¿Te jubilaste?… ¡Sonaste! – A TODA COSTA

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En busca de la puerta

Luego de pasar por innumerables controles electrónicos, y arcos de detección para metales preguntó a un portero de uniforme azul con botones dorados, que sentado en una pequeña mesa hacía crucigramas:

– ¿Tiene usted la amabilidad de indicarme cual es el despacho del señor Ferrán?

– Por aquel pasillo verde, cuarta puerta a la derecha. – contestó lacónico el portero, sin dignarse a mirar a quien tan cortés le preguntaba.

Se dirigía Don Rosendo al despacho señalado, cuando se encontró con un empleado que salía de una de las dependencias más próximas.

– ¿Cómo? – dijo el caballero, haciendo la más hiperbólica exclamación de asombro.

– ¿Qué le trae por esta modesta casa al muy alto y poderoso señor Presidente del Tribunal Supremo de Justicia?

– Un pequeño asunto – respondió Don Rosendo, y ambos personajes continuaron hablando unos momentos.

El portero, al escuchar las primeras palabras del diálogo, se levantó súbitamente como impulsado por un resorte, al tiempo que guardaba su crucigrama en un cajón de forma apresurada.

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Alcanzando a Don Rosendo se plantó ante él con la cabeza tan baja, que la barbilla se le clavaba en el pecho y gimoteó:

– ¡Señor, poderoso señor: perdóneme usted! Reconozco que he cometido un grave, gravísimo error; yo no sabía quién era su excelencia, le confundí con alguno de los “hombrecillos” que vienen por aquí.

– ¿Qué es lo que me dice usted? – contestó atónito Don Rosendo.

– Perdóneme su señoría, que soy un bruto; no tengo olfato… ni visión… acepte mis disculpas.

– Pero… ¿Qué dice buen hombre? ¡Si no me ofendió en nada!, además no soy lo que se figura. Lo he sido; pero ahora no soy más que un modesto jubilado.

– ¿Un jubilado? – exclamó el portero, abandonando su pose sumisa.

 – Por aquel pasillo verde, cuarta puerta a la derecha. ¡Ah! y ¡pida permiso para entrar!

 

Francisco Ponce Carrasco

Churriana de la Vega web

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