Mujeres que dieron un paso al frente (6) Mary Henrietta Kingsley
Mary Henrietta Kingsley desafió los límites de su tiempo explorando África con rigor científico y valentía. Su legado, entre la ciencia y la aventura, demuestra que la curiosidad y la determinación pueden abrir caminos donde pocos se atreven.

Ciencia donde pocos se atreven
“Por puro placer, dadme una canoa y un río de África Occidental.”
Mary Henrietta Kingsley
Si en números anteriores constatamos la importante participación de la mujer en el desarrollo de la aviación, veremos ahora su participación en la aventura, pero no por la aventura misma como Rosita Forbes (G.C. 23/06/2025), que en realidad era su medio de vida, sino la aventura por un motivo más elevado. Nos centraremos en la selva, ese medio que, junto al desierto, acaso sea el más hostil al ser humano. Si alguna vez te has adentrado en ella (África, Brasil, etc.) habrás sentido el repugnante roce de las hojas como lenguas tibias que te lamen, la amenaza oculta de la tarántula y la serpiente, el acecho del jaguar o el gorila. Y, seguramente lo peor, un casi continuo no saber dónde estás: verde, muralla verde mires donde mires.

Nos centraremos en Mary Henrietta Kingsley, un poco mayor de las consideradas hasta ahora y que bien podría haber sido mi bisabuela o sea tu tatarabuela, o sea con las faldas aún más largas, ocultando hasta los zapatos, y estrujando el cuello como lo muestran algunas fotos de la época.
Aunque no esté en la memoria colectiva, Mary Henrietta Kingsley pasó a la historia de la ciencia, pero no lo tuvo fácil. Se encontró con una dificultad no infrecuente en la vida que haría que tú, quisieras lo que quisieras hacer, tampoco lo tendrías fácil: hacerse cargo de sus padres enfermos.
La mayor de dos hermanos, Mary nació en Londres en 1862. Hija de George Kingsley, médico, viajero, investigador y escritor, y Mary Bailey. Ésta era empleada doméstica, normalmente fuera del círculo social de un científico, pero era la empleada doméstica del doctor Kingsley: se casaron cuatro días antes del nacimiento de Mary Henrietta, que en la sangre traía la ciencia por parte de su padre, y la literatura por parte de sus tíos, los escritores Charles y Henry Kingsley.
Su padre, un ejemplo para ella como se verá más adelante, realizaba viajes de investigación con George Herbert, Earl of Pembroke. En uno de sus viajes por EE.UU. (1870-1875) fue invitado a tomar parte en la famosa expedición del general Custer contra los indios Siux, que resultó en la masacre de Little-Big Horn, de la que habrás visto alguna película. Mary tuvo la suerte de no quedar huérfana de padre y de ejemplo porque su padre tuvo la suerte de ser detenido por el mal tiempo y no poder unirse a la expedición. Ese era el padre de nuestra tatarabuela de hoy.
El doctor Kingsley estaba en contra de la forma en que los británicos, y europeos en general, trataban a los indios americanos, y esto puede haber influido en la visión que Mary Henrietta tuviera más tarde del colonialismo británico en África. Ella, como todas las personas que dan un paso al frente, en algo difería de la sociedad a la que pertenecía, y ese algo normalmente era valor y visión de la vida.
Debido a la escasez de colegios (el sistema educativo como lo conoces hoy día no empezaría en Gran Bretaña hasta la Ley de 1902) recibió educación en su casa y también estudió por su cuenta, especialmente ciencias y medicina con libros de su padre. En 1891 aparece como estudiante de medicina en la universidad de Cambridge, aunque no se sabe cuántos cursos completó.
A diferencia de las jóvenes de su edad, más que deseos de encontrar un buen partido Mary tenía deseos de viajar e investigar en el campo de la biología, y realizó algunos viajes, cortos, por Escandinavia, pero a partir de 1888 (veintiséis años) tuvo que dedicarse al cuidado de sus progenitores. En 1892, con apenas tres meses de diferencia, fallecen los dos, y, digamos, Mary queda libre para vivir su vida.
Cinco semanas después, con una herencia de 8.600 libras, una fortuna en esa época, embarcó sola con destino a las Islas Canarias, última escala hacia su gran sueño: visitar, recorrer, estudiar África, en una palabra sentir África.
Aunque en ese continente había mujeres que viajaban solas, especialmente misioneras, éste era un territorio no sólo poco conocido sino además peligroso. Sólo iban las misioneras que se atrevían, las esposas de misioneros, exploradores y funcionarios. Las mismas mujeres africanas le preguntaron a Mary más de una vez cómo se atrevía a viajar sola.

