Portada » YO, FRANCELINA

YO, FRANCELINA

“Yo, Francelina” es el testimonio vital de una mujer marcada por la guerra, la pobreza y la emigración. Con voz firme, Francelina nos abre su memoria acompañada del poema Tristeza, de Francelina Robin, que refleja la lucha contra la injusticia y el desarraigo.

A_symbolic_floral_composition_red_carnations_representin

            Les voy a contar algo que creo que nunca conté. En mi juventud fui madrina de guerra y, además, cantaba, tenía una voz que era reconocida por todos, pues todo el mundo me escuchaba. Decían que tenía una voz lírica. Cuando me casé lo perdí todo y seguí cantando, tanto fue así que llegué a tener una infección en la garganta causada por una prueba médica. Me decían que era depresión, pero era mentira, como no las tenía todas conmigo, acabé yendo a un médico nuevo y  me llevé una sorpresa. En la portería donde yo trabajaba por aquel entonces, los vecinos me decían que era el jardín de las flores, me pasaba las horas cantando, aunque estuviera triste. Yo caía enferma, pero me levantaba de nuevo todas las veces, lo hacía por dos muñecas que nunca pude tener de pequeña, pero que sí tuve después: mis hijas. Más tarde, dedicaba mis horas libres a bordar vestidos y todo aquello que me apetecía y veía bonito. Sacaba mis trabajos de bordado todos los días del lugar donde los guardaba para admirarlos. Todo fue hecho por mis manos, nunca nadie me enseñó nada. Miento, algunas cosas sí me enseñaron: el respeto al prójimo, a ser seria, a no robar, a ser trabajadora, a ser educada y la religión, lo básico de unos padres pobres que dan educación. Después, cada hijo seguía su camino. Lo que tengo a día de hoy lo conseguí gracias a mi esfuerzo y dedicación, gracias a mis manos y a mi cabeza.

            Mi primer regalo me costó caro moralmente, lloré mucho cuando tuve mi primera muñeca, pues no era de trapo, era de carne y hueso. Derramé muchas lágrimas y, en un corto espacio de tiempo, vino mi segunda muñeca. La miseria y las circunstancias de vida me hicieron perderlas durante cuatro años y medio, por eso les digo que mis muñecas me costaron caras y no eran de trapo, costaron más caras que las muñecas que regalaban a mis compañeras de escuela cuando éramos jóvenes. En la época en la que yo aprendí a leer, pero no a escribir. Aprendí a escribir y a diseñar letras bonitas en la época en la que fui madrina de guerra, llegué a tener más de diez ahijados de la guerra, yo me escribía con y para los soldados que combatían en las islas que antes eran portuguesas, escribí cartas para mujeres casadas, para novias, embarazadas, incluso a otras que habían dormido con esos hombres. Aprendí a hacer letras minúsculas muy bonitas y a hacer diseños con papel, lo cortaba y hacía flores y todo lo que se me pasaba por la cabeza. Incluso escribí las cartas para el marido de una persona de mi familia que estaba viviendo en Suiza. En esas cartas, las jóvenes como yo intentábamos ponernos en la piel de los soldados enamorados, yo escribía lo que  imaginaba que él sentía y ellas me contaban su vida. Yo no acababa de comprender por qué no escribían entre ellos, porque muchos de ellos sí pudieron estudiar hasta los dieciséis años. Yo, lamentablemente, solo hice desde los seis hasta los ocho y este último año no lo pude acabar. Entonces, no comprendía por qué si yo era capaz de escribir teniendo tan pocos años de estudios, el resto no era capaz de aprender.

            Lo más curioso de esta historia es que no teníamos derecho de escribir cartas como tal, eran aerogramas del Estado, ellos podían abrirlas y leerlas si ellos querían, muchas eran censuradas. Los mensajes tristes los escribíamos bajo los sellos para que no los vieran, porque sino a esas personas las quitaban de en medio. Como yo ya trabajaba por aquella época, esas cartas las escribía de noche, éramos conscientes de que las podían abrir y leer. Como los aerogramas los pagaba el estado y no teníamos dinero, era la única manera de poder sacar algo para llevar a casa.

