón, pero el deseo cumplido es el árbol de la vida.

Proverbios 13:12

Adviento significa advenimiento o llegada. Es un tiempo litúrgico para hacer memoria de la primera venida del Señor: la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. Nadie está solo, Dios está con nosotros. Está cerca de ti, allí donde tú estás, porque ha venido a habitar entre nosotros. Nuestro mundo no es un mundo sin Dios. Pero también, el Adviento, es vigilancia y esperanza de su segunda venida que se nos manifestará en la gloria. Es un anuncio: el señor viene; pero también es una súplica: ¡Ven, Señor Jesús!, como nos recuerda el libro del Apocalipsis. El Adviento es un encuentro con el Dios que llama a nuestro corazón y la esperanza de un mundo mejor, donde todos tengan su espacio y su realización personal.

En estos días de Adviento, vivimos en la esperanza, actuamos en la esperanza, oramos con esperanza y somos una fuente de esperanza para los demás, en especial para los más necesitados. Mientras tanto, esperamos con esperanza la llegada de un reinado iluminado por Dios que a pesar de tener todo en contra, está ya visible en nuestro corazón. En estas cuatro semanas, la liturgia nos propone un canto de esperanza que resuena en nuestros oídos y se abre camino hasta nuestro corazón.

La esperanza cristiana se dirige a lo que todavía no se ve, es por ello, «esperar contra toda esperanza». “El reinado de Dios no llega como un hecho observable. No podrán decir: míralo aquí o allí. De hecho, el reinado de Dios está entre vosotros” (Lc 17, 20-21). Un reinado que es poner a Dios como centro de nuestras vidas, pero es una realidad que es “ya, pero todavía no”, es al mismo tiempo promesa, quehacer y espera.

Nos recordaba San Buenaventura, que la esperanza es volar. Es desplegar todos nuestros miembros del cuerpo y del alma para ponernos en movimiento, para realizar un compromiso radical, para abrir el corazón y disponer toda nuestra existencia hacia Dios. Un Dios que no deja de lado la naturaleza, todo lo contrario, requiere de todas nuestras fuerzas para la apertura completa de nuestro ser y el desarrollo de todas sus posibilidades. La promesa de fe y esperanza no destruye nuestro actuar, no lo hace superfluo, sino que le confiere su forma, su lugar y su libertad.

Los cristianos vivimos en estos días un tiempo de espera y de preparación, un tiempo especial y oportuno para habitar en el silencio y “preñarse” de Dios, fuente de sentido y de felicidad. Es en el silencio donde toma forma toda palabra, nos interroga sin decir nada, nos sitúa y nos descubre el lugar donde nos encontramos, sin análisis ni cálculos mentales. En el hondón del silencio el individuo se abre al tiempo y a la transcendencia. Es un buen momento para reflexionar, para repensar, para amar, para hacer memoria del corazón, para abrirnos a los demás y presentar a Dios todas aquellas cosas por las que vivimos, amamos y sufrimos.

La esperanza, no sólo tiene una dimensión temporal y futura, es una esperanza hacia el otro y al Otro. No se trata de refugiarse en el culto para arreglarlo todo, lo que importa es la justicia para el prójimo. Adviento es apertura y desvelamiento de Dios y, apertura al hermano y, sobre todo, a los que más sufren o han sufrido. La esperanza tiene un poder renovador de la vida y transformadora del mundo. Desde aquí, se pone en marcha el dinamismo de la esperanza que es fe y caridad.

El mejor testimonio de que creemos verdaderamente en el Enviado de Dios es que vivamos en la caridad y en esperanza gozosa. La esperanza, por lo tanto, no es una actitud pasiva, es una actitud activa que nos arraiga en la tierra y nos transforma. La esperanza es abrir caminos nuevos que acerquen el evangelio a los problemas y sufrimientos de las personas en una actitud de servicio y amistad. La acogida a cada persona, el amor servicial a los más necesitados, la defensa de los últimos, la solidaridad con los de cerca y lejos, y principalmente, la paz con todos.

Juan Antonio Mateos Pérez

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