En 1893 desembarca en el continente de sus sueños: Sierra Leona y de allí a Luanda, Angola. Pero no va a hacer turismo, se mezcla con los nativos: vive en sus chozas, estudia sus costumbres y aprende sus técnicas de supervivencia. Entre ellos, gana prestigio, y en Inglaterra gana fama, debido a noticias y viñetas que la mostraban estricta con su vestimenta en la selva: vestido negro de cuello a tobillos y paraguas también negro. Como ella explicó «No tienes derecho a pasearte por África con ropa con la que te avergonzarías de salir en tu país».
A finales del ‘93 vuelve a Inglaterra, no en busca de una vida cómoda sin mosquitos ni gorilas sino en busca de apoyo económico, que consiguió del Museo Británico. También llega a un acuerdo con el editor Macmillan para publicar los relatos de sus viajes. Como se ve, a muchas de nuestras abuelas y bisabuelas, e incluso tatarabuelas, sus contemporáneos les prestaban mucha más atención de lo que creemos actualmente.
Al año siguiente regresa a África. Objetivo: estudiar pueblos caníbales y sus religiones, en Europa menospreciadas como meras supersticiones salvajes.
En este viaje entró en contacto con Mary Slessor, misionera escocesa, que vivía sola entre los Efik y Okoyong en Nigeria. Aquí presenció una costumbre que la horrorizó pero conservó la compostura: cuando nacían gemelos, estos pueblos creían que el primero era hijo del hombre, pero el segundo lo era de Evú (demonio), y por lo tanto era ejecutado; si se consideraba que la madre había seducido a Evú, era atada a un poste y se la torturaba hasta la muerte.

Se traslada a Gabón, lo cual no era tarea fácil: atravesar a pie la selva plagada de peligros, arañas, serpientes, mosquitos, gorilas, escorpiones, incluso hormigas. Aquí, según testigos, fue atacada por un gorila y, mientras sus porteadores huían, ella le hizo frente a gritos y paraguazos.

En canoa remonta el río Ogüé, en el que recoge para su clasificación peces desconocidos en Europa. En su honor, unos años más tarde, Günther, director del Museo Británico, dio su nombre a un pez recogido en el Río Congo: Ctenopoma Kingsleyae.
Incansable, pasa a Camerún, tierra de la etnia Fang. Aparte de atravesar la selva desconocida, sube al Monte Camerún (4.040 m.), con lo que se convierte en la primera persona europea en hacerlo.
En 1895 regresa a Inglaterra donde es recibida por una gran cantidad de periodistas, ya que sus logros habían llegado a la prensa, y a través de ella a todo el país, que recorrió dando conferencias con gran afluencia de público.
Contrariamente a lo que se esperaba dada su personalidad, se distancia del movimiento sufragista que pedía el voto para la mujer alegando que era un tema menor comparado con los problemas que había en el mundo. (Se debe recordar que el movimiento sufragista reclamaba el voto para la mujer, que no lo tenía, pero también que no todos los hombres tenían derecho a voto en la Inglaterra de entonces, sólo los propietarios –empresas, casas, negocios, etc.; el primer derecho a voto de la mujer se reconoció en una colonia británica, Nueva Zelanda –1893– y el derecho universal se reconoció en el mundo hispano: la ley Sáenz Peña, Argentina, 1916)
Regresando a Mary Kingsley. No se enfrentó sólo con las sufragistas, lo hizo también con la Iglesia Anglicana por dos motivos: primero, criticó la cristianización de los nativos africanos, y segundo, escandalizó a toda la sociedad al declararse en favor de la poligamia, que ella consideraba necesaria debido a la alta mortandad infantil.
En 1897 publica Viajes en África Occidental y en 1899 West African Studies (sin versión española). Ambos fueron superventas. Su fama fue envidiable, y esa envidia, en mi opinión, se materializó en Flora Shaw (otra mujer), editora de asuntos coloniales del periódico The Times, que no sólo la criticó en varios artículos sino que además ignoró sus investigaciones y sus libros.

A fines de 1899 estalla, en lo que hoy llamamos República de Sudáfrica, la Segunda Guerra Bóer entre los descendientes de los granjeros holandeses (bóeres) y Gran Bretaña. Sin dudarlo, Mary va como enfermera al hospital militar de Simon’s Town para asistir a prisioneros bóer heridos.
Sus ansias de ayudar, incluso a los enemigos de su país, le jugaron una mala pasada: no llevaba dos meses incorporada, cuando contrajo fiebre tifoidea. Enfrentó la muerte estoicamente, pidiendo que la dejaran morir sola y que luego la arrojaran al mar.
Su sepelio tuvo una nota de humor negro: al ser arrojado a alta mar, el ataúd salió a flote. Hubo que recogerlo, cargarlo con un ancla y arrojarlo nuevamente.
La obra de Kingsley fue una hazaña, tanto en el campo científico como etnográfico, pero no fue la única. Debe nombrarse a Mary Slessor, Isabella Bird, o Marianne North, Catherine Mulgrave (Angola), Amy Carmichael (en India). Y otras, que la memoria colectiva no retiene. Y esa tarea, aún hoy continúa.
Próximo entrega: Una mujer muy especial. Lo imprevisto y maravilloso del ser humano.

Texto: Diego Nieto Marcó
Ilustraciones: Ana García Pulido


Una vida tan repleta de aventuras, experiencias e incluso polémicas que nos deja reflexionando sobre muchos temas. Muchas gracias, Diego, por otro maravilloso e informativo artículo.
Magnífico, Diego, un artículo fantástico que retrata la sensibilidad de una mujer en un mundo en el que imperaba la visión colonialista. Enhorabuena.