            Escribiendo sobre los soldados, me viene a la cabeza algo que yo viví de muy cerca, La Revolución de los Claveles, fue un golpe militar ocurrido en Portugal el 25 de abril de 1974, que puso fin al régimen dictatorial del Estado Novo y restableció la democracia. El movimiento fue liderado por el Movimiento de las Fuerzas Armadas, que contó con el apoyo del pueblo y se simboliza con los claveles rojos que los civiles colocaban en los fusiles de los soldados, convirtiendo el acto en una manifestación pacífica y en un emblema de la libertad. Además, la revolución marcó el inicio de la descolonización, lo que llevó a la independencia de las colonias africanas. Fue un movimiento militar y popular que derrocó al régimen de Marcelo Caetano, sucesor de António de Oliveira Salazar, y puso fin a casi medio siglo de dictadura en Portugal, instaurada en 1933 con el Estado Novo. Yo aún no había nacido entonces; nací al final de la guerra, en tiempos de mucha pobreza, cuando a menudo ni siquiera había pan para comer y se respiraba la miseria. Esa guerra, como en España, me quitó mi juventud y en la de mis hijas todavía continuó, quienes tenían dinero lo tenían todo, mientras los pobres morían de hambre. Sin embargo, por suerte, acabaron con los bandidos. En mis propias carnes sufrí la persecución de la PIDE, era la policía secreta del régimen dictatorial portugués del Estado Nuevo y se caracterizó por su represión de la oposición y sus funciones de control y vigilancia. Eran delincuentes que incluso espiaban en Francia. Yo abrí la boca en un mal momento y tuve la mayor de mis suertes, porque no me llevaron de vuelta.

            Algo que me marcó mucho de aquella época de la Revolución de los Claveles es que cuando iban a buscar a los maridos que habían sido cómplices, sus mujeres se quejaban porque los arrestaban. Yo recuerdo preguntar a una de esas mujeres qué era lo que había hecho su marido, si había hecho algo malo. Ella me contestó que no había hecho nada malo, solo arrancar uñas. Yo, alucinando, dije en alto que entonces le hicieran eso mismo a esa mujer ya que decía que no hacía ningún daño. Conocí a una mujer, pobrecita, que se pasó mucho tiempo llevando comida al marido y acabó sabiendo, al final de la revuelta, que el marido había sido asesinado al principio de ésta, lo habían raptado y la comida se la comían esos bandidos. Otros hacían de los pechos de las mujeres ceniceros, un sinfín de atrocidades.

            El restablecimiento de la democracia y de las libertades políticas en Portugal, junto con la independencia de las antiguas colonias portuguesas en África como Angola, Mozambique, Guinea-Bissau, Cabo Verde y Santo Tomé y Príncipe, marcaron esta etapa. Se inició un proceso de transición hacia la democracia que culminó con la aprobación de la Constitución en 1976. Para entonces, yo ya había ido a Francia a buscarme la vida, pero tuve que regresar a mi país de origen en 1977, debido a un problema familiar. Después de esto, volví de nuevo a Francia, yo lo consideraba mi país, me aceptaron de nuevo, tuve más amor del que tenía en Portugal, pues allí solo vi miseria, todavía hoy lloro al recordar todo lo que viví y ni siquiera puedo escribir sin que me caiga una lágrima.

TRISTEZA

Trabajas sin alegría,

hasta el final de tu vida,

por un mundo en decadencia,

sin fruto, debemos saltar

y huir al extranjero.

El pobre, si quiere ganar dinero,

la mayoría de las veces,

es explotado por su conocimiento,

pero si encuentran una solución,

donde las formas y las acciones

no se ven, no hay reacciones.

No hay ejemplos.

 Prácticas sin cesar,

gestos universales hasta

que ya no puedes más

sentir calor ni frío, falta de dinero,

y solo saben cómo hacerte perder la moral.

Solo quieren que hagas capital.

Los héroes llenan los parques

de la ciudad donde te arrastras,

y abogan por la virtud, la renuncia, la

sangre fría, la concepción.

Esto circula en tu corazón.

De noche, en la niebla, abren paraguas.

Floreciendo porque es un país

con poca o ninguna lluvia,

y se refugian en los volúmenes

escritos en las siniestras bibliotecas.

Solo tenemos un corazón orgulloso,

Y tú tienes prisa por confesar tu derrota.

Y pospones hasta otro siglo si habrá otra

felicidad colectiva.

Pero a veces todo es mentira.

Aceptas la lluvia, la guerra, el desempleo

y la distribución injusta.

Porque no puedes, solo,

dinamitar la isla de la tentación.

Ay, vida de mi vida, al final de esto

¿qué voy a hacer?

En realidad me ayudan, ¿a qué precio?

Las personas son como pollos

 te picotean poco a poco, lo que te ayuda a vivir

A escondidas quieren comer aún más

Ya no tengo fuerzas para vivir.

Francelina Robin

Deja un comentario