«Quemados por la Duda: Jóvenes Sin Dios en un Mundo en Crisis»

Camina la juventud de hoy entre sombras y abismos, extraviada en un mundo que le ofrece de todo, menos sentido. La ansiedad y la depresión se han convertido en compañeras silenciosas de una generación que lo tiene todo al alcance de la mano, pero que sufre la peor de las carencias: la ausencia de Dios. La tecnología conecta, pero no llena; la información abruma, pero no orienta; El entretenimiento distrae, pero no consuela. Mientras los valores se diluyen y la fe se considera cosas del pasado, el alma de los jóvenes clama en el desierto árido de la modernidad. ¿Cómo ha llegado nuestra sociedad a este punto? ¿Dónde encontrar la luz en medio de tanto caos?
Como joven y mujer de la “generación Z”, yo también he sufrido de ansiedad y de depresión a lo largo de mi corta vida. La incertidumbre de pensar que estás solo, que nadie ve tu sufrimiento o no saber afrontar las situaciones negativas que nos ocurren, es algo muy común cuando se sufre de ansiedad. Se ha convertido en el sello de nuestra generación. Nos dicen que lo tenemos todo, que vivimos en la era de la información, del progreso y de las oportunidades infinitas. Sin embargo, muchos de nosotros sentimos un peso constante en el pecho, un miedo que nos paraliza, una sensación de vacío que no sabemos llenar. ¿Por qué? Las razones son muchas, pero aquí hay cuatro que para mí son las cartas que nadie pone sobre la mesa:
1. Nuestros sueños no se cumplen
Desde pequeños, nos animan a soñar a lo grande, un futuro lleno de posibilidades. Pero al llegar a la adultez, nos topamos con un muro bastante grande: el de la realidad impuesta por la sociedad. Nos dicen que nuestros sueños no son viables, que debemos priorizar la estabilidad económica sobre la pasión e ilusión.
Yo, por ejemplo, soñaba con ser arqueóloga o trabajar en un museo explicando el arte con toda mi alma y vocación. Sin embargo, el mundo me dejó claro que esa no era una opción «realista». Me dijeron que no podría vivir de ello, que debía elegir algo más seguro. Así, miles de jóvenes ven cómo sus vocaciones se desvanecen, y con ellas, una parte de su alma. ¿Cómo no sentir ansiedad cuando lo que realmente nos llena pasa a un triste segundo plano?
2. No nos dejen aprender equivocándonos
La vida es un camino de aprendizajes, y muchos de ellos vienen del error. Sin embargo, nos han enseñado que fallar es inaceptable, que debemos seguir el camino correcto desde el principio, el que nuestros padres consideran mejor según su experiencia. Nos dan consejos “bienintencionados”, nos advierten de los peligros, pero muchas veces olvidan que la única forma real de aprender es tropezando y levantándonos por nosotros mismos.
Cuando no nos dejan equivocarnos, nos convertimos en adultos inseguros, aterrados ante la posibilidad del fracaso. La ansiedad surge porque no sabemos cómo gestionar los errores, porque nunca nos permitieron enfrentarnos a ellos con “total libertad”. Como dijo San Juan Bosco: «La paciencia y el amor todo lo alcanzan» , pero ¿cómo aprender paciencia si no nos dejan enfrentarnos a las dificultades?
3. Nos falta motivación, asombro e ilusión
De niños, todo nos maravillaba: los cuentos e historias, la naturaleza, los pequeños descubrimientos del día a día. Pero al crecer, perdemos esa capacidad de asombro. Nos acostumbramos a la rutina, a la inmediatez, a la gratificación instantánea de las pantallas. Dejamos de encontrar belleza en lo cotidiano y, con ello, la motivación para seguir adelante.
Nos falta ilusión, no porque no queramos tenerla, sino porque hemos aprendido a vivir en modo automático. Dejamos de disfrutar el proceso porque nos obsesionamos con el resultado final, y que ese resultado sea muy buenio. Queremos éxito, pero sin esfuerzo; Queremos felicidad, pero sin sacrificio. Quizás, en medio de este caos, lo que más necesitamos es volver a encontrar sentido en lo que hacemos, sin importar lo pequeño que sea.
Pero hay algo de la que muy pocos hablan y que otros no quieren ni oír, y me refiero a la fe. Nos han enseñado a buscar la validación externa, en el éxito material. Sin embargo, cuanto más nos alejamos de Dios, más vacío nos sentimos dentro. Como vamos a llenar nuestra alma con cosas materiales si nuestra alma no está hecha de algo material, sino espiritual. Santa Teresa de Jesús lo expresó con claridad: «Solo Dios basta». En medio del ruido y la angustia, nos olvidamos de que hay un amor eterno que nos sostiene incluso cuando todo parece desmoronarse a nuestro alrededor.
El mundo nos dice que la fe es cosa del pasado, una carga, una limitación que no nos deja poseer todo lo que “deseamos”. Pero ¿y si fuera, en realidad, la única fuente de la verdadera libertad? Como dijo San Juan Pablo II: «No tengáis miedo. Abrid de par en par las puertas a Cristo». En Él encontramos la paz que el mundo no puede dar. A los jóvenes de nuestra sociedad, cuando se le habla de que hay alguien que, a pesar de todos nuestros errores, nuestras maldades cometidas y nuestra rabia, nos quiere con locura y que siempre estará ahí, no se lo creen. Y ¿por qué? Porque no han conocido a nadie en la tierra que cumpla todo lo que promete y es muy difícil de creer sin ver.
Es hora de volver a lo esencial, de recuperar esa llama que ilumina y que provoca que nuestra alma arda de amor, de recordar que, aunque el mundo nos dé la espalda, Dios nunca lo hace. Porque solo en Él encontraremos el descanso que tanto anhela nuestro corazón.

Solo con pararnos a reflexionar sobre tu planteamiento, ya es un gran logro.
Gracias.