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Raíces Manchegas, Vocación Histórica: La Vida de José María Escribano

José María Escribano Muñoz

En las vastas y fértiles tierras de Castilla-La Mancha, más allá del polvo de los caminos y del eco de las aventuras de don Quijote y su fiel escudero Sancho Panza, se erige un paraje conocido por sus molinos de viento, cuyas aspas parecen danzar con el viento como gigantes desafiando a la razón. En ese paisaje tan quijotesco nació, en el corazón de Campo de Criptana, un hombre de letras y saberes, cuya vida ha sido un continuo combate, no contra gigantes imaginarios, sino contra los muros del tiempo, el olvido y la ignorancia. Me refiero, claro está, al ilustre José María Escribano Muñoz, quien vio la luz primera en ese mismo lugar el 1 de diciembre de 1949.

Escribir de José María Escribano es, en cierta forma, rendir tributo no solo a su figura, sino también a la tierra que lo vio nacer, esa Mancha que, como en el caso del ingenioso hidalgo, lo marcó para siempre. Campo de Criptana, conocido por sus imponentes molinos de viento, ha sido cuna de personajes ilustres que, como en el caso del propio Escribano, se han distinguido en sus respectivas disciplinas. Este noble investigador, escritor y divulgador ha dedicado su vida a desentrañar los misterios de la historia, la toponimia y la etnografía, llevando su conocimiento a los más diversos rincones de la península ibérica, desde su querida Mancha hasta las costas del País Vasco, donde ha residido durante muchos años, pero sin olvidar nunca sus raíces.

No puede uno, al hablar de Campo de Criptana, dejar de mencionar el eco de la fama que envuelve a sus hijos más ilustres. Desde Sara Montiel, diva del celuloide, hasta Luis Cobos, maestro de la música, o Fernando Manzaneque, gran ciclista que conquistó tierras extranjeras con su valentía, Criptana ha dado al mundo talentos cuyas huellas perduran en la historia. En esta estirpe de genios debemos situar a José María Escribano Muñoz, quien ha dejado una impronta indeleble en el ámbito de la investigación histórica y la divulgación cultural.

Como el propio don Quijote, Escribano también emprendió un viaje que lo llevó lejos de su hogar. A la temprana edad de once años, su familia se trasladó al País Vasco, una tierra de montañas y costas abruptas, tan distinta de los llanos manchegos que lo vieron crecer. No obstante, la distancia no enfrió su amor por la Mancha, ni apagó el fuego de su curiosidad por su historia y tradiciones. Al contrario, el alejamiento geográfico avivó en él una pasión por explorar no solo su tierra natal, sino también otras regiones de la península. Este desarraigo no lo distanció de su origen, sino que le permitió observarlo desde una nueva perspectiva, otorgándole el privilegio de comprender mejor el entramado cultural que une a las distintas regiones de España.

Tal como Cervantes trazó con pluma firme las aventuras de don Quijote, Escribano ha dedicado su vida a desentrañar los hilos invisibles de la historia. Su pasión por la toponimia prerromana y la etnografía ha sido el faro que lo ha guiado en sus investigaciones, aportando luz a capítulos olvidados de nuestro pasado. Inspirado por figuras como Miguel de Cervantes y el gran historiador Julio Caro Baroja, Escribano no ha sido simplemente un estudioso de los libros, sino un auténtico investigador de campo. Su encuentro con Caro Baroja, un evento que él mismo recuerda con especial cariño, fue un punto de inflexión en su vida, una suerte de epifanía que lo empujó a consagrarse de lleno a la investigación histórica y a la divulgación de sus hallazgos.

José María Escribano – paseando por Hendaya, donde actualmente reside

Entre los trabajos más destacados de Escribano, cabe mencionar su estudio sobre los topónimos de origen íbero en diversas comarcas de la península ibérica y el sur de Francia. Con meticulosidad y paciencia, ha descifrado los nombres que el tiempo había velado, permitiendo a las generaciones presentes conocer mejor el legado de aquellos pueblos que habitaron la península antes de la llegada de los romanos. Su investigación sobre las pinturas rupestres y petroglifos en yacimientos tanto de España como de Francia ha sido igualmente crucial, aportando nuevas interpretaciones y descubriendo conexiones culturales que habían permanecido ocultas.

