Portada » LOS MANANTIALES DE LA ANGOSTURA

        Corría el mes de mayo, las colinas plateadas por donde trazaba el Río Verde sus curvas de ballesta, acompañado de pozas color esmeralda y altas paredes calizas. La estación de la primavera se manifestaba haciendo gala de buen tiempo sobre Almuñécar y Otívar. Revestidas las sierras de Tejera, Almijara y Alhama de caña de azúcar, plátanos y vides e impregnadas de olor a hierbabuena, tomillo, romero…

         Los cristianos decidieron intervenir con un grueso de tropas para iniciar la conquista de Almuñécar y pueblos colindantes, se pretendía expulsar a la población morisca establecida en la zona.

         Rodrigo estaba triste había recibido un comunicado de la Orden Real. Muy pronto tendría que incorporarse a la guerra. Al atardecer, paseaba junto a Muza por los alrededores de la Cueva de los siete palacios.

          –Mi padre dice que se rumorea que pretenden entregar las haciendas confiscadas a los moriscos en régimen de arrendamiento. Quieren cambiar nuestra forma de vestir…

          –No hay que creer todo lo que se dice –comentaba Rodrigo para tranquilizarla.

          –La población cristiana y morisca ha vivido durante más de medio siglo en paz. ¿Por qué no podrá seguir todo igual? ¡Será doloroso verte partir!

          –Volveré pronto. Mi padre ha escrito una carta al gobernador. Le enviará veinte garrafas de aceite y le cederá dos marjales de caña de azúcar.

          –Hasta tu propia hermana, no sabe qué hacer para sacarme defectos.

          –Lo mejor será hacer como que no has oído nada.

        –Tú sabes que cuando te conocí mi padre ya me había enseñado a leer, escribir y consultar libros. Me sé de memoria las leyendas de El Abencerraje, Ozmín y Daraja. También conozco la Biblia y la vida de Jesús de Nazaret.

          –Nada ni nadie podrá separarnos, ni siquiera la guerra. Cuando te sientas desesperada lee o escríbeme cartas y envíamelas con mi Halcón Peregrino que te regalaré antes de partir.

           –¡Me voy a sentir muy sola!

           –¡Vamos caminando hasta los manantiales!

           A lo largo del paseo Rodrigo le contaba leyendas sobre los barcos que atracaban en el puerto. Cuando el cielo se tiñó de verde, rojo y una veta morada difuminaba el horizonte, caminaban despacio en el más estricto silencio… el sonido del agua discurría por las acequias hasta el mar. Al llegar a los manantiales todo reposaba en vago encantamiento, sólo se veía el reflejo de la plata fluida de la luna y una leve brisa de viento elevó las hojas de la caña de azúcar y las depositó sobre las aguas y a lo lejos se escuchaban cantos de sirenas.

            –La gota del agua cayendo, cayendo. Está cayendo. Mi corazón se muere de tanto amor. ¿A dónde iré a buscarte cuando no estés?

            –Vendré cuando menos imagines. Te contaré historias…

            –¿Por qué no escribimos un poema entre los dos, será nuestro secreto? ¿Cada uno elaborará un verso y entre los dos le pondremos un título?

             –Sí. Haremos dos copias iguales.

           –Una la meteremos en un joyero de estaño que heredé de tía Lucrecia y la enterraremos bajo el único arce blanco que hay en los manantiales. El otro poema lo podemos dividir en dos partes, tú te llevarás una y yo guardaré la otra, el día de nuestro encuentro volveremos a unir sus versos.

            Días después Rodrigo y Muza unieron sus manos bajo el arce blanco, las impregnaron de fina arena y agua de los manantiales.  Hicieron un hoyo y guardaron el joyero de estaño con el poema.

            Los días pasaban con mucha lentitud. Muza no tenía noticias de Rodrigo. Cuanto más desesperada estaba más cartas de amor escribía que enviaba con Halcón Peregrino que se había convertido en un aliado de su pena. Por las mañanas, se centraba en los bordados de seda y oro que hacía para las casas nobiliarias de Granada. Algunos atardeceres los pasaba leyendo a su hermana bellas historias sobre la diosa Al-Zuhara que contaba con la virtud de proporcionar consuelo a los enamorados.

            Lo que no cambiaba era la belleza de la joven, que cada día era más esbelta de pelo negro y ondulado, sus ojos negros contaban casi siempre con un brillo especial, cuya belleza no dejó indiferente a un rico mercader amigo de su padre.

            –Rodrigo no volverá hija–le decía su padre todos los días. Deberías desposarte con mi amigo el mercader, es un buen hombre, cuenta con un gran patrimonio y un sinfín de fincas en la provincia de Granada. Está protegido por la Corte Real. Con él no tendrás que volver a trabajar jamás y no tendremos que abandonar esta tierra.

            Muza no sabía que excusa ponerle a su padre. Por fin un día le dijo:

            –Necesito tiempo padre para terminar mi ajuar. Tengo que hacer bordados en los cuatro almarazares y las sábanas de lienzo que heredé de tía Lucrecia.

            Por las noches la hermana pequeña que la adoraba y sabía de las lágrimas de amor que la joven derramaba. Deshacía los bordados que su hermana hacía por el día. Hasta que un día después de un año y viendo que la joven no finalizaba el ajuar su padre le dijo:

            –Si dentro de un mes no has terminado los bordados tendrás que casarte. –Muza desesperada contó lo ocurrido a su hermana que inmediatamente le propuso enviar un mensaje a Rodrigo con Halcón Peregrino comunicándole las intenciones de su padre.

            –¡No sé qué haría sin ti! –le dijo a su hermana dándole un fuerte abrazo.

           Al cabo de una semana Rodrigo volvió con la intención de desposarse con Muza. Cuentan que un día antes de la boda la joven pareja paseaba por entre los parajes de cipreses, pinos y parterres de adelfas, espacios por los que volaban decenas de jilgueros, verderones que competían con una legión de gorriones, hasta que, finalmente llegaron al arce blanco que había junto al Rio Verde. Poco después escarbaban bajo la tierra hasta sacar el joyero envejecido y comenzaron a leer el poema:

LOS MANANTIALES DE LA ANGOSTURA

Sierras pobladas de Almuñécar

paseamos junto a las aguas

cristalinas de los manantiales,

el murmullo nos adormece.

Aquí nos separemos

como hojas solitarias de la caña de azúcar

que flotarán y seguirán su curso

hasta los manantiales.

! Quién sabe si algún día

las cañas volverán a florecer

y con la puesta de sol,

 volveremos a encontrarnos,

 para sumergir nuestras manos

 bajo la tierra mojada

de los manantiales

y al arce blanco!

Los jóvenes se miraban embelesados con ojos limpios y besos sin fecha.

Autora: Ana María López Expósito

0 thoughts on “LOS MANANTIALES DE LA ANGOSTURA

  1. Mi admirada Escritora y amiga tu poema me parece formidable, mi sincera enhorabuena y nuestras felicitaciones por tus premios, como siempre muy merecidos, bienvenida a nuestro Club Sociocultural, espero que tu estancia sea fructífera, para Fundación Granada Costa como para ti. abrazos

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