Alguna vez te declara el sol la guerra, y te acribillan los pájaros a balazos de impaciencia. Caminas, bajo el día, como si fueses otro, y esperas otra luna y otra calma… Llenas las copas de noche hasta el borde, y las bebes, y levantas en ellas las ausencias. Al final vuelve a perderse entre noctámbulos tu nombre. Y regresas a casa aturdido, cansado y sordo, con el día cumplido y la vida vencida, y prefieres cerrar los ojos o dormir de un tirón otros cuarenta años mientras silban alrededor, como una necia bandera, los pájaros del otoño.