Entre sus descubrimientos más importantes se encuentra el desciframiento de la estela tabloide de Jódar, en la provincia de Jaén, un hallazgo que arrojó luz sobre la conexión entre la lengua latina y los antropónimos íberos. De igual relevancia fue su trabajo en Hondarribia, donde identificó los restos de un templo dedicado a Venus Marina, un descubrimiento que supuso un avance en la arqueología vasca y que corrigió las conclusiones iniciales de Adolf Schulten, el famoso arqueólogo alemán que excavó Numancia.

Pero Escribano no ha sido solo un investigador de campo, sino también un divulgador incansable. A través de revistas como Sumuntán, Argentaria, o Gigantes de la Mancha, ha compartido sus conocimientos con un público amplio, despertando en muchos el interés por la historia local y la etnografía. Además, su participación en congresos y su colaboración en revistas comarcales y nacionales han contribuido a su reconocimiento en el ámbito académico, consolidando su posición como una de las voces más autorizadas en la investigación histórica y etnográfica de España. Durante más de una década, ha sido responsable de la sección, MIRADA AL PASADO, en el periódico Granada Costa, una sección cuya pretensión es dar a conocer páginas de la historia, desempolvándolas del relato interesado de cada momento histórico.

Así como don Quijote, hijo de la Mancha, soñó con caballeros y justas, José María Escribano Muñoz ha dedicado su vida a soñar con el pasado, a desenterrar las historias olvidadas y a darles nueva vida. Si don Quijote luchó contra molinos de viento, Escribano ha combatido contra el olvido, ese gran gigante que amenaza con borrar nuestra memoria colectiva. En su batalla, ha triunfado, dejando un legado que, como los molinos de Campo de Criptana, perdurará en el tiempo, movido por el viento de su incansable curiosidad y amor por el conocimiento.

Y cómo podría faltar en este relato la relación de José María Escribano Muñoz con la obra más insigne de la lengua castellana, aquella que ha traspasado las fronteras del tiempo y la geografía: El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Desde temprana edad, Escribano sintió una profunda fascinación por la obra cervantina, de tal modo que, con tan solo 12 años, se atrevió a embarcarse en una tarea propia de un verdadero erudito: recontar uno por uno todos los refranes que aparecen a lo largo de la novela. Descartando los que se repiten, llegó a la asombrosa cifra de más de cuatrocientos refranes, un reflejo del amor y la devoción que sentía por la obra y, al mismo tiempo, de su temprana capacidad analítica.

Para Escribano, El Quijote no es simplemente un libro más, sino su libro de cabecera, una fuente inagotable de sabiduría que ha leído y releído a lo largo de los años, descubriendo en cada nueva lectura matices y enseñanzas que antes le habían pasado inadvertidas. La grandeza de esta obra, en su opinión, reside en su universalidad; aborda, como ninguna otra, los aspectos más profundos de la vida humana, desde las penas y las alegrías hasta las injusticias y las solidaridades. Es una obra que, según Escribano, toca todas las fibras de la existencia humana y que permite lecturas y reflexiones desde perspectivas tan dispares como la social, la política y la religiosa.

Y no es de extrañar que su fascinación por el Quijote tenga raíces tan profundas, pues su propio nacimiento en Campo de Criptana lo conectó directamente con la esencia misma de la obra cervantina. Aquellos molinos que don Quijote, en su visión desbordada, confundió con gigantes, han sido testigos mudos de los primeros años de Escribano, y es posible que el crujir de las aspas y el rechinar de la maquinaria de los molinos de viento en días de molienda sirviera como la música de cuna que acompañó su infancia. Como si de un destino inevitable se tratase, la vida de Escribano estuvo marcada desde un principio por el influjo de aquellos colosos inmortalizados por Cervantes en el capítulo VIII de la Primera Parte del Quijote.

Al final de sus días, cuando Escribano mire atrás y contemple su obra, podrá decir, como el buen hidalgo manchego: “Yo sé quién soy, y sé que mi lucha no ha sido en vano“. Y nosotros, los que hemos tenido la suerte de seguir sus pasos, le agradeceremos por habernos mostrado que, tras los molinos de viento, se esconden historias aún por contar.

Por esta vida de investigación, y difusión, y por su unión con Cervantes y su obra, José María Escribano será premiado con el galardón Estrella de Oro Miguel de Cervantes del Proyecto de Cultura Granada Costa. Este se le entregará el próximo 22 de marzo de 2024 durante las jornadas que tendrán lugar en Molvízar (Granada) dedicadas a homenajear a Miguel de Cervantes.

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