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Lola Benítez Molina

Málaga (España)

 

En estos días de confinamiento, de compañía con uno mismo, hemos tenido que saborear y convivir con el silencio. Un silencio atronador, a veces, cuyo aroma desconocíamos. Imágenes, que nunca hubiésemos imaginado, aparecen por doquier. En ocasiones, es un sabor demasiado amargo, que solo la esperanza de que lo mejor está por llegar lo endulza; en otras, es un viaje al interior en el que uno aprende que no se está tan mal con uno mismo, que la propia compañía también es necesaria. Mucho se ha escrito sobre ello.

            Es el silencio impuesto el que atormenta y no el cotidiano, ese que deshace miedos, sospechas y desazones, es decir, el silencio que cada uno tiene que lidiar cada día de su vida.

            ¿Se extinguió la pasión de los amantes? ¿Adónde fue? Los sentidos despertarán del letargo y la brisa besará nuestro rostro, ahíto por recibir las nuevas sensaciones. Un simple roce generará el gozo, igual que aquella mirada que nunca se olvida.

            Los que sienten amor, amor a sus semejantes, resurgirán. Los otros llevan implícita la caída al abismo. Estos notarán un sabor agrio, que el paladar no sabrá descifrar   y en el silencio de los tiempos anidarán. Para los que aman el sabor les producirá un deleite inalterable.

            Como muy bien dice Gustavo Cerati, cantante y compositor argentino: “El silencio no es tiempo perdido” y, para Francis Bacon “el silencio es el sueño que nutre la sabiduría”.

            El sabor del silencio es incierto, pero siempre habrá momentos para disfrutar y, cuando el ahogo aceche, brindaremos con la copa de la vida bien alta, conocedora de lo que existió, existe y existirá. El camino oscuro verá la luz, y con nuestras manos alzadas cantaremos bien alto para dejar constancia de lo que nunca más deberá suceder.

            La paz ansiada se instaurará en nuestra mente y degustaremos la savia nueva que engendra la sabiduría. El sabor del miedo entonces será anodino. Caminaremos lo mejor posible.

            Refiere Aristóteles: “La magnanimidad o grandeza de ánimo, según el nombre nos lo muestra, también consiste en cosas grandes”, y los estoicos sostienen que a la virtud se llega por el saber. Sospecho que el sabor que da la sabiduría debe ser agradable, pero no todos la prueban.

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